Ť Jenaro Villamil
Las trampas del rating presidencial
La polémica sobre las relaciones entre el Presidente y los medios no ha culminado. Esta semana el vocero de la Presidencia, Francisco Ortiz, durante un seminario sobre comunicación en la Universidad Iberoamericana, volvió a abundar sobre el tema, afirmando que un gobierno "no tiene por qué hablarle a los medios", sino "utilizar a los medios" para llegar a los más amplios sectores de la sociedad, la cual es generadora del rating (La Jornada, 14 de noviembre 2001, p18).
Por si fuera poco, la polémica ha continuado con una nueva contradicción en materia de información pública: los salarios del Presidente y su equipo de colaboradores. La contradicción se agrava por el intento de ocultar un ingreso que, a todas luces, es extralimitado. De nueva cuenta, un punto más para el debate sobre el derecho ciudadano a acceder a la información pública.
Estos y otros tópicos se suman a una estrategia errática en materia de comunicación política. El gobierno foxista está entrampado y, en buena medida, esto es producto de tres falsos principios que se han aplicado en estos últimos meses:
1. Mayor audiencia es mayor comunicación. La tesis del "círculo verde", conformado por la mayoría de ciudadanos, frente a un "círculo rojo" -de reducidos opinadores y "lectores de periódicos"- es útil para vender, pero no para comunicar. Ortiz volvió a abundar en esta tesis, señalando que los medios electrónicos son prioritarios porque llegan a un mayor número de personas. Indudablemente, el alcance de estos medios -en particular de la televisión- es mucho mayor que el de cualquier medio impreso. Las audiencias televisivas y radiofónicas, homologadas por el rating se han masificado, pero eso no significa que los telespectadores o los radioescuchas estén mejor comunicados, ni mucho menos que estén mejor informados. En todo caso, pueden estar más saturados de mensajes que no se comprenden.
La comunicación no es un proceso unilateral, en la que se busca que el mensaje llegue a un mayor número de personas, sino que este mensaje sea comprendido, se replique, influya y tenga un impacto entre sectores determinados. Si un mensaje llega a muchas personas significa que puede ser masificado, pero no entendido. Si un presidente busca mayor audiencia puede que llegue a ser muy conocido, incluso popular, pero eso tiene poco que ver con la comunicación política.
La popularidad genera opinión popular, no opinión pública. Abundando sobre este punto, el italiano Renato Parascandolo escribió: "la opinión pública es una esfera circunscrita, una Elite de ciudadanos (...) dotados de conciencia civil (...) que se basa en la argumentación racional (...), mientras que la opinión de masas se alimenta de la sugestión, de la demagogia, de la visceralidad, de la irracionalidad". Para Giovanni Sartori, la opinión masificada por las audiencias "es una opinión degradada que pone en peligro la democracia representativa y hace que la democracia directa sea desastrosa".
2. La crítica fortalece, no debilita a un gobierno democrático. La democratización de un poder pasa necesariamente por el ejercicio de la crítica, incluso del choteo. ¿Acaso no fue el entonces candidato presidencial panista del año 2000 quien ejerció con mayor eficacia el choteo, la burla y la desacralización al presidente en turno, a la clase política, a las formas y fórmulas anquilosadas del priísmo? ¿Por qué ahora, como Presidente, se queja de las "babosadas" promovidas por él mismo?
En todo caso, es cierto que ha habido más banalización que crítica al poder presidencial. El problema es que desde el gobierno se ha privilegiado lo anecdótico y lo efímero por encima de lo sustancial. La revista People acaba de demostrarlo eligiendo a los bigotes de Vicente Fox como "los más sexys" del mundo. ¿Forma parte este "publirreportaje" de una estrategia de comunicación? ¿Será acaso para no quedarse atrás del hijo de Carlos Salinas que, según la revista Quién, también posee atributos eróticos de portada?
Las críticas al gobierno del cambio han estado concentradas en la falta de efectividad política. Es el tono que se mantiene desde la decadencia del régimen priísta y el propio Vicente Fox fue promotor de esta crítica.
Para ejercer la crítica y responder a ella se necesita de un discurso claro, de posiciones políticas y de hechos concretos y contrastantes. ¿Ha habido acaso un mes que el discurso presidencial no se contradiga a sí mismo? ¿Dónde están los hechos ?no las buenas intenciones ni las grandes aspiraciones- para pasar de lo anecdótico a lo profundo o al reconocimiento de los hechos "positivos"-
La crítica problematiza, contrasta, subvierte el discurso y quizá por ello es tan incómodo para un gobernante o para los políticos anclados en una larga tradición autoritaria. Su ejercicio no es una graciosa concesión ni una reacción ante el fin de prebendas económicas. La crítica es un derecho y un requisito de la democracia.
3. Informar no es publicitar. En las últimas tres semanas se han ventilado propuestas e iniciativas para garantizar el derecho ciudadano de acceder a la información pública. Quizá por esta razón resultó más contrastante que el primer mandatario se quejara del manejo informativo de sus acciones y pretendiera, velada o abiertamente, advertir que hay "voces" que le reclaman "poner orden".
Si en algo puede existir un punto de coincidencia entre sectores ciudadanos, periodísticos y el propio mandatario es que ha hecho falta más y mejor información sobre el ámbito público. Sin embargo, el punto nodal de la diferencia radica en la pretensión de confundir publicidad o propaganda de las iniciativas y acciones gubernamentales con la información, al tiempo que se pretende reducir el ejercicio informativo a un acto de compra-venta de spots presidenciales.
El vocero presidencial y su antecesora determinaron que la televisión y la radio son prioritarios porque "informan más" y "llegan a más ciudadanos". Esto último no está a discusión, al menos en México, pero lo primero es ilógico. Cualquier especialista sabe que los medios impresos informan más porque cuestan menos, no tienen límite temporal (horas-aire) y porque tienen mayor posibilidad de contrastar, documentar y analizar distintos tópicos.
Las trampas del rating orillan a una falsa dicotomía entre lectura e imagen, entre cantidad y calidad, entre comunicación y masificación, entre información y publicidad, entre oportunidad y profundidad. Ni los mercadólogos más profesionales se atreverían a afirmar que sólo lo que se transmite en radio y televisión "existe", ni los periodistas pueden menospreciar el sentido de la oportunidad informativa de los medios electrónicos.
Es una demanda creciente que los medios, en general, mejoren
sus contenidos e informen con mayor calidad y libertad. Demonizar a unos
medios para privilegiar a otros no democratiza, por el contrario, genera
nuevos privilegios basados en criterios de rating. Va en contra
de uno de los planteamientos centrales del derecho de acceso a la información:
la información pública es un bien público, no es propiedad
de nadie (ni del poder ni de los medios) y no se rige por criterios publicitarios
sino de máxima gratuidad y máxima accesibilidad.