Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 1 de marzo de 2002
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Cultura

José Cueli

ƑCómo socializar niños con trastorno de aprendizaje?

En el país la cifra aproximada de mexicanos que viven en condiciones de pobreza se acerca a 60 millones. Abordar el tema de los niños con trastorno de aprendizaje en este tipo de población se torna aún más complejo y adquiere relevancia como problema no sólo educativo sino social. Para una mejor comprensión de su magnitud en este grupo convendría enlazar los aspectos médicos, sociales, económicos, educativos y sicológicos. El historial clínico de estos niños suele reflejarnos carencias de todo tipo. En la historia del embarazo hay escaso o nulo control prenatal, con alta frecuencia de madres desnutridas, bajo nivel de instrucción, altos niveles de ansiedad y/o depresión durante la gestación. Suele existir una alta incidencia de partos distócicos, complicaciones transparto y sufrimientos fetales agudos o crónicos no detectados que propician fallas en la oxigenación cerebral del producto.

A lo anterior se agrega una inadecuada nutrición en el niño que muchas veces se inicia desde la vida intrauterina. El cuidado del pequeño suele ser delegado a otras personas (abuelas, tías o hermanas), pues la madre debe salir a trabajar.

Otro agravante en el desarrollo de estos niños que llegan a hogares tan precarios es el bajo nivel instruccional de las familias, por lo general numerosas y que viven en condiciones de hacinamiento, con ruido, ansiedad, violencia; la mayoría con un padre ausente o que se alcoholiza y una madre deprimida que sale a trabajar para sostener a sus hijos. Si esos niños logran ingresar a la escuela lo hacen en grupos numerosos en los que la problemática infantil suele pasar inadvertida y la reprobación no se hace esperar. Aun en los casos en que el problema es detectado, el acceso a un apoyo sicopedagógico es muy difícil.

La terapias sicopedagógicas en el ámbito particular son inalcanzables para estas familias y las instituciones que brindan este apoyo están saturadas. La problemática desborda las posibilidades reales de proporcionar apoyo a estos niños. Resulta difícil contar con estadísticas fidedignas, sobre todo referidas a la población del interior de la República, pero todo parece apuntar hacia un problema de proporciones considerables. Como mencioné, las manifestaciones de este trastorno no sólo se limitan al bajo rendimiento escolar, sino a alteraciones conductuales que conducen al aislamiento y a dificultades de adaptación e inserción social.

Contamos con infinidad de estudios sobre la posible evolución de estos niños conforme avanza la edad e irrumpe la adolescencia, pero éstos se han llevado a cabo en las poblaciones estadunidense o europea, que nos alertan de los altos índices de depresión, conductas agresivas e inadaptadas, el alto riesgo de caer en adicciones e incluso en conductas antisociales al llegar a la pubertad y la adolescencia. Proliferan también los estudios, particularmente en Europa, en los que se profundiza en enlazar la comprensión mediconeurológica, con los aspectos educativos y sicodinámicos de estos trastornos para su manejo integral.

En este punto cabe reflexionar sobre las condiciones particulares de nuestro país ante un problema de tal magnitud. Aquí se abren muchas preguntas y una extensa lista de necesidades para, antes que nada, intentar conocer las dimensiones reales del problema para después plantear las posibles vías de solución. Se necesitan estadísticas lo más aproximadas a la situación real, programas de detección y diagnóstico; se requiere mejorar los servicios médicos asistenciales, preparar mayor número de profesionales y ampliar la cobertura institucional. Por supuesto, también hace falta mejorar las condiciones nutricionales y sociales de esos niños.

El problema, por tanto, no parece limitarse a un trastorno del desarrollo descrito en los textos sino a un grave problema, insisto, de índole educativa y social que ameritaría ser considerado uno de los problemas prioritarios para las autoridades. El futuro de un pueblo, en buena medida, se cifra en las generaciones jóvenes, en su capacidad de desplegar su potencial y su creatividad; ése es el ingrediente fundamental de la cohesión social.

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