DOMINGO Ť 18 Ť NOVIEMBRE Ť 2001
Ť Elena Poniatowska

Los niños de Isabelle Castro

Quizá la rabia que sintió contra sus padres hizo que Isabelle Castro, francesa de 28 años, se inclinara sobre los más desfavorecidos: los niños de la calle.

Isabelle siempre fue malquerida. En diciembre de 1999 vino a nuestro país e hizo un viaje por varios estados y regiones de la República (Chiapas, Oaxaca, la sierra Tarahumara, Quintana Roo, Los Mochis, Sinaloa, Veracruz, Acapulco, Tlaxcala, Puebla, estado de México... total, sólo le faltaron cinco entidades), tomó muchos rollos de fotografía y cuando los reveló se dio cuenta de que todos eran niños. Entonces decidió presentarle un proyecto de libro a la Comisión Nacional de Derechos Humanos y éste fue aprobado con entusiasmo. Años antes, en Bilbao, Isabelle Castro había intentado venir a México para trabajar con los niños de Chiapas, pero en el momento de firmar el convenio con una ONG sintió miedo. Era una muchacha de 22 años; Chiapas tenía fama de ser una zona superpeligrosa y México un país donde campea la violencia.

Para una francesita viajar a Chiapas no es cosa de enchílame otra. Las ONG someten a los candidatos a largos interrogatorios y pruebas de diversa índole, entre otras, sicológicas. Toda clase de vacunas contra enfermedades tropicales y fiebres palúdicas acompañan el viaje, así como múltiples advertencias: "No te vayas a enamorar del subcomandante Marcos, ni de Tacho, Moisés o Zebedeo".

El espejo en los otros

ninos1El español de Isabelle Castro es perfecto, porque sus padres son españoles, aunque viven en Francia desde hace cuarenta y siete años. Isabelle hizo la maestría de filología española en la Universidad de Montpellier. De sus padres nunca recibió una prueba de amor. Jamás la animaron y la apoyaron en nada. La menor de siete hermanos, ninguno de éstos se sintió querido. Según Isabelle, los padres actuaron así "por torpeza". "Siempre nos llevaron la contra y los siete hermanos tenemos el mismo trauma. Cuando nos reunimos hablamos del horror que fue nuestra niñez. Mi hermano mayor tiene cuarenta y seis años y no lo ha superado". Por eso, Isabelle se acercó a los niños de la calle. "Sé que soy una mujer agresiva, porque de niña recibí agresiones... Cuando una amiga volvió a verme en Francia, después de nuestro encuentro en España, me dijo: 'Entiendo por qué te quieres ir a México; salte cuanto antes'".

-Isabelle, ¿no te has puesto a pensar que la autocompasión no lleva a ningún lado?

-Por eso comprendo tanto a los niños de la calle. Mi primer año lo viví en Tlaxcala, lejos de todo lo que quería olvidar. El segundo, en el Distrito Federal, y entonces empecé a comunicarme con los niños de la calle. Me volqué sobre ellos para compensar lo que a mí me había sucedido en mi propia infancia. Considero que mi niñez fue nefasta.

En Francia, Isabelle jamás vio un niño de la calle. En Montpellier, su ciudad natal, sólo había escolares que cruzaban la calle con su maestro llevando en la mano un "petit pain au chocolat", bien abrigados contra las inclemencias de la vida. La ciudad de México la escandalizó. "El primer año estuve llorando, porque vi niños entre los automóviles pidiendo limosna o vendiendo chicles. En Francia está prohibidísimo vender en la calle; los niños no andan a las once de la noche ofreciendo bagatelas. No digo que todos los niños en Francia sean felices, yo misma fui una niña infeliz, pero me consta que los niños franceses, tanto ricos como pobres, acostumbran dormirse a las diez a más tardar y ninguno pide limosna o traga fuego o limpia parabrisas a las tantas de la noche.

"¿Cómo ayudar? ¿Dando dinero? Fue mi primera reacción, pero un amigo me dijo que sólo estaba destrozándoles la vida. 'Mira, a este niño yo lo conozco y conozco a su papá. Su padre es un vividor que se permite mandar a los niños a vender baratijas y explotarlos. Mira, Isabelle, hay que tener cuidado porque con el dinero van a comprar drogas"'.

-¿A poco en Francia no hay drogas, Isabelle?

-Sí, pero no en niños de siete años ?responde indignada.

"En la calle vi cosas que jamás había vivido y sigo sin entender. Me resulta incomprensible que al subirme a la estación Balderas del Metro, la gente pase sin inmutarse al lado de un niño completamente drogado tirado en el piso. Trabajo en el Tec de Monterrey, campus Ciudad de México. Enseño francés todos los días de once a tres''.

-Supongo que la realidad del Tec de Monterrey es completamente distinta.

ninos2-Sí, es un mundo aparte. Me llaman miss y mis alumnos de quince y dieciséis años me han dicho que subirse al Metro es superpeligroso, que a las mujeres las violan. A mí, la verdad, no me ha pasado nada. No niego que haya problemas en el Metro, pero no existen al lado de los que provoca la policía. No se puede confiar en ella. Entré a la PGJ de Bellas Artes a las diez de la mañana, porque le habían robado a mi amiga, y salí a las siete de la tarde. Me di cuenta de que los policías no sabían hablar ni escribir ni escuchar ni analizar una situación. ¡Y no hacen su trabajo tampoco! Aunque México no sea mi país, lo quiero muchísimo y me duele ver a un policía chiflándole a una muchacha en la calle. En mi país eso no existe; en mi país a un policía no se le llama poli, se le respeta, como a cualquier otra persona. Tengo la sensación de que los policías de aquí no respetan a la gente, pero tampoco la gente los respeta.

-Llamar poli a un policía no es un insulto, en todo caso es una abreviatura.

-Para mí, México es surrealista. Aquí pasan cosas que no he visto en ningún país del mundo, que ni siquiera pude imaginar antes de llegar. En mi país no se insulta a un policía y yo reconozco que lo hice en México.

-¿Por qué lo insultaste?

-Porque en una forma muy descarada me dijo un piropo.

-¿Qué te dijo?

-Me dijo bizcocho. Pasé delante de él y me cayó la palabra en el oído como una patada en el estómago. Algunos amigos que me han visto enojada me dicen que no me fije, pero es que yo no tengo ese temperamento. En la calle hasta el policía me dice bizcocho y en lo que llego a mi trabajo me han dicho bizcocho diez veces.

(Hay que aclarar que Isabelle es muy atractiva.)

''Tengo la sensación de que las mujeres en México somos bultos de carne con dos ojos, no podemos reaccionar. En la calle les respondí una vez a unos chavos que me faltaron al respeto en la parada de autobuses. Cuando arrancó su automóvil, el conductor me gritó: 'Chinga a tu madre'. ¡Qué cobarde! Esperó a arrancar para insultarme. Mis amigos me aconsejan: 'No debes contestarle jamás a un hombre', y yo pregunto: ¿por qué un chavo puede insultarme y yo no puedo responderle?".

Después de exponer sus fotografías en la CNDH, Isabelle Castro publicará un libro para la misma comisión, cuyo beneficio se destina íntegramente a los niños más abandonados. Con su temperamento y su conocimiento del tema, Isabelle demuestra en carne propia los estragos del desamor. Finalmente a los niños de la calle nadie los deseó y nadie los ama. Por eso Isabelle los retrata una y otra vez, buscándose a sí misma. Ojalá y este rescate beneficie a la francesita enojada porque la llaman bizcocho y a los niños a quienes no les tiran un lazo.