JUEVES Ť 29 Ť NOVIEMBRE Ť 2001

Robert Fisk

Ahora somos criminales de guerra

Nos estamos convirtiendo en criminales de guerra en Afganistán. La fuerza aérea de Estados Unidos bombardea Mazar-e-Sharif para la Alianza del Norte, y nuestros heroicos aliados afganos -que masacraron a 50 mil personas en Kabul entre 1992 y 1996- van hacia la ciudad y ejecutan a hasta 300 combatientes talibanes. Este reporte es una pequeña nota al pie de la pantalla que se transmitió en canales de televisión por satélite; un nib, en jerga periodística.

Parece perfectamente normal. Los afganos tienen una tradición de venganza. Y así, con la asistencia estratégica de la fuerza aérea estadunidense, se comete un crimen de guerra.

Ahora tenemos la revuelta en la que reclusos talibanes abrieron fuego contra los carceleros aliancistas. Las fuerzas especiales estadunidenses -y según trascendió, también tropas británicas- ayudaron a la Alianza del Norte a enfrentar el levantamiento, y CNN nos informó que algunos prisioneros fueron "ejecutados" al tratar de escapar. Esto es una atrocidad. Las tropas británicas están ahora manchadas de crímenes de guerra. Pocos días después de esto, el periodista de The Independent, Justin Huggler, encontró a más miembros del régimen talibán ejecutados en Kunduz.

Los estadunidenses tienen menos excusas para esta masacre. El secretario de De-fensa, Donald Rumsfeld, afirmó de manera muy específica durante el sitio a la ciudad que los bombardeos aéreos estadunidenses sobre los defensores del talibán terminarían "si la Alianza del Norte lo solicita".

Dejando de lado la revelación de que los matones y asesinos de la Alianza del Norte estaban fungiendo como controladores de vuelo de la fuerza aérea estadunidense en esta batalla contra los matones y asesinos de los talibanes, la observación comprometedora de Rumsfeld coloca a Washington en una posición de testigo de cualquier juicio que llegue a celebrarse por crímenes de guerra cometidos en Kunduz. Estados Unidos actuó en total cooperación militar con la Alianza del Norte.

La mayoría de los periodistas de televisión, en una actitud lamentable, han mostrado muy poco o ningún interés en estos vergonzosos crímenes. Se codean con la Alianza del Norte y charlan con las tropas estadunidenses, pero la mayoría no ha ido más allá de hacer simple mención de los crímenes de guerra contra prisioneros. ƑQué diablos pasó con nuestra brújula moral desde el 11 de septiembre?

Tal vez pueda sugerir una respuesta. Después de la Primera y Segunda Guerra Mundial nosotros -Occidente- sembramos un bosque de legislaciones para prevenir más crímenes de guerra. El primer intento anglo-francés-británico de formular esas leyes fue provocado por el holocausto de los armenios a manos de los turcos en 1915. El entente afirmaba que se consideraría personalmente responsables a "todos los miembros del gobierno otomano (tur-co) y a todos sus agentes implicados en las masacres". Después del holocausto judío y el colapso de Alemania en 1945, se incluyó la figura de "crímenes contra la humanidad" en el artículo 6 (C) del Estatuto de Nuremberg y en el preámbulo de la Convención de la Organización de Naciones Unidas sobre genocidio. Todo conflicto bélico posterior a 1945 produjo una nueva serie de legislaciones y la creación de cada vez más grupos de derechos humanos que cabildean por todo el mundo los valores liberales y humanistas de Occidente.

Durante los últimos 50 años nos sentamos en nuestro pedestal moral y pontificamos a los chinos y los soviéticos, a los árabes y los africanos sobre los derechos hu-manos. Nos pronunciamos sobre las violaciones a los derechos humanos de bosnios, croatas y serbios y llevamos a muchos de ellos ante la justicia, como lo hicimos con los nazis en Nuremberg. Miles de informes fueron elaborados, que describían -en nauseabundo detalle- los tribunales secretos, los escuadrones de la muerte, la tortura y las ejecuciones extrajudiciales llevadas a cabo por estados villanos y patológicos dictadores. Todo esto, perfectamente correcto.

Y de pronto, después del 11 de septiembre, enloquecimos. Bombardeamos y re-dujimos a escombros poblados afganos, con todo y sus habitantes -culpando a los locos talibanes y a Osama Bin Laden por nuestra matanza- y ahora hemos permitido a nuestros monstruosos aliados milicianos que ejecuten a sus prisioneros.

