DOMINGO Ť 18 Ť NOVIEMBRE Ť 2001
LA MUESTRA
Ť Carlos Bonfil
La pianista
MICHAEL HANEKE ES un extraordinario realizador austriaco, cuyo trabajo es poco conocido en México. La Filmoteca de la UNAM lo dio a conocer hace unos años al proyectar en su Festival Cinematográfico de Verano Juegos divertidos (Funny games, 1997), reflexión muy cruda sobre la violencia juvenil, donde una familia es sometida en su casa de campo en las afueras de Viena a una larga sesión de tortura sicológica, de modo gratuito, sin fines de lucro, a manos de dos jóvenes yuppies ávidos únicamente de emociones instantáneas. Por televisión, tanto en cable como por Canal 22, se ha exhibido igualmente El video de Benny (1992) y 71 fragmentos para una cronología del azar (1994).
CON TODO, HANEKE sigue ausente en nuestra cartelera, lo cual es una lástima pues su cine ofrece uno de los mejores comentarios sobre la naturaleza de la violencia en la sociedad globalizada, sobre sus vínculos con una cultura audiovisual desbordante, y sobre el hecho de que sus manifestaciones más extremas no siempre coinciden con las viejas certidumbres sociológicas (violencia de clase, resentimiento social, etcétera), reflejando más bien una paulatina pérdida de exigencias y asideros morales en sociedades de consumo altamente industrializadas. Este desasosiego lo muestra de nuevo Haneke en una cinta inédita en México, Código desconocido (Code inconnu, 2000), en la que una brillante Juliette Binoche aparece al borde del extravío mental luego de ser sometida a experiencias de una violencia extrema.
EN LA PIANISTA (La pianiste, 2001) Haneke elige de nuevo una protagonista para otro relato de delirio, a partir de una novela de la también austriaca Elfriede Jelinek. Esta vez el rol de Erika Kohut, maestra de piano de temperamento glacial, lo interpreta Isabelle Huppert, figura fetiche de Chabrol (Un asunto de mujeres, La ceremonia, Gracias por el chocolate), una de las actrices más sobresalientes del cine europeo. El tema central es aquí la violencia sexual, la que una persona se inflige a sí misma, y también su necesidad de imponérsela a otro ser, obligándolo a compartir fantasías eróticas que incluyen el placer masoquista, el exhibicionismo y los rituales de una autodegradación física. El encuentro de Erika y el joven Walter Klemmer (Benoit Magimel) es al instante una premonición trágica, y lo que sigue, una denodada dialéctica de dominación y sometimiento voluntario, con roles intercambiables, y una espiral de humillación física y sicológica que alcanza extremos apenas soportables.
HANEKE CONDUCE LA cinta como una ceremonia de iniciación erótica, acompañada de un lento desmantelamiento de toda ilusión romántica; al respecto la música de Schubert es un contrapunto espléndido. Retrato despiadado de la vida familiar (relación amor/odio de Erika y su madre), descripción irónica del medio artístico austriaco, aproximación muy fina a la neurosis de la maestra capaz de mutilar la carrera de una alumna colocando vidrios rotos en la bolsa de su abrigo, radiografía del alumno brillante y atractivo, y sus intentos por sustraerse, y su confusión al no poder dejar de ceder, al poderío mental de su amante 20 años mayor. Una película magistral, no apta para temperamentos románticos.