DOMINGO Ť 25 Ť NOVIEMBRE Ť 2001
Ť Patrick Cockburn
La Alianza del Norte triunfó; no esperen que entregue el poderŤ
Pocos movimientos políticos han avanzado tanto en tan poco tiempo. Hace un mes la Alianza del Norte se aferraba lastimosamente a unos cuantos baluartes entre los peñascos de las montañas del Hindu Kush. Ahora es el amo de Kabul, parecía a punto de tomar Kunduz y se preparaba para asistir a pláticas con otros líderes afganos la semana próxima. El ob-jetivo es instalar un gobierno interino en Afganistán que reúna a todas las facciones y grupos étnicos.
La conferencia tiene pocas posibilidades de ser exitosa. La Alianza del Norte no está ansiosa por compartir su poder. Su líder, Burhanuddin Rabbani, quien acaba de arribar a Kabul de su refugio en las montañas en las que habitó los últimos años, ha asegurado que la reunión en Bonn será "simbólica". Quiere que se celebren conversaciones realmente importantes sobre compartir el poder en Afganistán, probablemente en Kabul, y bajo las armas de los soldados triunfantes.
Y esas armas son lo que cuenta. Son el símbolo del nuevo Afganistán, y también del anterior. El chiste de guerra de Stalin -Ƒy cuántas divisiones tiene el Papa?- se cumple totalmente en la política de Afganistán. Los planes de traer de regreso al rey Zahir, tras 28 años en el exilio, se hundirán ante el hecho de que él no tiene a ningún ejército bajo su mando. Aun si volviera, sería un títere manejado por alguien más.
El problema que enfrenta hoy la Alianza del Norte es similar al del régimen talibán hace unos días. Sus bases son demasiado estrechas como para conservar el poder que ha obtenido. Si los fundamentalistas pudieron conquistar 90 por ciento de Afganistán, fue gracias al apoyo paquistaní y saudita. La Alianza del Norte sólo fue capaz de lograr su gran avance este mes gracias a la ofensiva aérea de Estados Unidos.
La Alianza del Norte fue extraordinariamente hábil al aprovechar la oportunidad que se le presentó con los devastadores ataques contra el World Trade Center y el Pentágono el 11 de septiembre. Apenas dos días antes había perdido a Ajmad Shah Masood, su líder militar, cuando dos asesinos que se hicieron pasar por periodistas lo acabaron durante una entrevista.
Pero días después de este desastre al doctor Abdullah Abdullah, el engolado oftalmólogo que funge como ministro del Exterior de la Alianza del Norte, estaba haciendo preparativos para que montones de periodistas fueran trasladados en helicóptero al valle de Panjshir, al norte de Kabul. En un mundo hambriento de noticias sobre Afganistán, la coalición opositora armada recibió publicidad masiva. Y no se ha arrepentido ni por un momento.
Fue un incidente con una camioneta pick-up japonesa que contraté para trasladarme a diversos campos de batalla, poco después de llegar a Panjshir, lo que me hizo darme cuenta de lo débil que es en realidad la Alianza del Norte. El vehículo con chofer tenía un costo de cien dólares por día, un elevado precio fijado por el Ministerio del Exterior de la Alianza del Norte. El acuerdo funcionó. El chofer era bueno y la pick-up resistió satisfactoriamente los horribles caminos afganos.
Un día, sin embargo, una docena de enojados soldados llegaron a la casa que yo rentaba junto con otros periodistas. Su co-mandante, un hombre de aspecto rudo de treintitantos años llamado Abdul Rashid, explicó la razón de su furia: el vehículo que yo utilizaba era suyo. El mismo se lo quitó a los talibanes tres años antes. El dinero que recibía de mí pagaba los alimentos para él y los 40 hombres bajo su comando.
"No tenemos ningún otro ingreso", dijo Abdul Rashid. "Sin el dinero de la camioneta moriremos de hambre". Resultó que el Ministerio del Exterior quería que el mayor número de gente posible se beneficiara del dinero pagado por periodistas extranjeros y querían proporcionarme a otro chofer y otro medio de transporte. El comandante quería que yo me uniera a él para protestar ante el Ministerio del Exterior, algo que yo me negué a hacer.
Hombres como Abdul Rashid, que han pasado años de guerra y pobreza en las montañas, no van a compartir fácilmente el poder. Y son los comandantes militares lo-cales como él, como los caballeros de la Edad Media en Europa, los que están construyendo los cimientos del poder político afgano. Será la alineación, o la repentina neutralidad de estos soldados profesionales que han luchado desde su más temprana adolescencia, lo que determinará el resultado de las batallas en Afganistán.
En una sociedad así de militarizada la es-tabilidad es difícil de lograr porque la amenaza de la fuerza armada está siempre apenas por debajo de la superficie. Esto ha exacerbado las profundas divisiones étnicas. Los pashtunes, que sirvieron de apoyo al régimen talibán, conforman 42 por ciento de la población. Tadjikos (25 por ciento) y uzbekos (8 por ciento), por lo general, están detrás de la Alianza del Norte.
Masacres, que tuvieron lugar sobre todo en las cercanías de la ciudad norteña de Mazar-e-Sharif, han exacerbado los odios étnicos durante los últimos cinco años. Ya en estos momentos los musulmanes hazara shia, descendientes de los mongoles y que son 19 por ciento de la población, están protestando porque los tadjikos tomaron Kabul.
Pero también hay algunos motivos de optimismo. Los afganos están extremadamente cansados de la guerra. Existe un profundo deseo de una vida normal a todos niveles. Los afganos con educación universitaria se quejan de que sus hijos están apenas alfabetizados debido a que las escuelas fueron destruidas. En las tierras fértiles de las planicies de Shomali, al norte de Kabul, que reciben agua de los ríos provenientes de Hindu Kush, los médicos dicen que 80 por ciento de los niños están desnutridos.
Los afganos saben que en estos momentos tienen una oportunidad sin precedentes para obtener ayuda del extranjero, pero esto requiere alguna forma de paz civil.
Las presiones externas sobre Afganistán también deben moderarse. La Alianza del Norte puede exagerar el grado en que el talibán era un instrumento de la inteligencia paquistaní... pero sólo un poquito. Irán y Rusia, los aliados tradicionales de la Alianza del Norte, también van a querer expandir su influencia, pero seguramente esto se hará por medios pacíficos. Ninguno quiere una confrontación con Estados Unidos.
El poder en Afganistán está fragmentado y así seguirá. Hasta los poblados se comportan como repúblicas independientes. Una fuerza extranjera de mantenimiento de paz puede ayudar a reducir la fricción entre los bandos, los ejércitos y los grupos étnicos. Pero como ya lo descubrió la ONU en Somalia, no ser percibido como una entidad totalmente neutral puede acarrear consecuencias desastrosas.
Ť Copyright: The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca