MIERCOLES Ť 21 Ť NOVIEMBRE Ť 2001

Soledad Loaeza

La Democracia Cristiana en México

Hoy se inaugura en México la reunión de líderes de la Internacional de Partidos Demócrata Cristianos y Populares, la IDC. El hecho de que esta asamblea tenga lugar en esta ciudad no deja de ser sorprendente pues, a pesar de la victoria de su candidato presidencial, hasta hace relativamente poco tiempo el Partido Acción Nacional mantuvo una relación ambigua con esa corriente ideológica.

Baste recordar las ambivalencias y los titubeos de los panistas en relación con su matriz católica, en cierta forma agravadas por la renuencia de Vicente Fox a ser identificado con el partido, por sus dificultades con la dirigencia, o la estrategia de campaña de sus amigos, empeñados en hacer a un lado a Acción Nacional, convencidos como estaban de que la figura del candidato era más atractiva que el partido. Todo esto puede modificarse de manera definitiva después de la reunión de la IDC. Es posible que se terminen la indefinición y las contradicciones del gobierno y del PAN y que con ello se reduzca la incertidumbre que ha dominado la vida pública en los últimos meses.

Después del miércoles Acción Nacional será reconocido como parte de la familia ideológica demócrata cristiana, como tal adquirirá compromisos programáticos específicos que tendrán que reflejarse en sus acciones de gobierno; el presidente Fox será consagrado como uno de los líderes de esa familia, y los panistas tendrán en la propuesta demócrata cristiana un marco de referencia consistente, a partir del cual podrán articular un discurso preciso y formular respuestas cuyos referentes serán claros. Todo esto le imprimirá a las acciones del gobierno foxista la predictibilidad que le ha faltado. Así, la Democracia Cristiana habrá llegado a México, curiosamente después y no antes de haber alcanzado el poder.

La llegada de la Democracia Cristiana a México es en cierta forma tardía. En América Latina los primeros partidos identificados con esta corriente aparecieron inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial. Los más notables fueron la Falange chilena y COPEI en Venezuela, pero el PAN se mantuvo distante de estas organizaciones; lo mismo ocurrió a principios de los años sesenta, cuando en reacción a la revolución cubana hubo un resurgimiento vigoroso de esta opción en diferentes países latinoamericanos, pero el mayor éxito lo obtuvo en Chile, donde Falange se convirtió en Democracia Cristiana (DC). Desde entonces este partido ha sido uno de los protagonistas centrales de la política chilena, una organización estable y duradera, con oferta política y propuestas de gobierno; la DC chilena es una referencia obligada para otras corrientes afines en América Latina.

Los dos argumentos que se han utilizado para explicar la ausencia de la DC de México han sido el predominio del PRI a partir de 1946, y la restricción legal que hasta 1977 prohibía la existencia de partidos vinculados con organizaciones internacionales. Sin embargo, el Partido Comunista era el destinatario de esta medida contenida en la Ley Federal Electoral de 1946. En realidad la historia de la ausencia de la DC no está completa si no se incluyen otros datos: la determinación de la Iglesia católica de evitar una nueva confrontación con el Estado después de los arreglos de 1929 que pusieron fin a la cristiada; la ambigüedad de origen de Acción Nacional en relación con el catolicismo, Ƒera el PAN un partido de católicos o un partido para católicos?; Ƒdebía servir a los intereses de la Iglesia o a los intereses de los ciudadanos?; la enigmática hostilidad de Gómez Morín a la DC, a la que en 1958 descartó como opción válida para México; las diferencias internas entre los defensores de un partido confesional y los promotores de una política laica; el rechazo casi visceral de los panistas a la acción sindical, y el fervoroso conservadurismo de una buena parte del catolicismo mexicano que prefirió durante décadas el statu quo priísta frente a la aventura democrática.

Algunos de estos factores han desaparecido, por ejemplo, la hegemonía del PRI, la sombra del partido confesional y el temor al cambio político. Sin embargo, la globalización -tan odiada por muchos demócratas- fue el catalizador de la implantación de la DC en México, porque es en buena medida el reflejo de actitudes más tolerantes -cuando no de búsqueda- frente a la influencia y presencia del mundo exterior en nuestra vida política.

La reunión de líderes de la IDC aquí es la culminación de la "desterritorialización" -como define Ralf Dahrendorf la globalización- de la política, que en los últimos años del siglo XX fue parte del mismo proceso que en el comercio y las finanzas barrió las fronteras que en el pasado demarcaban los procesos internos de corrientes y actores externos, y que sustentaban la superioridad de las "soluciones nacionales" frente a las fórmulas extranjeras.

