Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 8 de diciembre de 2001
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Cultura
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SABADO Ť 8 Ť DICIEMBRE Ť 2001

Ť Editará Alfaguara una obra acerca del mundo del escritor jalisciense

Juan José Arreola se instalaba en un paraíso sensual y recurría a la palabra para seducir

Ť La literatura es una experiencia formidable y con más riqueza que la vida misma, decía

Ť En la televisión, el público descubrió en él la voz universal del poeta

CLAUDIA GOMEZ HARO ESPECIAL PARA LA JORNADA

''Yo soy un desollado vivo", se definió Juan José Arreola. Metáfora que dibuja la hipersensibilidad a flor de piel del escritor cuya obra consta de pocos, pero esenciales títulos dentro de la narrativa latinoamericana: Varia invención (1949), Confabulario (1952), Bestiario (1959), La feria (1963), Palindroma (1971).

Fábula, humor, ironía que toca la sátira, un universo fantástico, a un tiempo lúdico y grave, plasmado por las pinceladas mágicas de una imaginación desbordante. En la brevedad de sus relatos -verdaderos poemas en prosa-, sin perder el espíritu festivo, Arreola alcanzó el más alto nivel de intensidad para profundizar en la dialéctica interior del alma y el conflicto de la condición humana a partir de bellísimos cuadros relatados con la precisión y claridad de una pluma como pocas hay en la historia de nuestra literatura. ''Libertad de una ilimitada imaginación, regida por una lúcida inteligencia", dijo Borges de Arreola; esa libertad implacable unida a la soberbia riqueza del lenguaje y al dominio de la expresión verbal han hecho de Juan José Arreola uno de los personajes más geniales de nuestro tiempo.

Lucha por la sinceridad

Con el profundo dolor de su muerte, considero justo y necesario hacer un alto para celebrar la figura y la obra del maestro: ''Siempre he luchado por la sinceridad como una criatura desollada, sin piel que me defienda", solía decirme parafraseando a su queridísimo López Velarde. Con sus cabellos revueltos, plateados, acostumbrado a llevarlos como al descuido, a sus 83 años Arreola seguía siendo un desollado que se extraviaba en los placeres de la inteligencia y en los paraísos de la memoria.

Para él la palabra fue inacabable, la posesión del idioma fue de esas posesiones que no son posibles más que en la genialidad, el delirio y los sueños: ''Soy un joven soñador que quiso ser bueno y que deseó poseer la palabra". Esta idea pobló su alma durante ocho décadas; habitó y seguirá habitando su infinito universo.

''No he podido ejercer la literatura, pero he dedicado todas las horas posibles para amarla. Amo el lenguaje por sobre todas las cosas y venero a los que mediante la palabra han manifestado el espíritu, desde Isaías hasta Franz Kafka." El amor que Arreola profesó por la literatura toda su vida fue estremecedor. Sabemos que vivió rodeado de sombras clásicas y benévolas que protegieron su sueño de escritor durante todos estos años y que en repetidas ocasiones revelaron su desconfianza por casi toda la literatura contemporánea.

En 1996 el Centro de Cultura Casa Lamm organizó un homenaje al maestro. El propósito fue rendir un merecido tributo de afecto y de admiración a la persona y la obra de un hombre que compartió con nosotros, de manera generosa, la experiencia vital de la cultura, pero de una cultura viva, distinta a aquella enclaustrada en una torre de marfil a la que desafortunadamente estamos acostumbrados. En Arreola la cultura se volvió lúdica y sensible.

Vale la pena recordar aquella velada poética con Arreola en el restaurante Las Flores del Mal donde, acompañado del laúd de Isabelle Villey, el maestro abrió la noche con el poema de Francois Villon Oú sont les neiges d'antan? -tal vez pensando en el tiempo ido de su propia vida: ƑDónde están hoy virgen soberana? ƑDónde están hoy las nieves de antaño? El maestro formulaba explicaciones en cada declamación, hacía comentarios acerca de lo que significaban para él los versos del poeta francés del siglo XV. Recordó a Paul Verlaine con la Canción de otoño, que recitó en francés: Les sanglots longs/ des violons/ de I'automne.. (Los largos sollozos/ de los violines/ del otoño...),arrejedrez pero fue sin duda Ramón López Velarde quien esa noche estuvo mayormente en el sentimiento poético de Arreola. De él declamó Hermana, hazme llorar (Fuensanta / dame todas las lágrimas del mar...), e hizo el comentario de que López Velarde con las mujeres era ''un gallo de gallinero", como él mismo.

Claudia Arreola, su hija, cantó en francés, acompañada de Isabelle, el poema A Casandra, de Pierre Ronsard, cuyos versos comienzan: Mignon, allons voir si la rose... y luego, a capella, una canción española que dedicó a su padre, Este toro ha de morir antes de las cuatro y media...

Al final de la velada, el poeta Homero Aridjis leyó un poema que le dedicó al maestro, entre cuyos versos decía que nuestro tiempo es ''tiempo de ángeles". El también escritor José María Espinasa leyó un poema que Octavio Paz había dedicado a Arreola: Mar por la tarde. El antropólogo Santiago Genovés intervino para hacer una semblanza, muy a la manera del maestro; Orso, su hijo, que de su padre aprendió ''que las palabras son hijas del silencio", declamó poemas de Sor Juana, y Fernando Díez de Urdanivia dijo que más que agasajo para Arreola, el agasajo había sido para los presentes. El poeta y editor Mario del Valle presentó esa noche la bellísima versión trilingüe del poema original de Francis Thompson El corimbo del otoño, ilustrado con soberbios carborundum e intaglios de Raymundo Sesma. La traducción al francés es de Paul Claudel y al español de Juan José Arreola. El maestro, emocionado, admiraba, tocaba, acariciaba ese poema que hizo suyo desde tiempo atrás, en una especie de trinidad, de comunión poética de las lenguas.

