Directora General: Carmen Lira Saade

México D.F. Sábado 26 de enero de 2002

Economía

Carlos Marichal

Mil 500 economistas se equivocan

El director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Horst Kohler, acaba de reconocer en entrevista publicada en el diario francés, Le Monde, que la crisis argentina es un fracaso para su institución y para "el conjunto de la comunidad internacional". Podría haber agregado que el origen de dicho fracaso se ha cifrado en la incapacidad de los expertos financieros de la banca multilateral en hacer pública la extrema fragilidad de las finanzas argentinas a lo largo del decenio de 1990.

No está de más recordar que en el edificio del FMI en Washington trabajan nada menos que mil 500 economistas, quienes supuestamente supervisan las finanzas de todos los países del mundo con gran atención. Sin embargo, este ejército de profesionales (egresados mayoritariamente de las universidades de Chicago, Yale, Harvard, Stanford, Columbia, Pennsylvania, California y algunos centros de posgrado británicos) no pudieron predecir la crisis estrepitosa de Argentina ni virtualmente ninguna de las grandes crisis de deuda de los países latinoamericanos de los últimos dos decenios. Ello revela una serie de problemas gravísimos.

En primer lugar, sugiere que los economistas que trabajan en los organismos multilaterales generalmente no tienen la capacidad de efectuar predicciones certeras, aun contando con una cantidad enorme de información de gobiernos y bancos. Se trata de un problema que se viene arrastrando hace mucho tiempo. Recordemos que antes de la explosión de primera gran crisis de la deuda en 1982, los directivos del FMI no exigieron a los gobiernos latinoamericanos que fortalecieran sus reservas ante el incremento exponencial de sus deudas externas. Por consiguiente, cuando estalló la primera mega-crisis, los bancos centrales latinoamericanos estaban completamente desprotegidos. Luego en el decenio de 1990, los informes de la banca multilateral así como de los grandes bancos privados internacionales se dedicaron a alabar y alentar los flujos descontrolados de capitales hacia los llamados mercados emergentes. Después vinieron los colapsos financieros de México, Tailandia, Corea, Indonesia, Rusia y ahora Argentina. En ningún caso fue capaz ni el FMI ni la comunidad financiera internacional de hacer público los enormes peligros en ciernes y poner en marcha mecanismos que salvasen a dichos pueblos de la catástrofe.

En el caso de Argentina, el FMI y los departamentos de estudios de los bancos privados internacionales avalaron el increíble aumento del endeudamiento externo que se dio bajo la égida de uno de los más corruptos gobernantes de la historia ese país, Carlos Menem (1989-1999). En 1994 la deuda externa argentina ya alcanzaba 72 mil millones de dólares que era excesiva para la capacidad de pago del país. Sin embargo, los directivos del FMI no tomaron la decisión valiente de señalar a la banca privada de que debían aminorar los flujos de capital hacia el Río de la Plata. Así para 1999, tras una orgía especulativa, la deuda ya había superado los 145 mil millones de dólares, lo que era impagable teniendo en cuenta los bajos ingresos fiscales del gobierno sudamericano.

El derrumbe financiero y político que ha sufrido Argentina en el último mes demuestra que las autoridades financieras de ese país y de la banca internacional construyeron un gigantesco castillo de naipes, sujeto a los vientos destructores de la globalización financiera. Ahora, el FMI reconoce su fracaso y pide perdón. Pero ello no resuelve el problema del hambre y de la pobreza ni en Argentina, ni en otros países que han sufrido la irresponsabilidad en la gestión pública, alentada por una colosal especulación financiera nacional e internacional.

En todo caso, una de las lecciones que conviene aprender es que no puede confiarse simplemente en los informes de economistas cuyos empleos los vinculan esencialmente con la lógica de expansión de los negocios de la banca internacional privada. Para contar con una mejor información que contrarreste este sesgo, son necesarias reformas radicales. Sería necesario, por ejemplo, que en toda la banca multilateral (y en particular en el FMI) se multiplicaran grupos de trabajo de expertos (en economía, política y sociedad) con ciudadanos informados de los países miembros del banco en cuestión para producir informes que no dejasen de señalar peligros cuando se manifiestan. Recordemos que el FMI, como toda la banca multilateral es una institución pública y, por lo tanto, tiene que dejar de ser virtual sirviente de banqueros y rehén de economistas que tienen como prioridad el fomento de la ganancia financiera. El interés público va mucho más allá de esto.