Para trabajadores fueron tiempos de miseria
y humillación
Fundidora Monterrey, un crudo ensayo neoliberal
Propondrán denominar Acero al ahora auditorio
Coca Cola
BLANCHE PETRICH Y ROSA ELVIRA VARGAS ENVIADAS
Monterrey, NL, 15 de marzo. Las chimeneas de ladrillo
de principios del siglo XX y los esqueletos gigantes de acero oxidado de
lo que fue Fundidora Monterrey ?en su tiempo la planta industrial más
antigua y grande de América Latina? son, para los orgullosos ex
trabajadores de la acerera, símbolo del inicio del modelo económico
privatizador que para ellos no representó más que la ruina,
la miseria y la humillación.
A
16 años de la quiebra de la paraestatal, sus ex trabajadores se
resisten a ver esas majestuosas ruinas como mera decoración del
Parque Fundidora, que alberga al Centro Internacional de Negocios, la Plaza
Sésamo, el circuito de la Serie Cart, el hotel Holiday Inn y el
auditorio Coca Cola. Por eso, desde la tribuna del Foro Global, el líder
de lo que fuera la sección sindical de esta acerera, Jesús
Medellín, propone rebautizar el auditorio: que ya no lleve el nombre
del refresco que mejor identifica lo más acabado del capitalismo;
que recobre algo de su pasada dignidad, que se llame Acero.
Reclama también que de las 114 hectáreas,
la mayoría de las cuales han sido dadas en concesión a corporaciones
privadas, se rescaten al menos tres para la construcción de un pequeño
museo que honre la obra y la memoria de los trabajadores de la empresa
que dio perfil al Monterrey industrializado, a los hombres que fabricaron
los rieles y ruedas de Ferrocarriles Nacionales, las varillas y estructuras
de muchos de los puentes, rascacielos y edificaciones emblemáticas
de México. Y que en 1986, por una decisión del entonces presidente
Miguel de la Madrid, fueron simplemente "desechados".
Frente a los delegados que participan en el foro global
por la Justa Distribución de la Riqueza, Medellín estará
llamado a ser el único orador que represente en carne propia lo
que se discute en textos y discursos: "nosotros, los trabajadores de Fundidora
Monterrey, somos la prueba viviente de las consecuencias de la aplicación
autoritaria de modelos económicos nacidos en escritorios y pizarrones
de escuelas y laboratorios extranjeros".
No es un desvarío retórico del dirigente.
Desde el presidium del auditorio señala hacia las antiguas chimeneas
levantadas en 1905 por los primeros obreros de la naciente industria, como
su abuelo Víctor González. O los esqueletos metálicos
de los altos hornos de donde salieron las varillas corrugadas que fueron
a dar a la Torre Latinoamericana, levantada también con el sudor
de su padre, Julián Medellín.
Pero la intervención del sindicalista ya no alcanza
los oídos del gobernador Fernando Canales Clariond, quien rodeado
de su comitiva se levanta de la primera fila y se encamina a paso veloz
hacia el estacionamiento.
Nacido entre el acero
Medellín González nació en la maternidad
María Josefa, donde se atendía a los hijos de los obreros,
que se encontraba dentro del mismo predio de la fundidora, lo mismo que
las escuelas Adolfo Prieto. De niño vivió en la colonia Acero,
una urbanización para trabajadores de apenas cuatro cuadras.
Dos de sus tíos fueron secretarios generales de
la sección 67 del sindicato. El entró a trabajar a Fundidora
Monterrey a los 18 años. Fue cachorro de la época
de oro del sindicalismo mexicano, del nacimiento de los primeros contratos
colectivos, cuando la filosofía de la ley laboral ?desarrollo armónico
del capital y el trabajo? aún era un sueño vivo. Y en 1978
?en un segundo ciclo de vida democrática de la sección? llegó
a la secretaría general de ese segmento del Sindicato Nacional de
Trabajadores Minero Metalúrgicos y Similares de la República
Mexicana.
Cuando el 10 de mayo de 1986 el gobierno de Miguel de
la Madrid decretó el cierre del gran elefante que era Fundidora
Monterrey, no sólo provocó el desamparo y la miseria de 12
mil trabajadores y sus familias. Las humilló también. A base
de denuestos e infundios que reproducía un sector de la prensa neoleonesa
de entonces, fomentó la mala imagen de los acereros para que nadie
se solidarizara con ellos y así poder regalar literalmente la industria
del acero al gran capital regiomontano.
Era, en términos llanos, el inicio del repliegue
estatal de las actividades productivas. La entrada al neoliberalismo. Y
para que la lección se aprendiera desde un principio, Fundidora
Monterrey no pasó por un proceso privatizador. Se le declaró
en quiebra y un día cualquiera, cuando los trabajadores llegaron
a su centro de trabajo, ya no tenían empleo.
"Marcados con pluma negra" -recuerda Anselmo Bustos, un
viejo soldador que entró a la empresa en 1956, liquidado sin indemnización
30 años después- aparecían los nombres de los sindicalistas
despedidos en listas que pegaban a las puertas de todas las fábricas.
