JUEVES Ť 29 Ť NOVIEMBRE Ť 2001
Rolando Cordera Campos
Penas, pero sin pan
Sin gloria alguna y dejando las penas para después, el secretario de Hacienda compareció ante los diputados para confesar el peor de los pecados que en el mundo financiero ha habido: el optimismo. Con anterioridad, en entrevista con El Economista (21/11/01), su subsecretario encargado del presupuesto lo había advertido: "las metas económicas en las que se basó la elaboración del presupuesto 2002 (presentado días antes) como crecimiento, inversión y consumo han sido rebasadas ante la incertidumbre que prevalece en la economía mundial".
Gil, el jueves, confirmó lo dicho e invitó a los diputados a recalcular las previsiones sobre el precio del petróleo y demás, pero sobre todo a aprobar la reforma hacendaria porque "los márgenes se agotaron" (LJ, Castellanos, Garduño, Pérez, 23/11/01), es decir, a hacer la "cirugía mayor" que los propios legisladores habían advertido que le harían a la propuesta del gobierno. Antes, Luis Pazos, mentor de empresarios y aprendices de economista, o de brujo, había advertido, con valor superable sólo por el del presidente de la Comisión de Hacienda: "si es necesario nos vamos hasta el 30 de diciembre para aprobarlo... y (ante la comparecencia) vamos a ser enérgicos y buscaremos que sus presupuestos sean realistas" (Andrea Becerril, Ciro Pérez y Roberto Garduño, La Jornada, 22/11/01, p.10).
Santo y bueno, con energía o ausentismo, que es lo que privó en San Lázaro el jueves pasado, lo que se tiene es un círculo cerrado de miopía pero sin salida a la vista: el país sigue su marcha en el siglo XXI sin presupuesto ni supuesto alguno que le permita a nadie saber de qué se va a tratar la cosa pública en el segundo año de gracia del gobierno del cambio. Y vaya que cambio ha habido, hoy el hasta el PRI pide perdón.
Un país que ni siquiera puede prever lo que ya ocurre es un país a la deriva. Los precios del petróleo son ariscos y veleidosos, pero no tanto como para justificar el optimismo fallido y arrepentido de la Casa de Limantour. La regañada que le propinó la OCDE a Hacienda hace unos días, no fue sino el eco de lo que antes había dicho la Secretaría de Energía de este mismo gobierno: que los petroprecios previstos para el año entrante eran demasiado altos. De nuevo, círculo cerrado y sin novedad: en Hacienda no se escuchan sino las voces del calculista en turno; gobierno habrá, pero no pasa por el lado norte de Palacio. Ahí se hace lo que se debe, que es lo que se quiere, pero que no es precisamente lo que el país requiere.
De círculo en círculo, sin margen de maniobra, pero siempre con la calma y la serenidad que le han recetado los diputados terapeutas, el secretario convida a su contraparte a arremangarse la camisa y ponerse a trabajar. Sin presupuesto, debe pensar, todo puede suponerse y al final todos vestirse de luces y volver a darle a la nación el milagro del consenso y el voto unánime, con voto de calidad para el secretario cuando el déficit acordado por todos se vea en peligro.
Si tomamos en serio las declaraciones de los diputados, no hay ni puede haber condiciones para el consenso, porque nadie dice lo que quiere pero en realidad cada quién sabe lo que busca. Sin embargo, unanimidad podrá haber si en el momento oportuno los que deban salir al baño lo hacen y los cabilderos encauzan la votación de los desvelados. Pero presupuesto no habrá, y no tanto porque el mundo esté fuera de control, sino porque el país se ha quedado sin eje estatal y el gobierno, ahora demócrata pero de centro, desfallece en la búsqueda interminable de la calidad y la innovación que se resuelven en la venta de lanchas de pesca y casas de Fonatur.
Orden hay, todavía, porque la sociedad así lo quiere, pero es un orden que se basa en la resignación, la abulia o el miedo, y no en el concierto de la conversación democrática que tanto prometieron partidos y exégetas del cambio. Votos y urnas no hacen gobierno, mucho menos dan, en automático, orden democrático.
Al final de su actuación, o desde el principio según algunas crónicas, al secretario lo dejaron solo. Solas quedaron también sus reflexiones dinámicas sobre la reforma fiscal "progresiva y redistributiva", un "reclamo social", como solas quedarán las intentonas de algunos diputados por sacarle al gobierno las castañas del fuego. Manos de gato hay, sin duda, pero todos saben ya a estas alturas que ese fuego sí quema y prefieren recomendar calma y tranquilidad que presupuesto habrá.
Lo que no tendremos, por segundo año consecutivo, es conducción efectiva de la economía desde la política, sino operaciones mediocres, autodestructivas, para acomodarnos al dictado de "los mercados" que ya nos quitan la confianza. Que será, será, hasta que deje de ser. Por lo pronto, las penas vienen, pero el pan será escaso.