El presidente George W. Bush ha aprobado una ley que habilita a una serie de tribunales militares secretos para juzgar, y después liquidar, a cualquiera que aparezca como un "asesino terrorista" a los ojos de los increíblemente ineficientes servicios de inteligencia de Estados Unidos. Y no nos equivoquemos respecto de esto: estamos hablando de escuadrones de la muerte gubernamentales que funcionarán legalmente. Estos fueron creados, por supuesto, para que en caso de que Osama Bin Laden y sus hombres sean atrapados vivos, y no muertos, no tengan defensores públicos; sólo con un pseudojuicio y un pelotón de fusilamiento.

No es muy claro lo que ha ocurrido. Cuando personas de piel amarilla, negra o de color café, con credenciales comunistas, islámicas o nacionalistas asesinan a sus prisioneros, lanzan bombardeos intensivos en poblados para matar a sus enemigos o bien establecen falsas cortes con pelotones de fusilamiento, deben ser condenadas por Estados Unidos, la Unión Europea, Naciones Unidas y todo el mundo civilizado. Somos los amos de los derechos humanos, los liberales: los grandes y buenos pueden aleccionar a las ma-sas empobrecidas.

Pero cuando nuestra gente es asesinada -cuando nuestros deslumbrantes edificios son destruidos- entonces destrozamos cada una de las legislaciones de derechos humanos, enviamos aviones B-52 hacia las masas empobrecidas y nos proponemos matar a nuestros enemigos.

(El primer ministro británico) Winston Churchill compartía con Bush la visión de sus enemigos. En 1945 él prefería la ejecución directa de la dirigencia nazi. Pero pese al hecho de que los monstruos de Adolf Hitler eran responsables de al menos 50 millones de muertes -un número 10 mil veces mayor al de las víctimas del 11 de setpiembre- los asesinos nazis tuvieron un juicio en Nuremberg porque el presidente estadunidense, Harry Truman, tomó una decisión notable. Las ejecuciones y castigos indiscriminados -dijo- sin investigaciones y sin un veredicto de culpabilidad no tendrán fácil cabida en la consciencia de nuestro país, ni serán recordados con orgullo por nuestros niños".

Nadie debe extrañarse de que el señor Bush -un pequeño gobernador-verdugo de Texas- no sea capaz de comprender el juicio moral de un estadista de la Casa Blanca. Lo que sorprende es que los Tony Blair, Gerhard Schroeder, Jacques Chirac y to-dos los muchachos de la televisión hayan permanecido tan fríamente silenciosos a la luz de las ejecuciones en Afganistán, y de leyes al estilo de Europa oriental que a partir del 11 de septiembre adquirieron olor de santidad.

Existen sombras fantasmales en nuestro entorno que nos recuerdan las consecuencias de un crimen de Estado. En Francia un general va a juicio tras admitir que cometió torturas y asesinatos en la guerra de Argelia, de 1954 a 1962, debido a que se refirió a estos hechos como "actos justificables por el deber y perpetrados sin placer y sin arrepentimiento". Y en Bruselas un juez decidirá si el primer ministro is-raelí, Ariel Sharon, puede ser juzgado por su "responsabilidad personal" en las matanzas de 1982 en Sabra y Chatila.

Sí, estoy consciente de que el talibán era un montón de crueles bastarados. Perpetraron la mayor parte de de sus masacres en las afueras de Mazar-e-Sharif a finales de los años 90. Ejecutaron a mujeres en el estadio de futbol de Kabul. Y sí recordemos que lo del 11 de septiembre fue un crimen contra la humanidad.

Pero tengo un problema con todo esto. George Bush dice que "o están con nosotros o están contra nosotros" en esta guerra de la civilización contra el mal. Bueno, desde luego que no estoy con Bin Laden, pero tampoco estoy con el presidente. Estoy activamente en contra de la brutal, cínica y mentirosa "guerra de la civilización" que comenzó con tanta mendacidad en nuestro nombre, y que ha costado tantas vidas como el asesinato masivo en el World Trade Center.

En estos momentos no puedo evitar recordar a mi papá. Tenía edad suficiente para haber peleado en la Primera Guerra Mundial. En la tercera batalla de Arras. A medida de que la edad lo vencía y se acercaba el fin de siglo, aún manifestaba su rabia por el desperdicio y la muerte que marcó esa guerra de 1914 a 1918. Cuando falleció en 1992 heredé la condecoración de la que alguna vez se enorgulleció: la prueba de que había sobrevivido la guerra que al final odió, despreció y aborreció.

En el dorso, la medalla tiene la inscripción: "La Gran Guerra por la Civilización". Quizás deba enviársela a George Bush.

©Copyright: The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca