JUEVES 29 DE NOVIEMBRE DE 2001
Jóvenes y pobres, carne de prisión
Aunque no es un fenómeno reciente, la delincuencia juvenil va en aumento. Del total de la población penitenciaria del DF, 80 por ciento está integrada por personas de entre 18 y 25 años
ELIA BALTAZAR /I
Delito: robo calificado. Sentencia: cinco años y medio de cárcel. Edad: 20 años. Se llama Iván y ha pasado poco más de un año en el Reclusorio Sur. Cuando llegó ahí ya era adicto a la mariguana y ahora lo es también a la piedra, un derivado de la cocaína. Está en espera de alcanzar el beneficio de la libertad anticipada, aunque en realidad no sabe para qué. Ni siquiera ha terminado la primaria y lo cierto, dice, es que "voy a salir como llegué: sin nada".
Como Iván, con nombre y apellido, hay 18 mil casos más de jóvenes de entre 18 y 25 años presos en las cárceles de la ciudad de México, quienes representan 80 por ciento de una población interna que suma 22 mil hombres y mujeres.
La delincuencia juvenil no es un fenómeno reciente, asegura el subsecretario de Gobierno del DF, Francisco Garduño, pero nunca como ahora había sido tan predominante la población joven sobre la adulta en los centros de reclusión de esta ciudad. Y eso debe preocuparnos e involucrarnos a todos, asegura.
En 1998 el número de jóvenes en las cárceles capitalinas era de 6 mil 500 -de una población total de 13 mil- y pasó a 18 mil en 2001. Es decir, se triplicó. Mientras, los adultos internos, de más de 26 años, redujeron su número 29 por ciento. Esto significa que prácticamente la totalidad de las personas que pueblan los reclusorios en el DF son jóvenes de entre 18 y 25 años.
Lo peor es que parece que no hay remedio que alcance ni recursos que basten para atender a la creciente población juvenil en reclusorios. Porque en la cárcel no hay trabajo ni educación ni deporte para todos. "En principio porque ni siquiera tenemos espacio para la construcción de talleres industriales o para habilitar espacios para otro tipo de actividades", se queja Garduño.
Enseguida porque no hay una sola instancia de gobierno, más allá de la Dirección General de Prevención y Readaptación Social -que depende de la Subsecretaría de Gobierno del DF-, involucrada en la atención de los internos. Y aun cuando 40 por ciento de ellos no ha concluido ni siquiera la primaria (22 por ciento sólo tiene este nivel y 26 por ciento más alcanzó la secundaria), la Secretaría de Educación Pública abandonó su labor en las cárceles desde 1998. Así que sólo se cuenta con el apoyo del Instituto Nacional de Educación para Adultos, de los técnicos penitenciarios y de algunos voluntarios.
Por eso las autoridades capitalinas han puesto en marcha algunos programas especialmente dirigidos a jóvenes, en los que actualmente colaboran instancias como el Instituto Politécnico Nacional. Pero lo fundamental ahora, dicen, es llevar a cabo lo que llaman una acción de "despresurización", que no significa otra cosa que poner al día cientos de expedientes de internos con derecho a los beneficios de la libertad anticipada, de la que a la fecha han gozado más de 4 mil reclusos, la mayoría de menos de 25 años, muchos de los cuales llegaron a prisión porque a veces ni siquiera tienen para pagar una fianza que parecería ridícula, en algunos casos, pero que para ellos es imposible de alcanzar, explica Garduño.
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Me agarraron por asalto a microbús. Eramos tres pero sólo caí yo, por pendejo. Era mi tercer asalto y nunca gané más de 200 pesos porque teníamos que repartir lo que sacábamos. Y pues no faltaba el que se agandallaba la mayor parte. La verdad sí me manchaba de repente con la gente, pero por nervios. Siempre tuve miedo de que me agarraran. Y ahora voy a tener que pasarme un rato aquí. Me echaron cinco años y medio, por cargar con un cuchillo de cocina. Carlos, 22 años. Reclusorio Norte.
El robo -en cualquiera de sus modalidades- es el delito que ha llevado a la cárcel a 90 por ciento de los jóvenes internos en reclusorios, quienes permanecen presos entre tres y cinco años, en promedio, calcula Hazael Ruiz, director del Reclusorio Preventivo Oriente.
La misma tendencia se observa en el Consejo Tutelar, donde el año pasado se reportó el ingreso de 2 mil 556 menores de edad, de los cuales 81.84 por ciento incurrieron en el delito de robo.
Pero pobreza no es sinónimo de delincuencia, en todos los casos. Y así dividen su opinión los expertos respecto de las razones de la conducta delictiva entre los jóvenes.
Roban por necesidad, coinciden Rigoberto Herrera, director de la Penitenciaría de Santa Martha Acatitla, así como el padre José Luis Téllez y Sergio Azuela, de Pastoral Penitenciaria, grupo de apoyo a internos auspiciado por la arquidiócesis de México.
Para ellos, los muchachos en la cárcel no son otra cosa que "los más jodidos". No tienen expectativas de vida. Las necesidades económicas de muchos de ellos son apremiantes. Y siempre son uno de los sectores más golpeados por el desempleo, olvidados casi por completo en los programas de gobierno. Por eso los seduce la delincuencia, porque no tienen otras opciones, dicen.
