miercoles Ť 5 Ť diciembre Ť 2001
Marcos Roitman Rosenmann
Democracia en tiempos de crisis
Luchar por la democracia puede resultar difícil en tiempos en que su declamación sirve para justificar guerras, muertes y asesinatos realizados en nombre de la libertad y la paz mundial. Es corriente encontrarnos con actos indecentes que escandalizan la condición humana, cometidos en defensa de la democracia. En su nombre se han llevado a cabo golpes de Estado y justificado dictaduras. Hoy la matanza de afganos. Es más, pocos son los gobiernos y personas que quieren ser adjetivados como antidemócratas. Sin embargo, esta ola de autodefinición democrática no coincide con el desarrollo de un sistema social cada vez más totalitario.
La democracia parece cambiar de bando y de rumbo. De bando porque son las fuerzas conservadoras las que se apropian de su uso y se consideran propietarias legítimas de su defensa. De rumbo porque sus contenidos son definidos desde la lógica de una economía de mercado. Lo que podría parecer un contrasentido hace unas décadas hoy puede considerarse normal. Las élites políticas y económicas, las burguesías nacionales o locales que han luchado en contra de la democracia se alzan como sus valedoras naturales. Su proyecto se presenta como parte de una estrategia de cambio social y de modernización democrática.
Convertidos en auténticos trasformadores del orden social son los abanderados de un nuevo tiempo de progreso y revolución política-social. Nadie puede estar en contra de los tiempos. Hoy es necesario ser revolucionario. Lo son George Bush, Blaier, Aznar y Fox. Todos son grandes del mundo, nadie quiere quedar fuera de la aventura de la globalización. Tampoco desean ser tildados de tibios o remisos a la construcción de un orden mundial sin terroristas ni fanáticos.
El tiempo de la democracia es el de la defensa de Estados Unidos y de sus valores. En él se encarnan la paz mundial y el devenir del proceso civilizado, inmerso en la razón cultural de Occidente. No cabe dudar de sus fines, tampoco de sus estrategias y por ende de sus sentimientos democráticos. Actúan convencidos de estar defendiendo los valores más libertarios sobre los cuales se edificará la nueva democracia del siglo XXI.
Quienes se muestran contrarios son declarados involucionistas. Defender los derechos sindicales, las libertades políticas, la igualdad y la justicia social supone tener conductas reaccionarias. Manifestarse contrario a la guerra, los bombardeos y las matanzas masivas en nombre de la libertad permanente se convierte en un acto antidemocrático y proterrorista. Todo en un mismo saco. El sincretismo político es un arma para desactivar movimientos democráticos y adjetivar toda crítica como un comportamiento antidemocrático.
La existencia de estos comportamientos, se dirá, sólo puede retardar el advenimiento de una era de democracia sin adjetivos afincada en una economía de mercado.
Luchar por abrir espacios de participación, de negociación, de representación, de mediación y evitar el aumento de las políticas represivas es una acción antidemocrática. La democracia ha quedado subsumida en la lógica diabólica del mercado, siendo pensada como reglas del juego y no como una práctica plural de control y ejercicio del poder desde el deber ser del poder. Reducida a un problema de procedimiento electoral para la elección de elites se elimina su sentido ético del bien común. Estamos en presencia de un proceso de involución política caracterizado por la desarticulación de la sociedad civil con el consiguiente deterioro de las formas democráticas de organización propias de una sociedad abierta y dialogal.
Hoy las luchas democráticas adoptan la forma de desobediencia civil. El proceso de involución política es el marco de referencia que explica muchas veces el carácter espontáneo e inestable de las movilizaciones y movimientos sociales. De esta manera las luchas por defender y mantener los espacios democráticos chocan con la nueva concepción de la democracia desarrollada por las elites del pensamiento neoliberal y reaccionario. El enfrentamiento es desigual y tiende a favorecer una idea aséptica y despolitizada de la democracia cuyo objetivo es desmovilizar y desactivar la sociedad civil en sus sectores más conscientes y luchadores. Y efectivamente, ésta es la dinámica en la cual nos hallamos inmersos. La pérdida de centralidad de la política es una característica de nuestro tiempo. La sociedad civil se ha convertido en sociedad anónima. Las formas de movilización social desarrolladas no son luchas por abrir espacios democráticos inexistentes.
Las actuales son luchas de resistencia por evitar el cierre de aquellos espacios que con tanto sacrificio y esfuerzo fueron otorgando los derechos de las clases sociales dominadas y explotadas. Evitar la involución política y lograr resistir presupone articular un proyecto democrático en el que no se puede improvisar y menos aún dejar en manos de los nuevos hacedores de la paz mundial la defensa de una democracia espuria. Es en este contexto donde el proyecto político defendido y levantado por el EZLN cobra mayor fuerza y vitalidad. Nuestra responsabilidad es discutirlo y debatirlo. Desconocerlo es una irresponsabilidad no justificable, menos aún en tiempos de crisis.