La DC llegó al PAN vía las relaciones privilegiadas que desde los años ochenta desarrolló el partido con la fundación alemana Konrad Adenauer (Konrad Adenauer Stiftung, KAS) y con el Partido Popular de José María Aznar. De éste ha recibido desde hace años sobre todo apoyo solidario, ha intercambiado experiencias y construido lazos personales sólidos; pero de la Fundación Adenauer los panistas han obtenido elementos muy valiosos para consolidar su identidad ideológica y su madurez organizativa. En 1987 Manuel Clouthier citaba la política de estabilización monetaria de Ludwig Erhard como un ejemplo válido para combatir la inflación mexicana. La economía social de mercado (que nació de la interpretación alemana de la encíclica Quadragesimo Anno) fue la respuesta ilustrada del panismo a las reformas de los tecnócratas priístas. Basta comparar las propuestas de la KAS para América Latina con los documentos programáticos más recientes de Acción Nacional para encontrar coincidencias casi perfectas en materia de reforma fiscal, descentralización, educación, desarrollo de empresas medianas y pequeñas y combate a la corrupción. Jóvenes panistas y miembros de la dirigencia han participado en los distintos programas de formación de líderes de la Fundación Adenauer que también es un respaldo importante para la Fundación Rafael Preciado Hernández del PAN. La influencia de la KAS sobre Acción Nacional es de tomarse en cuenta porque en el amplio espectro que es hoy en día la democracia cristiana europea, la versión más conservadora es la alemana frente a otras más progresistas como, por ejemplo, la versión belga.

Nada de esto es una conspiración. Lejos estamos de los tiempos en que recibir una beca de la Fundación Rockefeller era prueba de que uno era agente del imperialismo, como bien podrían testimoniarlo los muchos y muy distinguidos miembros de la izquierda mexicana que en las últimas dos décadas del siglo se beneficiaron del generoso apoyo de distintas y poderosas fundaciones estadunidenses. Los fines de KAS son auténticamente la promoción de la democracia y la defensa de los derechos humanos, y la estrategia fundamental es contribuir a que los actores políticos nacionales se comprometan con estos objetivos y cuenten con los recursos para alcanzarlos.

La fundación llegó a América Latina el mismo año de su nacimiento, en 1961, y desde entonces la región ha sido uno de los terrenos privilegiados de su acción, al igual que para otras dos fundaciones políticas también alemanas: la Friedrich Ebert (afiliada al Partido Socialdemócrata) y la Friedrich Naumann (afiliada al Partido Liberal). Su existencia y actividades son el centro de lo que se ha llamado la "diplomacia informal" alemana o "diplomacia suave" que después de la unificación impulsó enérgicamente el canciller democratacristiano Helmut Kohl, con el objetivo de promover la influencia política y moral de Alemania, así como su imagen de país comprometido con la democracia. Sus actividades en México son las mismas que desarrolla en otros países de la región, muy similares a las que desempeñó en España en los años de la transición, y a las que realiza en la actualidad en los antiguos países del este europeo, en Asia y en Africa, con los matices que imponen las situaciones particulares.

La importancia particular que tiene América Latina para la IDC puede medirse en el crecimiento de la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA), que es, junto con el Partido Popular Europeo, una de sus organizaciones regionales. La ODCA fue fundada en 1948 por el chileno Eduardo Frei Montalva, como parte de la Unión Mundial Democristiana; en 1984 agrupaba a 19 partidos y asociaciones políticas en la región; en el año 2000 su número había aumentado a 31 en 26 países de América Latina, y representaba 30 por ciento del electorado de la región. Acción Nacional empezó a participar en reuniones internacionales de la ODCA desde 1987, en 1993 ingresó como miembro observador y en 1999 se convirtió en miembro ordinario de la misma. Luis Felipe Bravo Mena es uno de los diez vicepresidentes del Comité Ejecutivo de la IDC, que está a cargo del diseño y la ejecución de las decisiones de la organización.

La presencia del presidente del PAN en el Comité Ejecutivo de la organización es un indicador de la importancia que se le atribuye a México en la estrategia internacional de una fuerza política que mira al futuro con gran optimismo. No sin razón. El socialismo no ha logrado recuperarse de la caída del Muro de Berlín, y los costos sociales de las reformas económicas del último cuarto del siglo XX han desacreditado el liberalismo y le han ganado un número creciente de críticos y adversarios.

El objetivo de esta reunión de líderes es hacer de la IDC una alternativa para el siglo XXI. El primer paso en esa dirección será presentarse como una fuerza política secularizada y democrática capaz de responder a los desafíos de la globalización, que es su primera preocupación. De ahí que es muy probable que cambie de nombre, abandone la denominación religiosa que puede ser restrictiva, y se convierta en Partido de Centro Humanista y Reformista.

No sería la primera vez que la DC se renueva, pero la que llega a México es una democracia cristiana exhausta por la erosión del poder y por los escándalos de que fue protagonista en Italia y en Alemania. Envejecida y distinta de la que nació en 1944 como una propuesta de modernización de los partidos católicos europeos que sufrieron el desprestigio de haberse asociado en la preguerra con la extrema derecha y con ello haber contribuido a la debacle de 1939-1945.

