domingo Ť 18 Ť noviembre Ť 2001

Néstor de Buen

Mis alumnos de la Facultad de Derecho

Fue idea de Fernando Serrano Migallón, mi querido director.

-Néstor: es importante que vuelvas a dar tus clases en la licenciatura.

Yo no sé para quién tenía que ser importante, pero oí la noticia con cierta indiferencia. Me acordé de muchas cosas, de tantos años atrás. Y de la razón por la que había dejado de dar clase de derecho civil, en 1966. La violencia contra el rector Ignacio Chávez y contra el director de nuestra facultad, César Sepúlveda, me pareció intolerable y, sobre todo, la vergonzante actitud de las autoridades de la facultad que sustituían a las legítimas, capaces de pedirle a un ilustre maestro, que se había ganado a pulso en oposiciones su derecho a la cátedra, que ya no se presentara, porque los alumnos no lo querían.

Regresé un solo semestre, años después, no me acuerdo ni cuándo, pero a pesar de ser titular no me volvieron a dar otra clase. Entonces, y por muchos años, enseñaba también en la Ibero. Finalmente un antiguo alumno, ya director, me pidió que dictara el curso de obligaciones en la ENEP-Acatlán. Lo que hice un semestre, y un par de años después me pidieron explicar los dos cursos de derecho del trabajo. Como interino, por supuesto.

Lo hice con enorme gusto. Tengo el recuerdo de alumnas muy brillantes de aquella época. Y, además de brillantes, guapas. Pero como me declararon interino, a los tres años tuve que presentar examen de oposición. Algún día trataré ese tema. No me fue mal (mis libros ya estaban de texto en muchas universidades) y me quedé de titular. A cambio, dejé un poco el derecho civil.

Me rescató para el derecho civil Pedro Zorrilla, director de la División de Estudios de Posgrado de la facultad. Ya no vivíamos en Jardines de San Mateo, pegados a la ENEP-Acatlán, y me cayó de perillas regresar a CU.

No dejó de ser emocionante volver a casa. Aunque no son las clases de posgrado en el mismo edificio de la facultad, son los jardines, el ambiente, el cálido sur. Me pasé algunos años explicando diversos temas: civil, laboral, seguridad social. Y así vivía tranquilo, aprendiendo cada vez un poquito más, ya que el maestro es un alumno al que le preguntan la clase todos los días.

Fernando Serrano había sido mi alumno, bastantes años atrás. Su padre y el mío, amigos muy cercanos. Les tocó convivir en el Tribunal Supremo de España, en donde mi padre presidía la Sala de lo Civil y Francisco Serrano era el fiscal. Fernando y yo hemos hecho revivir, con la nuestra, esa amistad, en cierto modo en un homenaje tácito a nuestros padres.

-Pero Fernando: Ƒtú crees que voy a poder volver a dar clases en licenciatura? Me temo que ya no tendría paciencia.

Lo sorprendente, para mí, por supuesto, es que no solamente he podido tener paciencia con los muchachos (género que abarca los dos sexos, sin repeticiones innecesarias) sino que, además, estoy encantado por la calidad que han demostrado. Fueron buenos alumnos los del semestre anterior, a los que expliqué segundo curso de derecho del trabajo. Pero los de este que acaba de concluir no sólo buenos, sino estupendos. Por primera vez en mi vida, si no recuerdo mal, la calificación más baja ha sido siete.

Buena asistencia, que anoto rigurosamente (šes una lata!); en general buenos trabajos de investigación, voluntarios pero convenientes y, como siempre ocurre, un poco mejor las alumnas que los alumnos.

La huelga nos había dejado, por lo menos a mí, una especie de rencor contra los estudiantes que eran capaces de desperdiciar de esa manera su propia formación. Pasaron demasiadas cosas desagradables. Y yo, que soy tan partidario de la rebeldía, no me encontré con el espíritu de inclinación hacia su causa. Sigo pensando igual. Pero ahora con una rara sensación de que las chicas y chicos (me rindo genéricamente) de, por lo menos, mi grupo, y quiero suponer que no sólo de mi grupo de primer curso de derecho del trabajo, son estudiantes estudiosos, disciplinados, alegres y con ganas de prepararse bien.

Le dije a Fernando Serrano que había establecido el sistema de que con los dos trabajos que hicieron, si el promedio era de ocho por lo menos, y ochenta por ciento de asistencia, pasaban con la calificación obtenida, con derecho a examen si querían mejorarla. El 40 por ciento, más o menos, lograron cumplir las dos condiciones.

-šCómo has cambiado, Néstor! -me dijo el señor director-. En mis tiempos no eras tan barco.

Pero lo peor del caso es que de barco tengo muy poco. Ť