Jueves 28 de marzo de
2002 |
Opinión "Se hace camino al andar..." n Alfonso Simón Pelegrí |
Tres a manera de
estadías itinerantes propone SŔren Kierkegaard en
el camino del hombre a lo largo de su vida: éstas
corresponden, nos dice el filósofo, al "hombre
estético", al "hombre ético" y al
"hombre religioso". Para Kierkegaard, el primero se limita a vivir de sus sensaciones de manera puramente hedonista; este modo de entender su vida -pensemos en un Don Juan o en un Fausto- lo lleva a desesperar. Pero esta "desesperación" viene siendo el comienzo de su redención si sabe apurarla hasta sus heces; es más, para éste (...) "desesperar viene siendo, en principio, una forma de esperar, y es renunciar a un tipo de vida para tratar de encontrar otro superior. En un plano más elevado se encuentra el "hombre ético", el cual racionaliza su moral de una forma de acuerdo con el deber y el consenso social. Kierkegaard pone como prototipo de este homo ethicus al mismísimo Sócrates, si bien éste, debido a su carácter racionalista, se manifiesta carente de la noción del pecado y la redención, explícita más adelante con el cristianismo; doctrina que sería la gran paradoja de su misma esencia, porque siendo pensada -nos dice Xirau- el pensamiento no puede pensarla: "La más alta paradoja está en descubrir algo que el pensamiento no puede expresar. Este impensable (lo único que da sentido a la existencia) es Dios, quien se manifiesta en la gran paradoja que es Cristo". Por último, la superación de este plano racionalista de la moral se encuentra en el homo religiosus propugnado por Kierkegaard. Este arduo nivel conlleva en el pensamiento del mismo una gran dificultad por su misma angustia. No sólo en su sentido abismal de vértigo, provocado por la gran paradoja inexplicable de un Dios que ama a los hombres y por amor a éstos se hace hombre, sino, también y principalmente, porque requiere el concurso gracioso de la fe. "¿Quién no amará a un Dios que ama?" -se pregunta Kierkegaard- y aquí, en esta interrogación, está como respuesta el gran salto sobre el abismo del absurdo: La gran paradoja del cristianismo. El pensarla tiene mucho la audacia del salto. Pero también de la gracia; y de su vuelo. |