miercoles Ť 21 Ť noviembre Ť 2001

Luis Linares Zapata

Inicio de la resurrección

Las postrimerías del 2001 toman al PRI en un proceso de franca recuperación de su vida como instituto político. Los mayores logros que acompañan la celebración de su 18 asamblea pueden ya enumerarse. Para comenzar, los priístas logran recopilar múltiples instrumentos que les permitirán refundar su organicidad interna. Los más de 11 mil delegados muestran, a las claras, la reposición de su extraviada energía y riqueza humana que padecieron durante la larga e intensa corrosión. Logran evitar la amenaza, vista como posibilidad, de serias rupturas o, peor aún, de su pronosticada fragmentación y muerte. Han dado, en cambio, testimonio de la experiencia de su liderazgo y enseñan, a la vez, capacidad para atraer la nueva sangre que tan urgentemente necesita su ya avejentada dirigencia. Todo un año de resultados donde sus medianos logros electorales son sólo parte de la fotografía que ya le han tomado los ciudadanos y demás actores tanto del ámbito público nacional como en el exterior.

Nada despreciables son los demás factores que han llevado al PRI a posisionarse como todo un partido que aspira, luego de su dramática derrota el 2 de julio, a reclamar lo perdido que, por cierto, ha sido bastante. Y no sólo por la expulsión de la Presidencia de la República, de algunas gubernaturas, presidencias municipales y demás puestos de elección, pues ellos se reconquistan con relativa facilidad, sino el deterioro en ingredientes determinantes para la sedimentación y sustentabilidad que requieren los partidos. Características definitorias como su andamiaje ideológico con el cual presentarse ante los ciudadanos de un país. La visión de futuro que lo distinga, despierte la esperanza y lo haga atractivo al votante. La indispensable credibilidad en su discurso y accionar. O la confianza hacia el talento de su liderazgo, la honorabilidad de su militancia, su capacidad de mando y la aptitud para dar solución a los múltiples conflictos que aquejan a toda sociedad. Cualidades de un partido cualquiera que, en tratándose del priísmo, había soportado tanto desgaste durante su dilatado período de estancamiento y decadencia.

La recuperación del priísmo no ha sido tampoco un golpe de suerte; aunque sí lo hubiera sido, sería un hecho de todas maneras aceptable en cualquier institución. Se trata, en efecto, del resultado de una penosa como urgente preparación, no exenta de traspiés y titubeos. Las mismas alianzas y hasta acuerdos cupulares entre grupos o personajes clave de su diario quehacer han sido parte de la puesta en escena que los ha llevado a colocarse, sin duda, a la cabeza del imaginario político que define la actualidad pública de México.

El tránsito acelerado, apenas un año después de su forzado exilio de Los Pinos, hacia un partido de oposición fue acompañado de una gran porción del poder público, lo que les ha posibilitado el hacer consciente la obligación de utilizarlo para volver a la competencia.

Otros factores también han contribuido y no se pueden ni deben soslayar. En una vista general se distingue el desgaste acelerado del presidente Fox, magnificado por la prolongada recesión económica que amenaza con llenarle de trampas y obstáculos toda la mitad de su mandato. Ello le ha permitido a los priístas, después de repetidos estiras y aflojas, marcar los tiempos de las negociaciones para las pendientes reformas legislativas. La fiscal, por ejemplo, ha quedado, finalmente, sujeta a su voluntad y, por tanto, mucho de lo que ésta contenga, para bien o para mal, al PRI se le atribuirá. En lo tocante a la reforma energética, tan esperada y prometida, todo indica que el PRI tiene en sus manos las riendas direccionales y éstas no apuntan hacia las metas que la administración de los gerentes quiere imponer.

Pero no todo será miel sobre hojuelas para el PRI. Enfrente le quedan resabios de su discurso desapegado de la realidad, sin asomo de crítica del momento y pérdida de contacto con la sociedad, en especial con sus estratos más avanzados y con mejor organización. El atraso de varios de sus planteamientos todavía anclados en el viejo nacionalismo revolucionario. Los suaves, desfasados y timoratos ajustes con sus errores, con la corrupción sistémica que logró edificar y que todavía permite notorios enclaves de su pasado de latrocinios, manipulaciones y complicidades múltiples. Pero, sobre todo, la popularidad y el apoyo que aún reciben personajes de su militancia que han mostrado, de manera repetida, sus oscuras alianzas y una flagrante violencia contra el estado de derecho, adecuando a su mera voluntad, intereses y hasta capricho, los mandatos de ley, tal y como lo hizo Madrazo en Tabasco y maniobra para imponerse, hoy, de nueva cuenta en las sesiones estatutarias de Veracruz. En ese puerto, todo apunta a que esos delegados ahí reunidos no sólo modificaron las reglas del juego, sino que eligieron al líder del partido (con todo y crecido dedo) y al candidato a la Presidencia de la República. Que el aire los tome por sorpresa y los electores vuelvan a decidir.