Ellos, sus familiares y hasta sus hijos llevaron el estigma que les imprimió
la represión del dirigente sindical Napoleón Gómez
Sada y el gobernador Alfonso Martínez Domínguez.
"Se nos desplomó nuestro nivel de vida y se frustraron
las aspiraciones de nuestros hijos", apunta el hombre que hoy, a sus 68
años, sobrevive gracias a algunos trabajos de jardinería.
A Chuy Medellín lo acompañan varios
veteranos despedidos, como Anselmo. Recuerdan los negros días de
1986, de cómo en muchos hogares de obreros que algún día
habían cobrado su salario en monedas de oro, "la pobreza entró
por la puerta y el amor huyó por la ventana".
En su memoria quedan nombres de acereros que se suicidaron:
Moreno y El Canelo Avila, que se quitaron la vida por el rumbo de
La Estancia; Mundo Ayala, que fue a esconderse a los montes de Villa
Juárez para salir por la puerta falsa. A otros se los llevó
la diabetes a la tumba. Y no pocas madres de familia fueron orilladas a
la prostitución.
Muchas familias cambiaron de nombre para escapar del estigma
de haber participado en las luchas del sindicato. Otros, incluso con carrera
profesional, emigraron a Estados Unidos, como el hijo de Alberto Martínez,
que de la noche a la mañana vio cerradas todas las puertas, sólo
por la historia de lucha de su padre.
En
los años 30 y 40, bajo el liderazgo de Juan Manuel Elizondo, el
comité ejecutivo instauró el centro médico del sindicato
y conquistó un plan de vivienda que se antoja imposible para las
épocas que corren. Cada dos años los trabajadores recibían
lotes de 250 metros cuadrados para construir casas a pagar en 15 años.
Después de la quiebra muy pocos trabajadores pudieron conservar
ese patrimonio.
"Desde nuestros abuelos hasta nuestra generación,
vimos pasar el progreso. Primero los trabajadores llegaban en mula, luego
en bicicleta. Al final nosotros llegábamos en nuestros coches."
El espíritu de combate de la sección 67
llegó con obreros que eran "grandes maestros, hombres cultivados".
Chuy brinda un pedazo de la vida de otro líder histórico,
Antonio García Moreno. Fue hijo de un obrero. Estudiaba en la escuela
de la Fundidora Monterrey. Un día llevaron a los niños a
ver trabajar a sus padres a los altos hornos. Y vio a su papá, que
formaba parte de una cuadrilla de albañiles que tenían que
sacar los ladrillos refractarios del horno. Entraban con trapos mojados
amarrados a la cabeza. Y salían con esos mismos turbantes humeantes,
algunos prendidos. "Se le van a derretir los sesos a mi apá",
pensó. Y se propuso que esas condiciones de trabajo inhumanas tenían
que cambiar.
Trabajar en Aceros Planos o la Fundidora Monterrey en
los años 40, 50, era un orgullo. Y el salario alcanzaba. "Después
de la quiebra -comparte otro veterano- apenas nos pudimos emplear de macheteros,
descargando trailers".
Viejas denuncias
Para los trabajadores que en los 60 denunciaban lo mismo
las prácticas autoritarias del cacique de los acereros Gómez
Sada que la gestión corrupta de los administradores, que gozaba
de la protección de Luis Echeverría y José López
Portillo, la quiebra "que presentíamos pero no creíamos"
fue la ruina.
Para los administradores no. La familia Prieto, propietaria
apenas del 1 por ciento de las acciones, pudo hacerse de un banco, Polibanca
Inova. Y los primos Benjamín y Fernando Canales adquirieron a precio
de ganga la empresa Aceros Planos.
"Comprando la acerera ?ironiza don Chuy? les regalaron
el estado".
La iniciativa de llamar Acero a un auditorio que hoy se
llama Coca Cola es recibida con un cálido aplauso por la concurrencia
al foro global. De inmediato se procede a un ritual ecuménico, a
hacer un rebautizo simbólico. Pero se pretende que el gesto trascienda
y la propuesta de cambio de nombre será enviada formalmente a la
operadora del auditorio, OCESA.
Esta es apenas una de las muchas luchas que libran los
veteranos sindicalistas. Durante años intentaron negociar con las
autoridades estatales que se aplicara el plan de contingencia para trabajadores
despedidos. Nunca lograron ni siquiera que se les pagaran las indemnizaciones
a las que tenían derecho, ya que la administración de la
empresa se acogió a la ley de quiebras. Al cabo de las décadas
ni siquiera han logrado que el gobierno panista cumpla promesas de ayudarlos
con concesiones de placas de taxis o rutas de autobuses.
?¿Por qué será que a los que tanto
tienen les cuesta dar tan poco a los que fueron despojados?
?Es que todavía le tienen miedo a los fantasmas
?remata Pedro Aguilar, uno de los veteranos.