JUEVES Ť 29 Ť NOVIEMBRE Ť 2001
Ť La danza de la realidad, nuevo libro del sicomago y gurú posmoderno
Si el arte no es terapéutico, entonces no me interesa, considera Alejandro Jodorowsky
Ť El no cesa en sus empeños y sabe enfrentar a sus fantasmas, dice Vanesa Bauche
Ť La niñez del cineasta es un espejo para leer nuestra vida, expresa Joselo
ARTURO GARCIA HERNANDEZ
Alejandro Jodorowsky es uno de esos seres que siempre van un paso adelante en lo que emprenden. Chileno trashumante, pasó por México en los años sesenta y setenta y volteó de cabeza las ortodoxias teatrales y cinematográficas de la época. Vino, escandalizó y se fue. De unos años a la fecha ha regresado varias veces, desde París, donde ahora ejerce como sicomago y gurú posmoderno. El caso es que nunca se está quieto y jamás pasa inadvertido.
La noche del martes acudió al Museo Cuevas a presentar su libro más reciente, La danza de la realidad. Encantador de serpientes que es, derrochando el aura mitológica que lo rodea, el director de Santa Sangre cautivó a los cientos (Ƒ500? Ƒ600?) que casi llenaron el lugar. Muchos de ellos jóvenes que aún no nacían cuando Jodorowsky era ya todo un santón de la contracultura y la vanguardia artística en México. En el uso de la palabra le precedieron la actriz Vanesa Bauche (Amores perros) y Joselo, guitarrista de Café Tacuba. Vanesa habló de lo estimulante que le resultó la lectura de La danza de la realidad, se dijo conmovida por el libro y aseguró: ''Leerlo me reafirma en la búsqueda de un ideal y me reafirma en lo que soy. Hubo muchas partes que me tocaron y hay otras en las que simplemente es como estar frente a un espejo. Siempre que uno coincide con alguien, se siente menos solo. Alejandro Jodorowsky, como artista, habla desde el corazón y desde su entendimiento de la vida; no cesa en su búsqueda, en sus empeños y ha sabido enfrentarse a sus fantasmas".
Joselo emuló a un pregonero y a grito abierto destacó las características del libro que, dijo, es uno en tres: es una biografía en la que uno se remonta a la niñez del cineasta; es un espejo para leer nuestra propia vida; y es un manual que muestra las claves para mantener en cambio gradual y continuo.
Mago de la palabra
Y tomó el micrófono Jodorowsky, mago de la palabra. Habló de la vida, de su vida, de su padre estalinista que no le compraba juguetes para no hacer de él un consumidor. Recordó cuando vivió en México y cuando tuvo una profunda crisis artística, a los 40 años: ƑPara qué sirve el arte? ƑPara qué sirve el artista? ƑPara exaltar a una persona que es el artista? ƑPara poner mi neurosis en hojas de papel o pantallas? Llegó a la conclusión de que ''si el arte no es terapéutico, no me interesa". Aseguró que nuestros malestares se incuban durante la infancia, en la familia, donde prácticamente todos somos objeto de abuso físico, emocional, intelectual. Aceptado eso, concluyó que nuestras ideas, nuestros enojos, nuestros deseos, no son del todo nuestros, sino que los heredamos. Entonces empezó a localizar y unir los elementos en que basa su terapia: el sicoanálisis, la literatura, la poesía, la filosofía, la magia y la fe. Y la denominó ''sicomagia" y él devino chamán.
Y también habló del amor, la muerte, las drogas, la guerra. Exhortó a cambiar de ideas, a renovarse continuamente. Y merced a su gracia, su cultura, su lucidez y su talante crítico, se mantuvo a distancia de los discursos de superación personal, tipo Carlos Cuauhtémoc Sánchez o Miguel Angel Cornejo. Y escuchó preguntas y ofreció respuestas, aclarando que están regidas por tres condicionantes: no hay absolutos, todo es ''hasta cierto punto"; no lo sabe todo, responde según lo que sabe y ha experimentado; y siempre existe el riesgo de equivocarse: ''No lo sé todo, no puedo saberlo todo, hablo en nombre de lo que yo sé y digo según lo que yo sé esto te puede servir y esto te puede dañar, hasta cierto punto".