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Ť En México circula su libro Un episodio en la vida del pintor viajero, editado por Era
César Aira asume la improvisación como fundamento de su quehacer narrativo
Ť Para recibir una condecoración de Francia se comprará ''un traje de enterrador''
CESAR GÜEMES
Si buscó ser desconcertante, lo ha logrado con creces. Inubicable en cajón alguno de la narrativa contemporánea, el argentino César Aira es autor de numerosas obras breves que alcanzan con facilidad la media centena dentro de la novela, el teatro y el ensayo. Ahora llega a México un volumen que corrobora su trayectoria, Un episodio en la vida del pintor viajero, publicado por Era y en la que despacha en menos de cien páginas la existencia de su personaje Johan Moritz Rugendas.
-Tu forma de escribir se relaciona con la escritura automática, al menos desde el punto de vista del lector. Sin embargo, es posible que el proceso sea un juego altamente meditado. ƑCuál es la realidad?
-Mi sistema es la improvisación. Pero trato de pensarlo con todo cuidado a medida que escribo, porque sé que así como salga, así va a quedar. No me gusta corregir, nunca lo hago. Tampoco me gusta pensarlo por anticipado. Soy un promotor militante de la improvisación, al punto de creer que debería ser materia obligatoria en las escuelas. La improvisación es el arte del presente, es decir la receta de la felicidad.
-En México te conocemos por una obra llena de destellos y chispazos de ingenio. A un autor así no es fácil imaginarlo recibiendo la Orden de las Artes y las Letras de Francia. ƑCómo fue para ti obtener esa distinción?
-Por el momento, el trámite se limitó a una amable carta de la ministra de Cultura de Francia, y un diploma. Está pendiente la ceremonia, para la que supongo tendré que comprarme un traje negro, de enterrador.
-Es singular en Latinoamérica que tu trabajo sea al mismo tiempo amplio en número de títulos y breve en número de páginas. Vas a contracorriente de la tendencia de esta narrativa, tan larga en sus páginas. ƑTe miras solo en este panorama?
-Empecé escribiendo novelas de extensión más o menos normal y fui abreviando con el tiempo. Ahora no paso nunca de cien páginas. No es un proyecto deliberado. La brevedad puede deberse a que concibo mis novelas como experimentos, como un químico que mezcla dos gases para ver qué pasa. Por supuesto, hay que pensar en un químico aficionado, dominical, o mejor en un niño jugando al químico. Un experimento es por esencia breve, porque una vez que se revela cómo funcionan las hipótesis puestas a prueba, se terminó, y no hay más que hacer que iniciar otro experimento.
''También es posible que esto sea una racionalización, y el motivo de mi brevedad sea la impaciencia o la pereza o la inseguridad y el miedo a aburrir. Para ser sincero, votaría por la inseguridad; nunca termino de convencerme de que lo que hago valga la pena. Con todo, diría que un beneficio de la brevedad es la libertad; una de mis novelitas de 50 o 70 páginas puedo escribirla en dos meses, y como no siento que perder dos meses de mi vida sea tan grave, puedo permitirme cualquier cosa: si sale mal, no me hago problemas. Embarcarme en una novela larga, en años de trabajo, me obligaría a ir sobre seguro, y se perdería toda la diversión".
-ƑCómo se puede expresar, dentro de tu nueva novela, el asombro de un extranjero que encuentra América Latina con tus ojos que la han visto siempre?
-Poner en escena a un extranjero no es más que hacer el relato del trabajo artístico, que es extrañar o renovar la percepción. Lo que importa en esta novela no es tanto que el artista sea extranjero, sino que sea viajero, y lleve su arte consigo, y lo invente a cada paso, adaptándolo a circunstancias que se transforman todo el tiempo. Así es como querría que fuera la literatura.
El aroma de un mundo perdido
-ƑCómo te sientes respecto de tu generación entre la que se encuentran figuras como Pedro Lemebel, Juan Villoro o el mismo Jorge Valdano?
-Debo confesar que casi no leo a mis contemporáneos. Y aclaro que no tengo ninguna pretensión de que me lean a mí. Me sorprende que alguien lo haga. En cambio, me gustaría que alguien me leyera dentro de varios siglos, y encontrara en mis novelas el aroma de un mundo perdido.
-De México, Ƒqué te interesa o te inquieta?
-He pasado sólo periodos cortos en este país, así que sería imprudente abrir juicio. Me gusta casi todo: el centro del DF, los murales de Rivera, los de Orozco en Guadalajara, la pintura en general, los alebrijes, López Velarde, Villaurrutia, Novo. Para no parecer demagógico, menciono una cosa que no me gusta: la cantidad excesiva de personas, que me hace pensar en una fábrica de carne humana administrada por una oligarquía más implacable que en otros países latinoamericanos.