La Jornada Semanal,  20 de enero del 2002                         núm. 359
Novísimos de Lagos de Moreno

Durante la primera década del siglo XX, Lagos de Moreno lanza su mejor dardo de escritores a las letras mexicanas: Mariano Azuela, Francisco González León, Carlos González Peña, Antonio Moreno Oviedo y otros de manufactura menor.

Sin embargo, al terminar la revolución cristera la ciudad (al igual que toda la región de Los Altos) se hunde en un letargo en el que sólo destacan figuras como Alfonso de Alba, Alfredo Márquez Campos, Adalberto Navarro Sánchez y los hijos de laguenses Hugo Gutiérrez Vega y Arturo Azuela, quienes prefirieron radicar en Guadalajara o en la Ciudad de México, y se limitó la producción local a obras tardías de escritores malogrados y a publicaciones en los "rincones poéticos" de periódicos como Provincia o Vértice, entre otros.

Hacia el último tercio del siglo, tres factores confluyeron para que se gestara una nueva apreciación de la literatura: la instalación de la Universidad de Guadalajara en Lagos y el nacimiento del Centro Regional de Humanidades, en la década de los setenta y la fundación de la Casa de la Cultura, a principios de los noventa. En este contexto, Sergio López Mena inicia en 1991 el primer taller literario, incorporando jóvenes y anhelos nuevos de creación, cuya continuidad es vigente hasta hoy.

Destaca la actividad narrativa de Rodolfo Revilla, el placer por la literatura para niños de Lourdes Jiménez y la incursión de poetas como José Manuel González, Dante Alejandro Velázquez, Iván Rodríguez Montán, Francisco de Molina, Érika Galván, Irma Esthela Guerra, José Miguel Becerra y Beatriz Ortiz Wario, quienes trabajan en publicaciones locales como Tinta Nueva, Cuadernos del Tlacuache y Cronos.

Cabe señalar que aún falta establecer en la ciudad una academia formal para la literatura, pues el quehacer se limita a grupos de aficionados (aunque en proceso de consolidación) donde se analiza el trabajo creativo y se plantean como paradigmas la autocrítica y el interés por la lectura.

D.A.V.

Poema
José Manuel González Hernández
(1968)

*

el muro me prepara un laberinto
al tamaño de la noche
pone vida en los objetos
las sillas hablan
llora el espejo visiones enclaustradas
en palabras de relámpago
la mesa me ata a una voz como de mar en picada
sobre olores de recuerdos envejecidos

su blancura invade
y me prolonga rasguños en la mirada

pero sigo
pero avanzo en él como en la soga
que me hará a la nada indescifrable
desconocido al brillo de las horas
aguardando otro instante endemoniado por mis risas
suspendidas en el muro

*
un grito amasa tu cuerpo en el amanecer adherido a la tristeza

da gusto el dolor de saberte golondrina
en la espiral de otra época
en los labios del aire
que te llevó a fundar la risa
sobre la sombra de un cuerpo extraño

da gusto la tristeza de mis noches
al saber de ti en otro sueño

Adonde va la noche
Dante Alejandro Velázquez
(1973)
A donde va la noche iré
tendré su causa y su flagelo
llevaré una tea, un largo cordón de fuego
que hilé con el sueño de mis muertos

En su boca de madre
he de atar al hombre que soy
al niño blando, al truhán

al amante quieto
al dios perseguido
al sucio hermano que intriga

La noche
carcajada de ruinas
mercader y presidio.

La noche
ésa que me desnuda, que me amanece.

Estático
Iván Rodríguez Montán
(1981)
Yo, como las plantas,
sigo aquí, estático
en este lugar donde
las cosas simplemente
                                 ocurren.

En esta situación
todas las cosas del mundo
se pueden convertir en lluvia
pueden caer como lluvia
y deshacerse en los hombros.

El camino
Beatriz Ortiz Wario
(1980)
Danza la hierba
el ritual titubeante de nuestros pasos.

Aquí florecemos como el polvo, como dos guijarros
absurdos que vagaran ultrajando
el recinto
         el éxodo del sol
y las siete de la noche en este reloj lisiado.

Vadeamos el camino como dos hijos perfectos
de la estupidez del paisaje.

Atrás queda la enfermedad que padecimos
los viernes por la noche. Ahora
uno al otro nos tenemos para sufrirnos.

Uno la robusta sombra del otro.

Si levantáramos la vista
sólo para encontrar hacia el sur las semillas
frágiles de nuestros pies sobre el limo.

A estas alturas
no intenten los árboles
ocultarnos el sol.


Mientras muere el verano

I

Otro atardecer se insinúa
en el dolor pegajoso que se cuela en esta hamaca.

El eco de un ruido distante
se desmorona en el balcón.

II
La ventana es el jirón de la tarde ojerosa
que reinventa mi destierro
con una parvada de viento y tierra mojada.

Entra,
huye escaleras arriba,
se lleva el silencio de algunas hojas en blanco,

III
Hablo del tedio: reinventar
el vértigo que se levanta entre un eco y su ruido,
desde el eco horizontal de alguna hamaca.

Hablar del dolor
                      dulce, pegajoso,
llorar desde este lado del balcón empolvado.
 
 

Tourniquet
Francisco de Molina
(1975)

Sobre el cadáver de una mujer estoy creciendo,
en sus huesos se enroscan mis raíces
Rosario Castellanos

Hablo con un rosal por lengua, con miedo de que el mar
me encuentre llorando en la banca de un parque.
A la sombra del último cigarrillo las dimensiones del
insomnio resultan demasiado pequeñas en relación a mis recuerdos:
Dicen que encontraron la jeringa colgándole del brazo...
Y viene la soledad a instalarse como un hueco entre
las piernas, amartillando sus armas detrás de mi oreja.
Es la hora de siempre y en mi corazón merodea un gato con
el corazón aguijoneado por los pájaros de octubre.
Dicen que encontraron la jeringa colgándole del brazo;
que en sus labios crecía el azul vértigo del frío,
la primera sílaba del suicidio.

Dormiremos
Érika Galván Hernández
(1978)

Antes de la noche
tocaré tu alma,

tomaré el vino
de tus venas
y dormiremos
siglos en la tierra.

Olvidaremos
las espinas de la luz
en el sueño
divino.

Vayamos de la mano
con el que no muere.

andemos hasta
teñir de rojo el universo.

Haremos el amor
durante el ayer
del suicidio del tiempo.