Chipre ha sido desde siempre un semillero de poesía. El infortunio de la dominación iniciada hace alrededor de cuatro mil años, en los sucesivos coloniajes ejercidos arbitrariamente por los fenicios, egipcios, persas, griegos, romanos y bizantinos sólo para referir orígenes se prolonga la presencia de Afrodita en los ardientes y cándidos sonidos que acompasan los anhelos libertarios del espíritu al amparo de la cúpula literaria. La posición geoestratégica insular importa actualmente a las potencias desatadas al compás de los tambores, ahora en la aldea globalizada. De los templarios (1191) a los venecianos (1571), los invasores dejaron su estela de antecedentes para luego dar paso a los turcos otomanos casi durante trescientos años (1878) hasta la llegada de los ingleses, dos conflagraciones mundiales y la guerra fría... Entretanto, en la pluma de sus poetas emerge como una constante de silencio ensordecedor, el apremio por un Chipre emancipado, esa porción de nueve mil 251 kilómetros capaz de lograr, un día después de la fiesta de la Asunción de 1960, su anhelada independencia. La poesía abrevó en el mundo griego, no en vano son mayoría los descendientes intelectuales de Sócrates, Platón y Aristóteles, en contraste con la minoría turca que detenta, no obstante, en el umbral de las turbulencias del derecho internacional, parte del territorio. Así, los poemas que aquí presentamos son simultáneamente chipriotas y helénicos. Tienen los mismos rasgos del katharévousa (griego culto semiclásico) donde afloran las estructuras demóticas (griego moderno). Son sensaciones y sentimientos testimoniales del inconsciente colectivo forjado en la noche oscura que, pese a la escollera, deja pasar el agua tibia de un Mediterráneo que huele todavía a las fragancias helénicas tan nutrientes del mundo occidental. Esta pequeña reunión de poemas permite al lector asomarse, a principios de siglo y de milenio, a las armonías rítmicas asociadas a un Estado-nación marcado por el destino de la disputa, y donde la palabra hace soplar vientos refrescantes en medio de escenarios pragmáticos que no pueden destruir las raíces históricas, hilo conductor que impide perderse en los laberintos mitológicos que conducen finalmente al sentido del "nosotros" del arte que no se puede destruir: la poesía. Cayetano
Cantú Moreno
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Nadina Dimitriu (1928) El deseo no duerme cuando la fe lo acecha
Llega el momento cuando los pálidos
rostros
Idilio Un resplandor azul
Las laderas, los campos
El sol platica suavemente
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Kypros Xrisanthis (1915) Para milagros e inundaciones es el tiempo,
Tus palacios estaban saturados de leyendas,
Ven, escancia la botella, extranjero amigo
El orgullo de Chipre está de pie
Petros Sofas (1933) Guardaste la paciencia
¿Qué es lo que esperas aún?
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Yannis Papadópoulos (1928) Digamos que ahora somos los primeros en
encarar
Manos Kralis (1914) El oscuro espejo de los astros
Se olvidan en la mirada de la sirena
Manojos de lirios, humildes palomas
Rocío de Egipto de la estrella matutina
en su pelo,
¿Noches que amamos, Matios, Antonio
y Vitsko,
El sollozo del desnudo arbusto,
A medianoche, en los dorados jardines de
la muerte
¡La mano que se congela en una mano;
y nuestra herida
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