Hondo, muy hondo, casi
todo ser pierde
y gana en la hondura, más
allá de aquella luz
que nadie ha visto, pero
en lo más profundo del cuerpo
respira la sombra del alma,
lo que pudo ser, ¿qué es el alma?,
lo que tal vez nunca dejará
de respirar y de ser.
Hondo, de hondura casi total,
mucho más hondo aún:
sospecho que nadie se descubre
a sí mismo
en el vuelo de aquella luz,
tal vez nadie la ha visto nunca,
pero todos saben que el
alma existe
y el mundo es mucho más
hondo, todavía.
Casi todos saben que la sombra
del alma cuelga del aire
como si fuese el cordón
umbilical
de una criatura ingrávida
que sube y sube en medio
del oxígeno.
Uno escribe como puede, luego
el alma existe,
uno escribe como puede en
aquella hondura
que sube, se multiplica
y sube en medio del oxígeno.
Supongamos que la sombra
del alma existe, después de todo,
y al fin todos saben lo
que se oculta
y brilla en su interior,
antes y después de todo.
Hasta ahora, desde que el
mundo
es mundo, no ha nacido un
hombre sin alma