Lunes en la Ciencia, 31 de diciembre del 2001
El hollín atmosférico Oscar Peralta En 1948, en Donora, pueblo minero de Estados Unidos, las condiciones climáticas y el humo proveniente de los hornos de fundición de zinc en el lugar crearon una nube que mató a cerca de 20 personas y enfermó a más de 6000. Seis años más tarde, en Londres, Inglaterra, una inversión térmica, en combinación con la humedad del ambiente y el hollín producido por quemar carbón, mató por asfixia a cientos de personas y hospitalizó a miles más. En ambos casos, las terribles condiciones atmosféricas duraron varios días y por esta razón afectaron a tantas personas. El principal participante de tales episodios fue el hollín, subproducto de la combustión incompleta. El hollín puede contener cientos e incluso miles de compuestos orgánicos derivados de la combustión, y algunos son altamente cancerígenos. Además contiene carbón negro, que puede funcionar como receptáculo para otras sustancias que resultan de la quema del combustible, tal como sucedió en Londres, donde el hollín funcionó como superficie para que la humedad se condensara y reaccionara con el dióxido de azufre que había en el ambiente para producir ácido sulfúrico. Estas partículas quemaban la tráquea y los pulmones de la gente que las respiraba. El tamaño de las partículas de hollín puede ser desde decenas de micras hasta sólo décimas de micra. De éstas, las de menor tamaño son las más peligrosas, ya que entran al tracto respiratorio con gran facilidad y se depositan en los alvéolos. Además, en muchos casos los efectos directos en el organismo son a largo plazo y esto hace creer a la gente que tiene cierta inmunidad a ellas. El hollín absorbe gran cantidad de radiación solar, lo que produce un incremento en la temperatura media de la atmósfera baja y provoca la evaporación de nubes. El control de las emisiones de hollín a la atmósfera no es tarea fácil, ya que el hollín es un producto directo de los procesos incompletos de combustión, y el consumo de combustibles, sobre todo en las grandes ciudades, va en constante aumento. La ciudad de México presenta características geográficas (a 2200 metros sobre el nivel del mar y rodeada de montañas que evitan la dispersión de partículas y gases contaminantes), sociales (con millones de automóviles en circulación, problemas de tráfico y consumo de todo tipo de combustibles, incluso algunos no destinados para ese fin, como basura, llantas y plásticos) y climáticas (con temporadas de lluvia muy intensas y poca circulación de vientos) que desafortunadamente parecen favorecer los procesos incompletos de combustión; es decir, promueven la emisión de hollín a la atmósfera. Incluso las fases de contingencia ambiental, pese a que pretenden frenar el aumento de contaminantes en el aire, son métodos correctivos, pues se aplican una vez que los contaminantes alcanzan niveles potencialmente peligrosos. Entonces, se corre el riesgo de que su aplicación sea demasiado tarde para una parte de la población. Por este motivo, las autoridades federales y locales no sólo deberían tomar en cuenta la concentración y el tamaño de las partículas suspendidas en el aire al momento de declarar una contingencia ambiental, sino también el origen de las mismas, pues es evidente que algunas partículas son más dañinas que otras, y finalmente lo que se busca es prevenir a tiempo una posible situación de desastre ambiental y no pasar por otro episodio lamentable como los vividos en Donora y en Londres. El autor tiene maestría en física de la atmósfera. Centro de Ciencias de la Atmósfera, UNAM |