Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 6 de febrero de 2002
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Política

Arnoldo Kraus

Baby K

La historia de Baby K, la bebé K, ha sido parteaguas en múltiples debates bioéticos. Su caso fue, y sigue siendo, motivo de reflexión acerca de los límites de la vida, de la medicina, de la autonomía, de la biotecnología y de las diversas facetas que gobiernan las relaciones entre médicos y pacientes. Sucintamente, la bebé K nació en octubre de 1992 en Virginia, Estados Unidos. A la madre se le había informado que la niña era anencefálica, por lo que obstetras y neonatólogos le sugirieron interrumpir el embarazo, a lo que ella se opuso.

Al nacer la bebé tuvo que ser apoyada con un ventilador mecánico -respiración artificial-, ya que de lo contrario fallecería. A los pocos días, los doctores conminaron a la progenitora a desconectar a su hija del respirador, pues respaldarla no cumplía, ni cumpliría, ningún propósito terapéutico o paliativo. Los doctores consideraron inapropiado, desde el punto de vista médico y humano, continuar "luchando por la vida" de la recién nacida -el término futilidad se utiliza para explicar esa situación-, porque la anencefalia, amén de ser una enfermedad mortal que conlleva innumerables problemas de salud, no es una condición que pueda denominarse "vida". En noviembre -mes y medio después del parto- se logró desconectar a la bebé y se le envió a un hospicio. La madre aceptó, pero advirtió que regresaría de presentarse alteraciones respiratorias o de otro tipo.

Cuarenta y cinco días después, la bebé fue conectada nuevamente al respirador artificial durante treinta días. Esta historia, aunada a múltiples problemas médicos, se repitió cada mes, por lo que se intubó en múltiples ocasiones. Dada la gravedad del caso, la certeza de que era fútil seguir cualquier tratamiento, de que los gastos económicos eran inútiles y que la muerte sobrevendría, a pesar de los mejores esfuerzos, el cuerpo médico confirmó de nueva cuenta que no tenía sentido seguir apoyando a la bebé. Ante la inconformidad de la madre y debido a que no existían en el hospital "reglas claras" acerca de situaciones como la descrita, el Comité de Etica se reunió junto con un siquiatra, un ministro religioso y un médico general ajenos al caso para discutir la situación de la bebé K. El comité, que incluía al padre de la niña, concluyó que desde el punto de vista ético tanto como médico era fútil continuar las maniobras.

Sin embargo, cuando el caso fue llevado a la corte, el juez sostuvo, basándose en principios antidiscriminatorios, que la madre tenía razón al solicitar que su hija fuese apoyada con los equipos necesarios cuantas veces lo requiriera. Finalmente, el juez aseveró que los padres tienen el derecho de decidir acerca del tratamiento médico para sus hijos y promulgó una sentencia que decía que todo producto con anencefalia debía ser intubado.

El caso de la bebé K planteó una serie de dilemas y preguntas que, por supuesto, rebasan el ámbito médico. Enlisto, sin responder, algunas de las cuestiones que hoy siguen en debate.

Mientras por un lado la madre aseveraba que cualquier vida humana, incluyendo la de su hija anencefálica, tiene valor, corrientes médicas y filosóficas contradicen esa noción. Por otra parte, acorde con algunos galenos, la ley que obliga en Estados Unidos a intubar bebés con ésa y otras malformaciones es contraria a la razón, pues es un procedimiento fútil, amén de que los obliga a realizar procedimientos opuestos a su juicio, e incluso adversos a su propia ética; en este sentido la futilidad puede entenderse como un acto que atenta contra la ética. Se dice también que el caso de la bebé K consumió enormes recursos médicos y económicos, justificables según la madre, mientras otros sostenían que podían haberse utilizado para solventar otro tipo de problemas médicos.

Otra lección amarga, muy amarga, quizá "la peor", fue que se involucró a la corte para decidir qué es lo "que se debía hacer", lo cual, por supuesto, coloca a los médicos por debajo de la sabiduría de los jueces. Haciendo un parangón entre la anencefalia, el sida, el cáncer o el retraso mental, el juez sostuvo que si no se atendía a la bebé K, los doctores podrían negarse a tratar esas enfermedades. Paradójicamente, la bebé vivió casi dos años. Hasta donde sé, no hay en la historia de la medicina un caso de anencefalia que haya vivido tanto tiempo.

Sin afán maniqueo enlisté algunas diatribas. En México carecemos de foros en los que la opinión pública se entere de estos vericuetos. Las recientes modificaciones a las leyes sobre el aborto apremian a implementar la cultura bioética.

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