04an1cul
''Hablaría de mi amor suavemente'' /II
John Berger
Miércoles
Nazim, quiero describirte la mesa en la que trabajo. Es
una mesa blanca, de metal, propia de un jardín, una como la que
podrías toparte en los terrenos de un yali en el Bósforo.
Esta se halla en la veranda cubierta de una casa pequeña
en los suburbios, al sureste de París. La casa se construyó
en 1938, una de tantas construida aquí para alojar artesanos, gente
con oficios, obreros calificados.
En 1938 tú te hallabas en prisión. Un reloj
de pulsera colgaba de un clavo encima de tu cama. En el pabellón
arriba del tuyo, tres bandidos encadenados esperaban su sentencia de muerte.
Siempre hay demasiados papeles en esta mesa. Cada mañana
lo primero que hago, mientras bebo café, es intentar ponerlos en
orden. A mi derecha hay una maceta con una planta que sé te gustaría.
Tiene hojas muy oscuras. Su envés es del color del damasceno; en
la parte de arriba, la luz las ha manchado de marrón oscuro. Las
hojas se agrupan en tríadas, como si fueran mariposas nocturnas
-son del mismo tamaño que las mariposas- que se alimentan de la
misma flor. Las flores de la planta son pequeñas, son rosa y tan
inocentes como las voces de niños que aprenden una canción
en la primaria. Es una especie de trébol gigante. Esta en particular
viene de Polonia, donde le nombran koniczyna. Me fue regalada por
la madre de un amigo, quien la cultivó en su jardín cerca
de la frontera con Ucrania. Esa mujer posee unos ojos azules sorprendentes
y no puede dejar de tocar sus plantas mientras se pasea por el jardín
o deambula por su casa, como algunas abuelas que no pueden dejar de tocar
las cabezas de sus nietos pequeños.
"Mi amor mi rosa
mi viaje por la planicie polaca
ha comenzado:
Soy un niño pequeño, feliz y
maravillado
un niño
que mira su primer libro de estampas
de gente
animales
objetos, plantas."
En una narración todo depende de qué sigue
a qué. Y el orden más cierto es apenas obvio. Ensayas uno
y yerras. A menudo muchas veces. Es por esto que un par de tijeras y una
cinta adhesiva están también sobre la mesa.
La cinta no se halla ajustada a ningún despachador
de esos que hacen posible desprenderle un tramo. Tengo que cortar la cinta
con las tijeras. Lo difícil es hallarle la punta en el carrete,
y después desenrrollarla. Busco impaciente, irritado, con mis uñas.
Cuando por fin encuentro el borde, lo pego en el filo de la mesa, y dejo
que la cinta se desenrolle hasta tocar el piso, luego la dejo ahí,
colgando.
A veces salgo de la veranda a la habitación de
junto, donde converso, como o leo el periódico. Hace unos días,
sentado en este cuarto, algo captó mi atención porque se
movía. Una diminuta cascada de agua titilante se volcaba, rizándose,
hacia el piso de la veranda, cerca de las patas de la silla vacía
frente a la mesa. Algunos arroyos de los Alpes comienzan con algo no mayor
que un goteo así.
Un rollo de cinta adhesiva agitado por el aire que se
cuela por la ventana es a veces suficiente para mover montañas.
Jueves por la noche
Hace
diez años me hallaba cerca de la Estación Haydar-Pacha, frente
a un edificio en Estambul donde la policía interrogaba a sospechosos.
En el piso más alto detenían a los prisioneros políticos
y cotejaban sus declaraciones, a veces por semanas. Hikmet fue interrogado
precisamente ahí, en 1938.
El edificio no fue diseñado como cárcel
sino como una inmensa fortaleza administrativa. Parece indestructible y
está hecho de ladrillos y silencio.
Las prisiones planeadas expresamente como tales tienen
un aire siniestro, y con frecuencia nervioso, de perentoriedad. La prisión
de Bursa, por ejemplo, en la que Hikmet pasó diez años, era
llamada ''el aeroplano de piedra", por su disposición irregular.
La fortaleza quieta que yo miraba frente a la estación
tenía, por contraste, la secrecía y la tranquilidad de un
monumento al silencio.
Quien quiera que aquí se halle, pase lo que pase
aquí adentro -anunciaba el edificio con tonos mesurados- será
olvidado, borrado de los registros, enterrado en una fisura entre Europa
y Asia.
Fue entonces que comprendí algo acerca de la estrategia
única e inevitable de su poesía: ¡tenía que
remontar continuamente su propio confinamiento! En todas partes, los prisioneros
sueñan siempre con el Gran Escape, pero no la poesía de Hikmet.
Antes de siquiera comenzar, su poesía situaba la prisión
como un punto minúsculo en el mapa del mundo.
''El más bello de los mares
no se ha cruzado aún.
La más bella de las criaturas
no ha crecido aún.
Nuestros más hermosos días
no los hemos visto aún.
Y las más bellas palabras que
quisiera decirte
no las he dicho aún.
Nos tomaron prisioneros,
nos han encerrado:
a mí entre estas paredes,
a ti afuera.
Eso no es nada.
Lo peor
es cuando las personas -lo sepan o no-
levan la prisión por dentro...
A la mayoría se les fuerza a ello,
personas honestas, trabajadoras, buenas
dignas de ser amadas tanto como yo
te amo a ti."
Su poesía, como un compás geométrico,
trazaba círculos, a veces íntimos, a veces amplios y globales,
con su afilada punta inserta en la celda de la prisión.
A menudo me parece que muchos de los más importantes
poemas del siglo XX -escritos por mujeres y por hombres- pueden ser los
más fraternales alguna vez escritos. Esto nada tiene que ver con
consignas políticas. Se aplica a Rilke quien era apolítico,
a Borges que era reaccionario, y a Hikmet quien toda su vida fue comunista.
Nuestro siglo fue uno de masacres sin precedente y, no obstante, el futuro
que imaginó (y por el que a menudo luchó) proponía
la fraternidad. Muy pocos de los siglos anteriores propusieron algo semejante.
Estos hombres, Dino,
con girones de luz en las manos,
¿adónde se dirigen
en esta penumbra, Dino?
Tú, yo también:
estamos con ellos, Dino.
Nosotros también, Dino,
hemos atisbado el cielo azul.
Traducción del texto de John Berger y versión
de los poemas de Nazim Hikmet: Ramón Vera Herrera