Miércoles 16 de enero
de 2002 |
Hasta Adentro El Encuentro n Marko Castillo |
Uno puede toparse en
la vida con lo inesperado; un billete abandonado en la
acera esperando nuestro paso cotidiano, la joya que hace
meses pensamos había hurtado nuestro mejor amigo, el
apunte exacto para concretar un estudio, la antigüedad
precisa para adornar nuestro estudio, la molesta arruga
que nos enfrenta con el tiempo, o a veces, sin bañarnos,
salimos en pijama a tirar la basura y nos topamos con lo
que los cursis llaman amor. El encuentro con el teatro, si sucede, es un acontecimiento inolvidable en nuestras vidas (no el toparnos con las piedras del edificio, ni recordar que en un recinto así se llevó a cabo nuestra graduación), el impacto de saber que a través de imágenes que responden al convencionalismo del mundo de la ficción y tocan el interior de nuestras almas por medio del arte de la hipocresía es inenarrable. Por medio del teatro podemos descubrirnos asesinos, amantes apasionados, ingenuos, celosos, abyectos, puros, mártires, santos, humildes, orgullosos, soberbios, y todo llevado a los límites delicados que definen nuestra estancia en la vida ordinaria o pasar unas vacaciones en "la casa de la risa". Pero ¿qué es el teatro? ¿Es una profesión, gusto, capricho, necedad, mentira, vaso comunicante, hobbie, forma de vida, chamba, entrega, distracción, entretenimiento, gozo, hechizo, mentira u obsesión? ¿Cómo definir esta esencia que es capaz de materializarse en el escenario? ¿Como una ilusión, magia, sorpresa, intensidad, concreción, disciplina, estudio, trabajo? ¿O como diría un actor mamón al que conozco, "es mi propia vida" (como si a alguien le interesara su conspicua existencia)? Intentos para definir el teatro hay muchos. "La síntesis de las artes". "El medio por el cual las emociones toman su cauce". "Mímesis de la vida". "Espejo de nuestro comportamiento". "Simulacro de la realidad". "Ficción verdadera". "Hecho por el cual se logra la catarsis de nuestras emociones". "El teatro es el reflejo de la cultura de un pueblo". "Un pueblo sin teatro es un pueblo sin verdad". Para definirlo, así como cualquier cosa en la vida, así se trate de la moral, de la religión, la política o de la economía, se necesita vivirlo desde y hasta adentro, la gente que hace teatro, al igual que la que lo ve, tiene una opinión personal y seguramente acertada de lo que de manera particular significa la idea de hacer teatro. Desde mi propia experiencia (no puedo hablar por los demás, ni siquiera con la certeza de que viven equivocados), el quehacer teatral se convierte en una necesidad obsesiva por encontrarse a uno mismo dentro de sí. Como si el hecho cotidiano de la respiración o de la pulsación invisible del corazón dependiera de los volubles giros de este juego de emociones. Como si el hálito que alimenta este cuerpo necesitara perfumarse con los arrebatos místicos del invisible amante que no ensucia nuestras sábanas. Si me atreviera a dar una definición del teatro podría ensayar la siguiente: "Es el delicado estilete que nos abre impúdicamente en canal para mostrar de manera indecente nuestras vísceras alimentadas de las pasiones que nuestra condición humana impone. Vida, muerte, resignación y odio. Gracias te doy, padre amante teatro, por darle la oportunidad a quien quiera acercarse a ti de transformar nuestra monótona cotidianeidad en un palacio de leyendas, en donde nosotros, actores de nuestra propia vida, somos los protagonistas indiscutibles del rol que escogimos ejecutar". Creo que nuestras autoridades deben propiciar estos encuentros con el teatro. |