Luis Linares Zapata
Nacionalismo y eficiencia
El gobierno de Fox no leyó con atención lo sucedido con la reforma eléctrica que Zedillo envió al Congreso y todo indica que se volverá a tropezar con un escollo semejante. Ningunearon la vigorosa oposición de amplios sectores de la sociedad, que ya con anterioridad obligaron a sus formuladores (encabezados por el finoles ex secretario Téllez, activo privatizador) a cejar en su tecnocrático propósito. Tampoco digirió la administración actual con apropiada cordura y sencillez la trifulca ocasionada por el afán de recaudar aquellos famosos 100 mil millones de pesos de los bolsillos ciudadanos con base en el IVA. Las mismas señales que envían las experiencias del sector eléctrico en Chile, Argentina o Inglaterra no fueron colocadas en las mesas de consejo para aprender de ellas. La misma visita que hace pocas semanas hiciera el gobernador de California para narrar los apagones, la amarga relación con Enron y los acuerdos secretos de las compañías privadas para incrementar precios a costa de los consumidores pasará desapercibida ante los ojos de las secretarías de Energía y Hacienda.
Tal parece que nada ni nadie puede cruzarse en la decidida voluntad oficial de abrir el sector eléctrico de México a las poderosas compañías trasnacionales de los países centrales. Y mientras más oportunidades se les brinden de apropiarse de una rebanada de este pastel, mejor quedarán servidos los intereses de los consumidores nativos -afirman con técnica suficiencia funcionarios responsables. A pesar del descrédito que agobia a las prácticas privatizadoras que se extendieron a diestra y siniestra por todo el mundo, aquí se pretende, todavía, recalar en la ya amarga experiencia de rematar jugosos proyectos y los activos de la nación. "No se tienen los volúmenes de inversión que hacen falta para garantizar el crecimiento de la fábrica nacional", alegan con inusitada frecuencia en los diagnósticos que pretenden sustentar las intenciones de apertura oficiales. Es casi lugar común oír que no se tiene la tecnología requerida o la capacidad gerencial para manejar con eficiencia y honradez tan vital industria. La globalización es indetenible, concluyen entre alarma fingida y claras amenazas.
Pero lo cierto y palpable es que las privatizaciones, como prácticas constantes y salvadoras para México, han quedado detenidas. Fueron derrotadas desde las postrimerías del sexenio pasado. Tal parece que la renovada intentona de Fox por revivirlas quedará sólo en eso, para desdoro de sus promesas a "los mercados". Los legisladores del PRI y del PRD, con sólido respaldo popular, se le han atravesado en el camino y tienen propuestas viables para sustentar sus pretensiones.
El argumento central de la defensa nacional que ponderan estos agrupamientos políticos parte de considerar a los mexicanos como agentes capaces de diseñar, operar, sostener y financiar sus propios cometidos que, en el caso de la energía, son cruciales para el desarrollo y la independencia. Ya se hizo en el pasado con resultados más que dignos de aprecio, aunque no exentos de desviaciones, hurtos, torpezas múltiples y errores, que es preciso enmendar. Pero la confianza de renovar ímpetus no ha desaparecido tan sólo porque algún agente interesado va repitiendo dogmas y consignas en contrario. Las inversiones necesarias, que son ciertamente cuantiosas, saldrán de donde siempre han salido: de los consumidores y no de las tesorerías de empresas trasnacionales que desean, con ardor de fenicios, ofrecerse como redentores. Menos todavía vendrán, sin gravosas condiciones, de los bolsillos de los inversionistas.
Pero estos arrestos de los legisladores priístas y perredistas, de consolidar sus dichos en ordenamientos tienen que encontrar, en la contraparte ejecutiva, una colosal tarea política y empresarial posterior.
Volver eficiente, a escala mundial, la industria eléctrica no es cosa sencilla ni tampoco viene sin penas o de inmediato. Ello implica grandes cambios organizativos que garanticen libertad de gestión, suficiencia financiera, transparencia operativa para la vigilancia ciudadana, sanas relaciones de trabajo que impulsen la productividad, destrucción de cacicazgos bien atrincherados, amasados por décadas de tolerancia y complicidades.
Es imperativo que se finiquiten los subsidios generalizados y regresivos que lastran la sana marcha de esa gran empresa y que el sector público cumpla con sus pagos por consumo. Profesionalizar la administración y no partidizar la formación de sus cuadros dirigentes requerirá de códigos de conducta estrictos y contrapesos sociales, que hay que fomentar, porque aún son débiles y dispersos los existentes.
En fin, poner en movimiento todo un programa, que no se ha visualizado al detalle, en el que la comunicación constante de objetivos, problemas y métodos de trabajo es otro de los requisitos indispensables para hacer del nacionalismo un impulso efectivo de creativa eficiencia.