Pese al cambio de nombre el nuevo partido pretende preservar la continuidad de esta fuerza política cuyos orígenes podemos rastrear hasta la encíclica Rerum Novarum que el papa León XIII dio a conocer en 1889. Sin embargo, el intento de renovación está plagado de contradicciones. La huella de la matriz católica está fresca en las nociones básicas del centro humanista y reformista, en torno a las que se pretende construir la nueva identidad: el bien común, el "humanismo integral", la "mundialización" que "privilegia la dimensión humana de la globalización", la persona como alternativa al individuo y el comunitarismo. En cada una de estas nociones están presentes las viejas fobias católicas: el antiliberalismo, el antiindividualismo, el anticolectivismo y el antiestatismo.

Es muy poco lo realmente novedoso en la nueva propuesta de la antigua DC, y aunque parte de una crítica explícita al liberalismo no se ha mantenido del todo impermeable a su influencia. Si bien insiste en "la persona", subraya dos axiomas liberales por antonomasia: el principio de la igualdad de oportunidades y la eficacia de la educación como vía de redención individual, o si se quiere, personal. En cambio, de las comunidades naturales que en el pasado eran la unidad privilegiada de la sociedad católica, únicamente permanece la familia; el gremio y el municipio han desaparecido. Asimismo, es notable la ausencia del Estado, que en el discurso católico tradicional era reconocido al menos como un importante mediador de conflictos sociales; se habla de la política de "los gobiernos", de una "sociedad de bienestar" como alternativa al "Estado de bienestar", y de que la responsabilidad de crear empleos es de la sociedad y no de los gobiernos. A estos corresponde "...asegurar condiciones económicas y sociales para una vida digna"; pero el enunciado se ve más adelante restringido, pues se precisa que lo harán mediante políticas de salud pública y de seguridad pública.

De todo lo anterior se desprende que para el humanismo centrista y reformista la iniciativa privada es la clave del orden social. No obstante, los documentos preparatorios de la reunión de líderes revelan que el tema central será el combate al terrorismo: "...Reprobamos toda forma de violencia, crimen organizado, mafia o terrorismo y, en general, cualquier actividad que ponga en peligro la convivencia pacífica y democrática del género humano." No en balde José María Aznar, presidente del gobierno español y para quien ETA sigue siendo uno de los principales adversarios, será elegido líder de la nueva organización.

Para muchos católicos la idea de un catolicismo liberal es un contrasentido, y en cierta forma lo es, o motivo de excomunión; sin embargo, es lo que ofrece el humanismo centrista reformista. No obstante, no es éste un parteaguas en el pensamiento católico comparable siquiera a la fórmula demócrata cristiana de Georges Bidault, Alcides de Gasperi y Konrad Adenauer, quienes en 1944 comunicaron al papa Pío XII que se había fundado una nueva fuerza política con un poderoso referente en el cristianismo y en la doctrina social de la Iglesia, pero haciendo a un lado la inveterada hostilidad vaticana al pluralismo político y a las instituciones de la democracia liberal.

El mérito de estos líderes fue que lograron dejar atrás el clericalismo político y el Estado confesional. Con ellos se renovó la tercera vía y de ellos nació la idea de una "revolución por la vía de la ley", que estuvo detrás del reformismo social de los cristianos europeos de la segunda mitad del siglo XX.

La nueva fórmula que hoy se propone se distancia todavía más de las posiciones vaticanas, en particular de la Doctrina Social de la Iglesia, pese a que mantiene los principios de subsidiaridad y de solidaridad. Sin embargo, su pronunciado ánimo antiestatista y la parquedad de las menciones relativas al comunitarismo colocan al humanismo centrista y reformista demasiado cerca del individualismo posesivo que fue la inspiración de las corrientes del liberalismo radical de finales del siglo XX.

Todo sugiere que el humanismo centrista y reformista se sitúa en una posición completamente secularizada y autónoma de la Iglesia. No obstante, el referente cristiano presente en los documentos introduce una ambigüedad equívoca, de la que pretenden beneficiarse los partidos democratacristianos, porque sugieren el aval de la Iglesia, aunque no lo reciban explícitamente. No obstante, éste será difícil de conseguir dado el fuerte componente liberal implícito en la propuesta; las autoridades eclesiásticas difícilmente querrán avalar posturas liberales disfrazadas de una doctrina de respeto a la iniciativa privada, de defensa del bien común y de repudio al interés general cuyo único representante posible sigue siendo, pese a todo, el Estado.

No hay ninguna certeza de que el humanismo de centro reformista resolverá los dilemas que plantea la relación entre algunos de los valores de la cultura católica y las instituciones liberales y que ya en el pasado han demostrado ser intratables. Lo peor que podría pasar es que la autoridad moral y política del liberalismo sea utilizada para asegurar la restauración del inmovilismo social, del fatalismo y de la autocompasión. Al mismo tiempo, el nuevo partido podría ahondar las diferencias políticas en el seno de un electorado católico antiliberal y fragmentar aun más el apoyo que han logrado las organizaciones afiliadas. Acción Nacional, por su parte, tendrá que manejar con inteligencia un respaldo internacional que le da estatura, pero que también puede agravar la confusión a su alrededor y agravar las divisiones en su interior.