Lunes 1 de abril de 2002
La Jornada de Oriente publicación para Puebla y Tlaxcala México

 
n Se excluyó el rock del Primer Festival Internacional de la Sierra
Al son del violín y la jarana, dio inicio el huapango en Pahuatlán

Amelia Domínguez n

Esta vez el tradicional festival de semana santa que lleva años realizándose en Pahuatlán cambió de nombre y tuvo algunas modificaciones: se llamó Primer Festival Internacional de la Sierra, se amplió a 11 días, en vez de ocho, incluyó a grupos internacionales y excluyó la música de rock, debido a que según el nuevo presidente municipal, Martiniano Santos, "este género de música provoca mucho relajo".
Y es que la presentación de grupos de este género es el principal atractivo para cientos de jóvenes que acuden del Distrito Federal, Hidalgo, estado de México, Tlaxcala y la capital poblana, especialmente para escuchar a sus grupos favoritos de manera gratuita o a un costo muy bajo.
Sin embargo, pese a la exclusión de los grupos rockeros, el festival convocó por igual a un gran número de "chavos", que ya por costumbre encaminan sus pasos hacia este rincón de la sierra poblana cada semana santa, a disfrutar del paisaje, el calor -que sobrepasa los 30 grados centígrados- y la fiesta, en la que conviven la música, la vestimenta y los espectáculos de la cultura autóctona con los de la cultura moderna.
Lo más sabroso del festejo resulta ser cada año el encuentro de huapango, que se realiza la noche del jueves santo, en el que tanto los habitantes como los visitantes zapatean con igual ritmo y tesón, sacándole lustre al piso de cemento que cubre la gran plaza, de una superficie mayor a los 2 mil 500 metros cuadrados, que da cabida fácilmente a igual número de parejas.
Esta vez le tocó abrir la noche al grupo Los Folkloristas, quien dedicó su concierto al célebre fundador René Villanueva, quien falleció a fines del año pasado. Con una trayectoria de más de tres décadas, sus integrantes ejecutaron con la misma maestría sus instrumentos al interpretar un variado repertorio de música latinoamericana.
Ello, a pesar de las malas condiciones imperantes, pues debido al corte de la energía eléctrica en toda la región, se vieron obligados a actuar en la semipenumbra, sólo iluminados por un faro, conectado a la planta portátil de los juegos mecánicos. Aparte, el concierto se vio interrumpido en dos ocasiones, ante el anuncio de que la procesión con las imágenes religiosas en andas, pasaría por el centro de la plaza, requiriendo un total silencio en señal de respeto.
En similar situación -debido al corte por un lapso de más de dos horas- iniciaron su actuación Guillermo Velázquez y los Leones de la Sierra de Xichú, interpretando sus composiciones en el tradicional huapango arribeño, del estado de Guanajuato.
De su repertorio, cantó la de Sí se pudo, sí se pudo, que aludió en su letra al triunfo del candidato de un partido de oposición, el de la Revolución Democrática en este municipio, desplazando al que por años se mantuvo en el poder. Velázquez, con su agilidad para improvisar, alabó la hermosura de la luna, que alumbró con toda su magnitud el encuentro huapanguero; el paisaje de Pahuatlán, circundado de empinados cerros y a la gente alegre y festiva, que se encontraba disfrutando del concierto.
En son de parodia, entonó una canción a los equipos de futbol, América y Guadalajara, acompañado de sus cuatro músicos y una pareja de bailadores, que le "tupen" con ganas al zapateado, a pesar de la avanzada edad del varón.
A los Leones de la Sierra de Xichú, le siguieron el Trío Pahuatlán, de Puebla; Los Cuatro Hidalguenses, de Hidalgo; El Trío Chicontepec, de Veracruz; el Trío Tamazunchale, de San Luis Potosí; y el Real Hidalguense, de Hidalgo, cuyo violinista dio muestras de un gran virtuosismo en la ejecución de su instrumento.
Todos ellos tocaron de manera alternada durante toda la noche, hasta las 7 de la mañana, hora en que se retiraron a dormir, con los primeros rayos del sol, los últimos bailadores.
La existencia de sólo tres hoteles en la localidad motivó que muchos de los visitantes improvisaran sus propios vehículos como dormitorios -como ocurrió con los reporteros de este periódico-, otros lo hicieron en las casas de campaña que llevaban consigo, y hubo quienes esperaron la luz del día para buscar un lugar a orillas del río que circunda el poblado.
Otros cambios se hicieron notar en la organización de este primer festival de la Sierra: por ejemplo, la colocación del escenario, a espaldas del jardín central, la ampliación del espacio para los bailadores, pues esta vez no colocaron los puestos de artesanías y comestibles en esa área, y el alquiler de sillas plegables, a 10 pesos cada una, para quienes no alcanzaron lugar en las gradas que circundan la plaza.
Esta vez, tampoco se hizo exposiciones de artes visuales, ni de pintura ni de fotografía, que año con año montaba Rubén Pax con imágenes de la región. No obstante, el festival estuvo dedicado a la memoria del fallecido pintor Rafael Lechuga, oriundo de Pahuatlán, quien vivió los últimos años de su vida en este lugar y falleció el año pasado. Su viuda recibió un diploma de reconocimiento que le hizo el ayuntamiento impreso en papel amate.
Cabe recordar que en junio del año pasado, durante el VI Encuentro de las Huastecas, en Xicotepec de Juárez, don Rafael Lechuga recibió en vida de manos de las autoridades del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y la Secretaría de Cultura del estado, un reconocimiento similar, por su trayectoria artística de varias décadas plasmando el paisaje de su región.
El viernes por la mañana inició con retraso -quizá debido al desvelo de los organizadores- el encuentro de danzas autóctonas. A las 12 del día, cuando el sol amenazaba con rostizar la piel de los paseantes, se presentó el primer grupo de niños, con la danza de Negritos. Le siguieron los Quetzalines y después la Danza de las cintas, sólo tres de entre la gran variedad de danzas tradicionales que tiene esta región, en la que conviven tres etnias indígenas: ñahñús, u otomíes, como los de San Pablito, donde se hace el papel amate; los nahuas y los totonacos.
Al cierre, los danzantes se encaminaron hacia el parque de los Héroes, en la parte más alta del poblado, para presidir la Danza del palo volador, un rito solar que practican todavía los indígenas totonacos, pero que además se ha convertido en un vistoso espectáculo buscado por turistas nacionales y extranjeros.
Aunque el festival de la sierra culmina el próximo martes 2 de abril, una especie de clausura se realiza el domingo 31 por la noche, con la quema de fuegos pirotécnicos en la plaza principal de Pahuatlán.