DOMINGO Ť 18 Ť NOVIEMBRE Ť 2001
Ť Ni el izamiento de bandera impidió que la música dejara de escucharse
Los acordeones del Flaco y Celso cimbraron el Zócalo capitalino
Ť Del tex mex al vallenato en un concierto para taconear y bailar
Ayer, dos músicos maestros, pípilas del acordeón, uno de Monterrey, otro de San Antonio, Texas: Celso Piña y Leonardo Flaco Jiménez, ambos con profundas raíces populares y tradicionales, provocaron a the Mexican people. La gente aulló, taconeó, contoneó y se quedó con las ganas de echarse unos tragos en la respetable Plaza de la Constitución, la tarde-noche de ayer.
Profetas en terruño ajeno, Celso y El Flaco Jiménez, o al revés, aceptaron la entrega total del respetable que acudió a su presentación. La raza no quería dejarlos ir, pero, por esta ocasión, la presentación fue breve, apenas una hora. No hubo duelos, ni duetos, como algunos pidieron.
Los miles de asistentes despojaron de sus ritmos a los dos acordeonistas. El público pidió y ellos entregaron. No hubo discursos, pero sí muchas canciones. El intercambio fue parejo: aplausos por rolas. La permuta satisfizo a todos.
Celso Piña y su Ronda Bogotá fueron los primeros en conseguir la comunión de la gente. Vestido de playera roja y pantalón informal de color beige, como ha salido en las fotos, se hizo acompañar de un acordeón tricolor al que hizo emitir acordes de música vallenata. De Colombia para Monterrey, de ahí para México. Ahora para el mundo.
En el Zócalo quedó claro que los capitalinos no son el público regio. "Allá, mi público está muy bien establecido. La gente me pide. Aquí -en la zona centro-, empiezo al igual que en Europa, donde ya están pidiendo material", dijo en entrevista.
La aceptación de su música ha ido in crescendo. "Poco a poco vamos logrando nuestro objetivo: que la gente nos vaya conociendo.'' El gusto por sus gustos -los gustos de Celso, por supuesto- ha sido tanto que se quedará unos días más en la ciudad de México para presentarse en diferentes foros.
"šNada más ustedes y el público de Monterrey se lo merecen!", gritó a los asistentes y se despidió con la Cumbia de la paz. Los asistentes quedaron calientes, puestos para más y más... Pero había que cerrar la presentación.
Con El Flaco Jiménez se bailaron rolas de tex mex, country y boleros "de agárrame y no me sueltes", además de poner a polkear a todos con los Beatles y su Love me do.
El ocho veces candidato al Grammy fue presentado al estilo gabacho, pero en spanish: "Señoras y señores"... La gente no tardó en prenderse con canciones que hasta ahora sólo son del gusto de algunos privilegiados, o de los que viven aquí, pero que estuvieron allá, del otro lado, sobre todo en San Antonio, Texas.
Con La Múcura, su segunda rola, escuchó la ovación que esperó del público para saber que entraba a la gran plaza capitalina. De ahí pa'l real todo fue concatenación de aplausos, rolas y bailes.
"Gracias. Es la primera vez que me presento en este pedacito del mundo. Gracias. Thank you", dijo para que tras dos o tres contris más hiciera una pausa ante el arrío del lábaro patrio.
El ansioso público no esperó a que los soldados terminaran su ceremonia porque con rechiflas y uleros pidió el regreso del texano para seguir escuchando su música.
Mientras tanto, en la explanada, la gente pasaba y se quedaba, hasta que se apagaron las luces y se hizo el silencio.
GABRIEL LEON ZARAGOZA
Más cerca del sueño que del corazón
Durante la segunda presentación en el Salón 21, el pasado viernes, El Flaco Jiménez y su grupo se dieron a conocer, seguramente sin quererlo ni desearlo, como la mejor banda de música que hay en México, aunque no vivan aquí. También reafirmó que el sentimiento nacionalista en el fondo es una propuesta estética, y que con su música sintetiza los gustos de, por lo menos, tres generaciones. En concierto los cinco músicos que lo acompañan dictaron cátedra y puntualizaron cómo se debe oír, más cerca del sueño que del corazón, la música popular. De la polka al blues y del rocanrol a la sierra, la música que interpreta la banda del Flaco Jiménez es, cuando se escucha en concierto, una música cerquita y sólo para aquellos que se conservan en la necia. Es una música norteña que nos ocupa como radioescuchas y nos mantiene en vilo, es decir, entre el baile y el llanto, mientras los virtuosos dedos del acordeonista telegrafían un solo mensaje: No es que seamos los mejores, pero ahí se los dejamos de tarea.
Al oírlos el sentimiento se confunde. Mas que chicanos, pochos, mojados o connacionales, los músicos del Flaco Jiménez y él mismo aparentan ser los únicos mexicanos que quedan en el mundo. El acordeonista de 62 años, residente en San Antonio, Texas, no obstante haber recorrido prácticamente todo el mundo tocando y cantando con enorme éxito esta música con fuertes tintes nacionales, es la primera vez que visita esta ciudad, lo cual indica que miles de cientos de mexicanos nos tardamos muchos años en visitar Texas para conocer su música y que él, como regalo, vino a solazarse con nuestra boquiabierta cara.
En el escenario tocaron 20 canciones y eso se convirtió en fiesta de verdadero tex mex. Luego fueron precedidos por el también acordeonista Celso Piña y su cumbianguera Ronda Bogotá, los cuales tuvieron el privilegio de compartir tarima con el Flaco Jiménez y no sólo eso, sino que acompañaron en un palomazo al acordeonista de San Antonio. La distancia que separa a uno del otro, musicalmente hablando, es sólo de un año luz.
Música ranchera bluseada, rocanroles tibiriteros, sentidos corridos contrarios y boleros para Wenders, es lo que hace el Flaco Jiménez. Los solos de acordeón se van por las venas. El bajo sexto, tocado por Max Baca, carraspea en la garganta. El requinto de Rogelio El Conejo García en más de dos ocasiones nos hizo temblar las piernas, mientras la voz de Munie Rubio invita a beber tequila sin escalas. Al fondo dos figuras soportan el jaloneo de sus compinches: el potente bajo de Roy Paniagua y la atinada bataca de David Jiménez.
Su música de fronteras suena a desierto y es impulsada por la sed. Sólo 38 cervezas se tomó el Flaco antes de la actuación. Y no es que estuviera en el rodaje de la continuación de aquella película llamada Los vaqueros de Leningrado, sino que era justificable, según le dijo a Julio Rivarola, su representante en México, porque el médico le dijo que tomara mucho líquido, bromea.
Y en el escenario la fiesta sigue. Los únicos que faltaron en el público fueron todos los demás y en ese tonito de voz norteña que nos llena a los chilangos de lejania, el Flaco Jiménez se quiere refrescar la garganta, otra vez, y pide un pisto: ''Traime un pistazo de algo", dice, y presto el apuesto cantante que a su lado lo acompaña le alcanza un vaso de lo que al parecer es una cuba, la cual bebe. Sus ahora fans lo celebramos haciendo lo mismo y en un gesto de cuates, de amigos y mexicanos, alzando su copa, nos da la receta para entender y calificar la música que hace: "Esto es cocacola convertida". La nueva bebida musical.
FABRIZIO LEON