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José Cueli
El aire levantaba El Juli
El Juli rompió la monotonía dominical de las corridas por su toreo exótico, en tarde de negrura lluviosa sobre el ruedo de la Plaza México, en que parecía la ronca voz del tiempo llorar su agonía. El Juli sentía el placer superior de no pasar desapercibido en ningún momento, más allá de su quehacer torero. Y ya sabemos que lo exótico es el umbral de lo misterioso ƑQueda algo en pie que desentone de la uniformidad en el toreo? Qué puede desentonar si el toro perdió la singularidad que le daba la casta, como lo confirmamos una vez más con los toros gordos, parados de Bernaldo de Quirós.
La uniformidad en el toreo ha aventado la poesía de las plazas, Ƒy qué vale una plaza de la que desaparece todo vestigio del pasado? Como la historia del toreo moderno tiende a la uniformidad, no existen diferencias entre los toros y los toreros, los públicos lentamente pierden el interés en asistir a las plazas pese al lleno de la tarde de ayer.
En la fría hora del crepúsculo más propicia a la meditación que a la algarabía, el espíritu del coso de Insurgentes se sintió invadido por los fantasmas del pasado tal vez presentes como testigos invisibles de la agitación promovida por El Juli envuelto en una atmósfera de distinción en la cual desentonaba toda sombra de vulgaridad.
El Juli buscó afanosamente el magisterio, fiel a un temperamento ya troquelado y definido con esa luz majestuosa que se inició desde su niñez. Voló pronto en una carrera rápida, precoz, de vuelo autónomo y nos ofreció la justa majestad de su toreo servida de la mejor técnica.
Y al conjunto de esta predilección nos brindó toda su potencialidad de torero de amplia línea gentil y de decorador de fantástico numen, que fluía como una forma de incluir a los aficionados en su faena para escoltar el toreo que dibujó sobre el ruedo. La línea de sus redondos fue de amplia elegancia y natural y airoso contorno que terminaron por orquestar una musicalidad torera juliana y el triunfo resonante a los gritos de štorero torero! En tarde que Leopoldo Casasola le peleó las palmas pase a pase al maestro madrileño que pisa el umbral de lo misterioso.