En fin, hubo muchas manifestaciones de afecto y no faltó, al final, la mía al comentar lo mucho que había aprendido en esos años de tan estrecha relación; no sólo como lectora, alumna, compañera de trabajo en la serie de televisión Arreola y su mundo, sino sobre todo por el privilegio de gozar de su amistad y de compartir tantas tardes de lectura. Durante innumerables horas en su compañía, Arreola oscilaba entre la versión donjuanesca y sanchopanesca, como bien dice Saúl Yurkievich en el prólogo de Obras; Juan José Arreola gustaba de presentarse infalible, seductor, instalado en un paraíso sensual donde utilizaba la palabra como carril de seducción. El escritor fantaseaba verbalmente y conjugaba metáforas y máximas ardientes para estar a la altura de los sentimientos del idioma. Solía decirme: ''Ahora hay muchas literaturas, es tan vasto el universo. Yo lo que he hecho es todo lo que concierne a la buena literatura porque me estremece, me emociona, me da alegría, buena tristeza, dolor y a veces melancolía y lo que he tratado, en base a la mía propia, es hacer que se vuelva lo más acto posible: la literatura es una experiencia formidable, mucho más rica que la vida misma".

Arreola me compartió su sabiduría para transformar la realidad en evocación de filigrana, comentario brillante, lúcido, erudito, deliciosamente embriagado por los poetas (Claudel, López Velarde, Borges, Villon...) los escritores (Michaux, Proust, Papini, Dostoievski...) y los sabios (Rostand, Freud...) que conformaron su universo literario y con quienes seguramente, en algún lugar lejano, ahora mantiene un eterno diálogo.

Muy importante fue su trabajo de editor relativo a la colección literaria Los Presentes (1950), en la que el maestro editó a escritores como Carlos Fuentes, Marco Antonio Montes de Oca, Eduardo Lizalde, Emmanuel Carballo y Elena Poniatowska. Su labor de maestro fue ardua y de suma relevancia. La generación de los sesenta que se agrupó en el Taller Literario Mester compartió por lo menos cinco años de vida y de trabajo con Arreola, tanto en su casa como en la Universidad. Esta generación escribe la literatura de hoy. Entre los escritores más destacados podemos mencionar a René Avilés Fabila, Elsa Cross, José Agustín, Alejandro Aura y otros más. Otra etapa del trabajo de Arreola como docente se dio en el Centro Mexicano de Escritores, donde el autor de Bestiario fue fundador, becario y maestro de escritores y poetas notables, como Rosario Castellanos, Salvador Elizondo, Jaime Sabines... Han sido tantas generaciones de becarios que recibieron su orientación que, para resumir, podemos decir que casi todos los escritores de México mantuvieron con él una estrecha relación de trabajo. Su entusiasmo, vocación y amor infinito a la literatura no quedaron ahí. A sus 80 años fue la cabeza, el director y el alma del Centro de Escritores Juan José Arreola de Casa Lamm.

Tres dones tres

Un capítulo aparte fue su trabajo en la televisión. Entre los escritores mexicanos probablemente no ha existido nadie más ligado a su propio tono de voz que Juan José Arreola. Un tono que implicaba el uso histriónico de sus recursos, ya que todos sabemos de su vocación inicial por el teatro, que también exigía una relación interior con el ritmo y las inflexiones, con la cadencia de las palabras.

Esa voz fue parte de su escritura, de sus trazos con la mano, de gestos de complicidad y del movimiento ágil de sus ojos posando la mirada en un recuerdo que cruzaba la escena. Quien conoció primero a la persona que a los textos se sentía fascinado por esa presencia, y quien lo leyó primero y después lo conoció se encontró con la encarnación perfecta de ese escritor.

En septiembre de 1990 Cablevisión llamó a Juan José Arreola para hacer un programa donde el tema central fuera Arreola y su mundo. En esos momentos yo formaba parte de su taller literario. Entusiasmado, el maestro me invitó a ser su interlocutora para esas conversaciones que culminaron en 119 programas.

Tres dones hicieron triunfar al escritor ante las cámaras: su talento de actor profesional, su vocación permanente de maestro, ejercida desde su juventud, y por último su cultura y fantasía de escritor. Arreola fue recibido en los hogares mexicanos con una especie de curiosidad, mezcla de simpatía y admiración por un hombre cuya imagen, voz y pensamiento eran radicalmente distintos a todos los demás que en aquel entonces y todavía ahora continúan utilizando un lenguaje poco eficaz y pobre desde un punto de vista literario. Su éxito fue rotundo, y el público descubrió en él la voz universal del poeta, esa voz que se convierte en melodía y nos seduce.

El Juan José Arreola que escuchamos y al que acompañé en Arreola y su mundo no sólo fue el notable escritor y maestro de muchas lecturas de todos nosotros, sino el actor, el prodigioso artesano de la palabra, el creador de acrobacias verbales lleno de gracia, humor y profundidad. En largas pláticas ante las cámaras me habló de sus pasiones, de sus escritores favoritos -Proust, Borges, López Velarde, Dostoievski-, de sus amistades, de sus aficiones -el ajedrez, el ping pong-, de sus ideas de la vida.

Las conversaciones que allí sostuvimos servirán de base para el libro Arreola y su mundo, de pronta aparición en Alfaguara, como una forma de devolver al texto lo que la voz había llevado a la imagen.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año

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