No faltan razones para argumentar lo anterior si consideramos que el grueso de población desempleada en la ciudad son, precisamente, jóvenes de entre 12 y 25 años, según estadísticas de la Subsecretaría del Trabajo del DF. Entre esta población, la tasa de desempleo abierto alcanza 5.4 por ciento para quienes se hallan entre los 12 y 19 años, y 5.8 por ciento entre aquellos que tienen entre 20 y 25.
El padre José Luis va más allá. Desde su experiencia asegura que 95 por ciento de los jóvenes que atiende robaron "por hambre". Cierto es, dice, que hay otro porcentaje que lo hace sin necesidad. "Pero siempre son los más pobres la carne de presidio".
Los voluntarios de Pastoral Penitenciaria refieren incluso el caso de los conocidos como pagadores, jóvenes a quienes los delincuentes de carrera pagan para que sean quienes vayan a la cárcel. "Así de desesperante puede ser su situación", dice el padre José Luis.
Hazael Ruiz, director del Reclusorio Oriente, suma otras razones a los motivos que llevan a los jóvenes a delinquir. "Yo no diría que roban por hambre en la mayoría de los casos, sino por la necesidad de reconocimiento de su grupo, de la banda, del medio social en que se desenvuelven, casi siempre ubicado en zonas marginadas y de características criminógenas. Y lo hacen también, por qué no decirlo, por el placer de sentir correr la adrenalina en su cuerpo, sobre todo cuando están bajo los efectos de algún tóxico".
Fernando Alonso, director del Reclusorio Preventivo Sur, coincide con Ruiz en que priva entre muchos de los muchachos que delinquen un principio de placer en el acto de robar, "pues es su oportunidad de obtener un beneficio económico inmediato sin necesidad de trabajar y que a largo plazo, por desgracia, les propicia mejores condiciones aun si tuviesen un trabajo". Porque lo cierto, dice, es que de otra manera no tendrían acceso a ciertos bienes que en la escala de valores de los muchachos pueden parecer fundamentales.
Si bien son muchos los factores que influyen en la delincuencia juvenil, todas se desprenden de un mismo principio: "Las condiciones de carencias y frustraciones que implica la pobreza, el desempleo y la falta de oportunidades", expresa Fernando Alonso.
Habrá que decir, por eso, que la mitad de los muchachos que delinquen proviene de las delegaciones Iztapalapa, Gustavo A. Madero, Venustiano Carranza, Cuauhtémoc y la zona conurbada con el estado de México. (En este último las estadísticas revelan porcentajes similares con los del Distrito Federal, pues allá entre 70 y 75 por ciento de los reclusos también son jóvenes). Y son, pues, estas cinco zonas las que registran los más altos índices delictivos en la ciudad, según estadísticas oficiales.
Delincuencia y familia
"Salí de mi casa hace aproximadamente dos años. Bueno, era la casa del cuate con el que vive mi jefa. Un ojete que se pasó la vida jodiéndome. Un cabrón alcohólico que le pegaba a todos. Me salí sólo con lo que traía y fui a vivir con unos compas por La Merced. Chineábamos para pagar el cuarto y comer. Vivíamos cinco allí. Hasta un güey que apenas hablaba español, era de Oaxaca, decía. Nos agarraron a tres. Y mi jefa ni siquiera sabe que estoy acá." Andrés, 23 años. Reclusorio Norte.
Así como la situación económica influye en las conductas delictivas, así también influyen las familias, explican los especialistas.
"Los jóvenes delincuentes provienen, en su mayoría, de núcleos familiares incompletos, desintegrados, y en sus historias personales hay abandonos recurrentes del hogar y alta deserción escolar, la mayoría de las veces por razones económicas", explica el director del Reclusorio Preventivo Oriente.
Pero la familia también se vuelve cómplice del joven delincuente "Bien saben si son adictos, si no tienen un modo de vivir honesto, si trabajan o no. Pero es mejor que el joven lleve dinero que cuestionar su comportamiento", explica el director del Reclusorio Preventivo Sur.
Muy pronto, pues, su núcleo de referencia es la banda, los amigos del barrio, donde muy pronto aprenden que, tal vez, la única forma de vivir sea mediante la agresión y defendiéndose, dice Hazael Ruiz.
Todo lo anterior refuerza actitudes de violencia en muchos de ellos, explica Fernando Alonso. "Porque el comportamiento de los jóvenes delincuentes se va agravando progresivamente; hay en ellos una violencia exacerbada. Y ellos lo dicen: así estamos acostumbrados a vivir", agrega.
Su conducta en el robo podrá ser más violenta, pero lo cierto es que no son ellos quienes cometen los peores delitos. Incurre en lesiones 4.93 por ciento de la población juvenil interna en los reclusorios de la ciudad; en delitos sexuales, 4.23 por ciento, y en daño en propiedad ajena, apenas 1.80 por ciento, según cifras de las autoridades capitalinas.
La violencia quizá pueda traducirse más en una acción de defensa que de ataque. Pero ya adentro los mayores se encargarán de marcarles línea, explican Fernando Alonso y Hazael Ruiz.