DOMINGO 18 DE NOVIEMBRE DE 2001


Estados Unidos y sus aliados en la guerra

Toma y daca

El 11 de septiembre podría ser un punto de quiebre para los derechos humanos y la seguridad. Muchos ciudadanos estadunidenses ya se ven como parte de una comunidad mundial de una manera que se desconocía desde la Segunda Guerra Mundial. Pero si ese sentimiento se va a traducir en acuerdos internacionales equitativos y duraderos en materia de armas, comercio, sustentabilidad ambiental, no se puede esperar de manera educada a que lleguen, deben ser negociados. Estados Unidos dejó claro desde el principio que no negociaría con el régimen talibán. ¿Y el resto de nosotros?

Naomi Klein

El pasado fin de semana, el presidente paquistaní, Pervez Musharraf, pidió a Estados Unidos que mostrara un poco de amor a cambio de su cooperación. En específico, está obsesionado con unos aviones de combate F-16, que fueron vendidos a Pakistán y después retenidos porque el país estaba desarrollando armas nucleares.

Es el tipo de diplomacia "me rascas y te rasco la espalda" que esperamos desde el 11 de septiembre: un paquete de ayuda por acá, un préstamo por allá. Y también están todos los sobreentendidos de que Estados Unidos se hará de la vista gorda cuando los militares chinos o indonesios golpeen a movimientos de liberación dentro de sus fronteras, ya que ahora toda la represión estatal parece ser parte de la guerra contra el terrorismo.

¿Realmente van a ser estas negociaciones en el cuarto trasero y acuerdos de caballeros los únicos legados del 11 de septiembre, o hay más que la comunidad mundial podría estar demandando durante este, el más multilateral de los momentos?

Enfrentadas a un enemigo que no respeta fronteras, la administración Bush ha hecho muchas demandas a la comunidad mundial desde el 11 de septiembre: apoyo militar, información de inteligencia, cooperación de las fuerzas policiacas y colaboración de las instituciones financieras. Ha pedido la armonización de los controles fronterizos y de la seguridad aeroportuaria. Ha pedido bases terrestres, espacio aéreo, y ha solicitado a sus aliados que expongan las vidas de sus ciudadanos.
Definitivamente, nuestros gobiernos podrían estar pidiendo más a cambio. Algunos podrán pensar que resulta burdo hablar de un "toma y daca" cuando una nación aún se está recuperando del horror de ataques terroristas, y que ahora está batallando con un nuevo trauma tras el choque del vuelo 587 de American Airlines.

Pero, ¿y qué pasa con el tipo de intercambio que podría ayudar a luchar contra el terrorismo -antes y después de que ocurra-? Tales mecanismos existen, pero requieren de voluntad política, especialmente de parte de Estados Unidos. Y ello no llegará sin una pelea de por medio.

Muchos de los que apoyan el bombardeo a Afganistán lo hacen de mala gana. Para algunos parece que las bombas son las únicas armas disponibles, por más brutales e imprecisas que resulten ser. Pero esta escasez de opciones es en parte resultado de la resistencia del gobierno estadunidense a toda una gama de instrumentos internacionales más precisos y potencialmente efectivos. Como una corte criminal internacional, a la cual se opone Estados Unidos, por temer que sus propios héroes de guerra puedan enfrentar procesos penales. Como el Tratado de Prohibición de Pruebas en materia de armas nucleares, tampoco apoyado. Y todos los otros tratados que Estados Unidos se rehúsa a ratificar, en materia de minas antipersonales, armas ligeras y tantos asuntos más que nos hubieran ayudado a lidiar con un Estado fuertemente militarizado como el de Afganistán, especialmente ahora que la Alianza del Norte toma Kabul.

Así que, ¿por qué, después del 11 de septiembre, tan pocos dirigentes mundiales están dispuestos a usar las demandas sin fin de Estados Unidos como una oportunidad para insistir en que la cooperación internacional es una calle de dos sentidos- Ni uno solo de los líderes europeos -previamente tan enfurecidos con el abandono de George W. Bush del Protocolo de Kioto- ha condicionado la cooperación a cambios concretos en la actitud estadunidense hacia lo internacional. Tampoco -de manera negligente- lo ha hecho el secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan.

Tras bambalinas, algunos dirigentes europeos dicen que creen que la amenaza terrorista enseñó a Estados Unidos una lección: claramente, ningún país, sin importar su fortaleza, es una isla. Algunos, en voz baja predicen que el 11 de septiembre traerá una nueva era de cooperación internacional en todos los aspectos, desde el sida hasta la ayuda humanitaria, desde el desarme nuclear hasta un comercio más justo.

Pero con tan poco que se esté haciendo para hacer realidad esta visión optimista, rápidamente se está perfilando el escenario opuesto. En vez de una nueva era de cooperación mundial, Estados Unidos está inmerso en el mismo internacionalismo estilo buffet (escoge lo que te guste) que era su característica antes del 11 de septiembre.

Por ejemplo, en Marrakech la semana pasada, los países llegaron a un consenso sin precedente con respecto a poner en práctica el Protocolo de Kioto. Con la dependencia petrolera que lleva a una inestabilidad ambiental y política, la necesidad de acción es urgente. Sin embargo, Estados Unidos, el mayor emisor de gases que provocan el efecto invernadero, ni siquiera estaba sentado la mesa.

En Doha, esta semana, Estados Unidos estaba sentado la mesa, pero parecía que no para negociar. La delegación estadunidense en la Organización Mundial de Comercio fue tan clara en que no tenía la menor intención de hacer caso a las demandas de los países en desarrollo sobre las patentes de medicamentos, y del dumping agrícola, que Murasoli Maran, ministro de Comercio de la India, se refirió a la reunión como "una mera formalidad, y nos están coercionando contra nuestra voluntad".

La tragedia son las oportunidades perdidas. El 11 de septiembre podría ser un punto de quiebre para los derechos humanos y la seguridad. Muchos ciudadanos estadunidenses ya se ven como parte de una comunidad mundial de una manera que se desconocía desde la Segunda Guerra Mundial.

Pero si ese sentimiento se va a traducir en acuerdos internacionales equitativos y duraderos en materia de armas, comercio, sustentabilidad ambiental, no se puede esperar de manera educada a que lleguen, deben ser negociados.

Estados Unidos dejó claro desde el principio que no negociaría con el régimen talibán. ¿Y el resto de nosotros?*

(Traducción: Tania Molina Ramírez)
 


Doble rasero * Jans

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