Durante la primera década del siglo XX, Lagos de Moreno lanza su mejor dardo de escritores a las letras mexicanas: Mariano Azuela, Francisco González León, Carlos González Peña, Antonio Moreno Oviedo y otros de manufactura menor. Sin embargo, al terminar la revolución cristera la ciudad (al igual que toda la región de Los Altos) se hunde en un letargo en el que sólo destacan figuras como Alfonso de Alba, Alfredo Márquez Campos, Adalberto Navarro Sánchez y los hijos de laguenses Hugo Gutiérrez Vega y Arturo Azuela, quienes prefirieron radicar en Guadalajara o en la Ciudad de México, y se limitó la producción local a obras tardías de escritores malogrados y a publicaciones en los "rincones poéticos" de periódicos como Provincia o Vértice, entre otros. Hacia el último tercio del siglo, tres factores confluyeron para que se gestara una nueva apreciación de la literatura: la instalación de la Universidad de Guadalajara en Lagos y el nacimiento del Centro Regional de Humanidades, en la década de los setenta y la fundación de la Casa de la Cultura, a principios de los noventa. En este contexto, Sergio López Mena inicia en 1991 el primer taller literario, incorporando jóvenes y anhelos nuevos de creación, cuya continuidad es vigente hasta hoy. Destaca la actividad narrativa de Rodolfo Revilla, el placer por la literatura para niños de Lourdes Jiménez y la incursión de poetas como José Manuel González, Dante Alejandro Velázquez, Iván Rodríguez Montán, Francisco de Molina, Érika Galván, Irma Esthela Guerra, José Miguel Becerra y Beatriz Ortiz Wario, quienes trabajan en publicaciones locales como Tinta Nueva, Cuadernos del Tlacuache y Cronos. Cabe señalar que aún falta establecer en la ciudad una academia formal para la literatura, pues el quehacer se limita a grupos de aficionados (aunque en proceso de consolidación) donde se analiza el trabajo creativo y se plantean como paradigmas la autocrítica y el interés por la lectura. D.A.V.
Poema
* al tamaño de la noche pone vida en los objetos las sillas hablan llora el espejo visiones enclaustradas en palabras de relámpago la mesa me ata a una voz como de mar en picada sobre olores de recuerdos envejecidos su blancura invade
pero sigo
da gusto el dolor de saberte
golondrina
da gusto la tristeza de mis
noches
Dante Alejandro Velázquez (1973) tendré su causa y su flagelo llevaré una tea, un largo cordón de fuego que hilé con el sueño de mis muertos En su boca de madre
al amante quieto
La noche
La noche
Iván Rodríguez Montán (1981) sigo aquí, estático en este lugar donde las cosas simplemente ocurren. En esta situación
Beatriz Ortiz Wario (1980) el ritual titubeante de nuestros pasos. Aquí florecemos como
el polvo, como dos guijarros
Vadeamos el camino como dos
hijos perfectos
Atrás queda la enfermedad
que padecimos
Uno la robusta sombra del otro. Si levantáramos la
vista
A estas alturas
Mientras muere el verano I en el dolor pegajoso que se cuela en esta hamaca. El eco de un ruido distante
que reinventa mi destierro con una parvada de viento y tierra mojada. Entra,
el vértigo que se levanta entre un eco y su ruido, desde el eco horizontal de alguna hamaca. Hablar del dolor
Tourniquet
Sobre el cadáver
de una mujer estoy creciendo,
me encuentre llorando en la banca de un parque. A la sombra del último cigarrillo las dimensiones del insomnio resultan demasiado pequeñas en relación a mis recuerdos: Dicen que encontraron la jeringa colgándole del brazo... Y viene la soledad a instalarse como un hueco entre las piernas, amartillando sus armas detrás de mi oreja. Es la hora de siempre y en mi corazón merodea un gato con el corazón aguijoneado por los pájaros de octubre. Dicen que encontraron la jeringa colgándole del brazo; que en sus labios crecía el azul vértigo del frío, la primera sílaba del suicidio. Dormiremos
tocaré tu alma, tomaré el vino
Olvidaremos
Vayamos de la mano
andemos hasta
Haremos el amor
|