miercoles Ť 5 Ť diciembre Ť 2001

Luis Linares Zapata

Sociedad y años

A un año de distancia de haber elegido un gobierno distinto al PRI se puede, y hasta se debe, intentar un balance de los resultados. Pero no de la administración de Fox en preciso (que ya otros lo han hecho de manera incisiva, completa y hasta elegante), sino del pulso de la sociedad mexicana que ha estado pugnando por la alternancia y el cambio de régimen como etapas postreras de la transición. Y, a un año de iniciar tal proceso, se puede distinguir con bastante claridad una sociedad más centrada en sus propias capacidades y menos a la espera de las transformaciones desde arriba que la marcaron, quizá en demasía, durante la campaña electoral y después del 2 de julio.

A pesar de las tentaciones y debilidades heredadas, se nota todo un propósito de asentar la cultura ciudadana y no seguir esperando liderazgos providenciales que, por lo demás, siempre se derrumban con estrépito. Es decir, se pasa por un momento de mejor empeño democrático, en el cual el desarrollo colectivo y el bienestar individual no son entendidos como estadios a los que se acceda de manera automática, instantánea, graciosa o gratuita, sino que se introyectan, en la forma de sedimentos conscientes, como producto de un largo, escalonado y costoso proceso de construcciones sucesivas por participación.

Desde este punto de vista el desengaño respecto de Fox y sus promesas redentoras, bastante avanzado según todas las encuestas disponibles (GEO, Reforma, Milenio) en realidad fortalecerá la confianza ciudadana en sí misma para constituirse en eje de la vida organizada y reducir su dependencia de caudillos, intermediarios o acaparadores de poder. Mientras menos esperen que les ofrezca y aún menos les cumpla un presidente, más se buscará compactar las propias capacidades individuales y colectivas para la adaptación, la creación o el cambio.

La sociedad mexicana ha ido afirmando su determinación para efectuar las transformaciones que requiere su vida en conjunto de manera escalonada, pacífica, a través de sus organizaciones y sujeta a ordenamientos establecidos por la mayoría. Y ese talante quizá sea el más recio fundamento de su voluntad democrática. En la medida en que una nueva administración baje en calificación por su desempeño más se robustecerán las instituciones y el accionar colectivo de los individuos. En otras palabras, la sociedad se va haciendo consciente de que la normalidad implica gobiernos malos y eficientes, responsables y timoratos.

Al situar a Fox y gerentes que lo acompañan en los niveles de calificación que, en efecto, les corresponden, entra a una etapa en la que el bienestar y el progreso, para ser aceptables, adecuados a los requerimientos personales, deben pasar por la insatisfacción permanente, pero siempre esforzada. Cada vez se espera menos de gigantes bonachones, de vendedores insuperables, gabinetazos de gente pequeña o de amorosas parejas desfasadas en sus mutuas ambiciones.

Pero la sociedad que detuvo la andanada inicial y beligerante de la derecha (Abascal), que posibilitó la gira zapatista, forzó al Congreso a legislar sobre derechos indígenas, condenó la liviandad presidencial y sus retozos en el exterior, se empecinó en volver los ojos críticos al pasado hasta destapar la guerra sucia, en no quitar el dedo de las satrapías del Fobaproa-IPAB y en formarse una idea precisa, realista, de las características que adornan o acortan la personalidad de Fox, no ha podido robustecer a sus partidos políticos y ello nos da una medida adicional de su estado general de salud.

Los tres principales siguen anclados en sus limitantes y sin dar respuesta a las expectativas del presente o del futuro, que es mucho exigirles por ahora, o para aquietar, con bases firmes, las interrogantes y deseos de sus propios militantes. Aunque los tres están embarcados en sendos programas de reconstrucción de su vida orgánica y en la reposición de sus directivos, eventos que hablan de sus distintos vigores e imaginación variable.

Quizá sea el PAN, con todo y su falta de interrelación con la población, el que mejor equilibre su imagen ante los electores y pueda darle salida, de mejor manera, a sus pugnas internas. El PRI ha desarrollado una malsana tendencia y vuelve los ojos, casi de manera compulsiva, sobre pretendientes desmesurados, probadamente tramposos como Madrazo, y a reforzar, si lo eligen finalmente, sus no procesadas cadenas de errores y complicidades que los llevaron a perder la Presidencia de la República y un número creciente de gubernaturas. Y al PRD lo atosigan, cada vez con mayor claridad según los últimos sondeos, las pendencias de sus tribus, no tanto para encaramarse sobre los pocos puestos disponibles y sobre ellas mismas, sino para no evitarles presentar un imaginario atractivo, actual, a la sociedad que habrá de respaldarlos o dejarlos en su precario nivel de siempre.