Rolando Cordera Campos
De Davos al Hudson
Los ricos cambiaron temporalmente de sede para solidarizarse con la Gran Manzana y qué bueno. Se trata, después de todo, de la ciudad de todos, si no de la capital del mundo, que no existe, sí del espacio portentoso de la libertad y la esperanza ganadas con el esfuerzo y el riesgo, el sacrificio de generaciones mutantes, a las que desde hace ya décadas se han unido miles de compatriotas poblanos.
El 11 de septiembre y su destrucción criminal y terrorista nos conmovieron a todos y lanzaron al mundo a la feroz aventura de una guerra contra sus instintos más recónditos. También han llevado a Estados Unidos a plantearse los espinosos temas de la seguridad interior y del liderazgo internacional, que no se resuelven con manifestaciones de unidad nacional en el Capitolio, sino con delicadas reformas al modo estadunidense tradicional de entender su libertad y lugar en el mundo. Este sigue a la espera de un diseño que vea más allá de la venganza y se atreva a plantearse las tareas enormes de igualar el planeta por la base miserable que lo define y que los hombres y las (escasas) mujeres de Davos han soslayado por tanto tiempo. Ese olvido también lo cultivamos aquí y con particular entusiasmo en medio de la alternancia.
El 11 no cambió el mundo, nos advierte Paul Krugman, pero Enron sí puede definir la nueva gran división de la patria de Lincoln en la era global. No se trata sólo de un fraude majestuoso, histórico, sino de una manera de gobernar que se mordió la cola en su obsesión plutocrática y ahora no parece encontrar más salida que la mentira y el ocultamiento braveros de la información sobre las conductas de los gobernantes. Más que tomar nota o poner las barbas en remojo, los mexicanos bien haríamos en tomar a las instituciones en serio: para respetarlas, pero también para renovarlas cuanto antes.
Aquello de que las instituciones importan, acuñado por el Banco Mundial en tiempos de Stiglitz, dejó de ser un pretexto para mantener de contrabando el Consenso de Washington y se ha vuelto consigna mundial ante la emergencia: de Manhattan a Porto Alegre sólo queda clara una cosa: sin arreglos en lo fundamental entre los actores formales e informales de la posmodernidad, el mundo no sólo carece de sentido, sino que se desboca en un rumbo funesto de autodestrucción y absurda celebración del lujo minoritario. La Gran Manzana todo lo absorbe, pero ya no más impunemente, y es esta la gran lección que los ricos y poderosos del globo (y de aquí) tendrían que asumir antes de que sea tarde, si es que el reloj no nos engaña.
No sobra volver a citar algunos párrafos de las estupendas estampas de Richard Sennet sobre el "hombre de Davos", en su importante tratado sobre la corrosión del carácter en el capitalismo global. "Thomas Mann ambientó (en Davos) La montaña mágica, en un gran hotel que una vez fue sanatorio para tuberculosos. Durante la semana del Foro Económico Mundial, Davos da alojamiento al poder, más que a la salud... el centro de conferencias está a rebosar de ex comunistas que ensalzan el libre comercio y el consumo indiscriminado... La lengua franca es el inglés... El Foro... funciona más como una corte que como un congreso. Sus monarcas son los gobernadores de los grandes bancos o los directores de empresas internacionales... Los cortesanos hablan con fluidez y en tono bajo, siempre a punto de solicitar un préstamo o de concretar una venta. A estos hombres de negocios (son en su mayor parte hombres), la semana de Davos les cuesta un montón de dinero; sólo acude gente del más alto nivel, pero esa atmósfera cortesana está contaminada por un cierto temor, el temor a quedar fuera de combate, a ser excluido de este nevado Versalles... La corte de Davos rezuma energía... Este es un reino de la gente que 'ha llegado'." (Richard Sennet, La corrosión del carácter, Anagrama, 2000, pp. 62-65.)
La inocencia se perdió en Seattle e hizo explosión el 11/09/00. Ahora no se pueden ignorar Génova, Porto Alegre, Guantánamo, Enron. Salvo en estos lares, donde lo único que nos perturba son las pequeñas miserias: que si Paco madrugó a Memo o si Amalia y Demetrio le soplaron al secretario de Hacienda. Pura morralla, aunque a lo lejos del túnel se asome algo de luz en la Suprema Corte sobre Tlatelolco o en la prudencia del IFE ante el escándalo financiero del día. Pero todavía falta mucho, y el gobierno del cambio se desprende de sus mejores hombres que, en el caso de José Sarukhán, son también los del país. Como si sobraran.