DOMINGO Ť 18 Ť NOVIEMBRE Ť 2001

Ť El actor polaco participó en el cuarto Festival Internacional Música y Escena

El manifiesto artístico de Jan Peszek, en un monólogo

Ť En Escenario para un inexistente pero posible instrumententactor las risas estallan, pero las palabras denuncian Ť La sociedad obliga a los creadores a mentir, se dice en la puesta

ANGEL VARGAS

Lo que hace sobre el escenario no tiene más límites que sus capacidades físicas. Es un genio, un desquiciado, un intelectual, un frenético, en fin, un ser que transita cíclicamente de lo sublime a lo grotesco, de la coherencia más racional a la locura más deschavetada, de lo solemne y ceremonioso a la ironía y la mordacidad más cáusticas.
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Jan Peszek encarna a un artista que enfrenta un gran dilema: confrontarse consigo mismo en un monólogo sobre la corrupción que han sufrido las artes y sus creadores en el mundo contemporáneo.

Sus reflexiones son profundas e incluso incómodas: "Los (artistas) que han alcanzado algún éxito no pueden reconciliarse con ellos por lo que les ha sucedido; el arte abre apetitos, incluso un éxito nunca dejará totalmente satisfechos nuestros deseos, sólo los tristes tontos no lo saben; todos los días nos enfrentamos con una mentira que se llama autorreputación. Si un cantante le dice a todo el mundo que su presentación en la Scala fue un total fracaso, nadie querrá hablar con él: la sociedad obliga al artista a mentir".

Pero esas palabras contrastan con el accionar que el actor polaco desarrolla frente a quienes lo observan e irrumpen en continuas y estruendosas carcajadas al verlo hacer malabares en una escalera que nunca logra trepar, o ser marioneta de sí y desfigurar su rostro y alborotar su escasa caballera, o tragarse ávidamente una manzana y esputarla por querer proseguir su soliloquio con la boca llena.
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Peszek, en la obra Escenario para un inexistente pero posible instrumententactor, es por momentos muy cercano a Chaplin y por otros a Groucho Marx, aunque en instantes adopte también poses de catedrático o gran conferenciante.

No importa que el actor se descamise, utilice su cuerpo a manera de percusiones, zapatee una especie de flamenco que deviene después ficticio caballo; o que haga música con cubetas y agua y cuando limpia el piso y unos lazos que funcionan como tendederos, y que no se capaz de emitir sonido alguno de un chelo.

No, eso no importa. En efecto, las risas estallan, pero las palabras denuncian cómo esta modernidad de comercio y capitalismo atroz no ha hecho de las artes sino unas putas: "Es verdad que en éste, nuestro mundo moderno, no existe una capa cultural homogénea que nos permita diferenciar entre lo sublime y lo miserable, lo elegante y lo bajo, el bien y el mal, el artista y el habilidoso".

Jan Peszek culmina tras 50 minutos intensos, donde el escenario improvisado que se levantó en el Aula Magna de El Colegio Nacional luce patas para arriba. La modesta escenografía, consistente en tres mesas, unas cubetas de peltre, una escalera pegable, una silla y un cello, parece haber sido embestida por un huracán; quedó hecha un desmadre.

Así fue el estreno nacional de Escenario para un inexistente pero posible instrumententactor, de Bojuslaw Schaeffer -considerado el padre del teatro musical y experimental polaco-, ocurrido la noche del viernes en El Colegio Nacional, como parte del programa del cuarto Festival Internacional Música y Escena, cuyas acciones tienen lugar también en el Centro Cultural Helénico.

Esta es una obra que el actor polaco viene representando desde 25 años en diferentes punto de su país y el mundo. La considera, de hecho, su propio manifiesto artístico, porque "ningún artista puede hacer algo sin estar de acuerdo consigo mismo".

Hoy puede ver a Peszek en el Centro Cultural Helénico al mediodía.