LUNES Ť 12 Ť NOVIEMBRE Ť 2001

Marcos Roitman Rosenmann

Fanatismo y terrorismo

Si los objetivos propuestos por los estrategas estadunidenses para legitimar la agresión militar en Asia central consistían en derrocar el régimen político talibán y capturar a Bin Laden, éstos no se han logrado. En la actualidad, la derrota militar de Estados Unidos y sus aliados se presenta como una posibilidad real. Los bombardeos están sirviendo para demostrar el carácter espurio de los argumentos utilizados a la hora de justificar los ataques sobre territorio afgano. Por consiguiente, el supuesto derecho a conceptualizar la agresión como guerra justa evidencia lo inaceptable de los ataques aéreos como solución para encarar problemas, cuyas raíces son políticas y requieren de un alto grado de imaginación y voluntad para ser resueltos. aghan_soldier_9kv

Los atentados en Washington y en Nueva York no son acciones espontáneas de locos ni destinadas a crear el miedo-pánico entre la población. Aunque Estados Unidos y sus aliados no quieran reconocer este matiz, lo cierto es que nosotros no podemos abstraer el carácter premeditado y la consiguiente concepción política que acompañó dichos actos. Es esta concepción política, que se pretende desconocer en los hechos producidos en Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001, la que está presente en un documento que no puede pasar desapercibido.

Los jefes y ex jefes de Estado y gobierno, que se reunieron la última semana de octubre en Madrid para participar en la conferencia sobre transiciones y consolidación de la democracia, terminaron por aprobar una declaración en la que exponen cuáles deberían ser las líneas maestras para actuar, según ellos, en la lucha por la libertad y contra el terrorismo.

La declaración se inicia, como cabía esperar, haciendo una alusión a los atentados del 11 de septiembre de 2001, y sus firmantes reconocen "el derecho a la legítima defensa individual y colectiva, ante tales agresiones". Así, dan el beneplácito a la acción armada ejercida por Estados Unidos para producir, sin remordimiento de conciencia, el asesinato masivo de la población civil en Afganistán.

El comunicado es de fecha 26 de octubre, cuando las voces en contra de los bombardeos se están haciendo escuchar y se amplía el descontento entre los aliados y la opinión pública. Parece que la Fundación Gorbachov en Estados Unidos y la Fundación para las Relaciones Internacionales y el Diálogo Exterior, patrocinadores de la conferencia, tienen en mente el ojo por ojo y la razón de Estado. Razón de Estado que ya fue argüida en el país anfitrión de la conferencia, España, como comportamiento legítimo para la lucha contra "el terrorismo".

Uno de los participantes en el evento, el ex presidente de gobierno, Felipe González, apoyó la creación de los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL), con el fin de asesinar a miembros de Herri Batasuna y de ETA en nombre de "la legítima defensa del Estado". En cualquier caso, los firmantes de la declaración -entre los cuales se encuentra Ernesto Zedillo, nombrado miembro del Club de Madrid- "recuerdan que todos los Estados tienen la obligación de abstenerse de organizar, ayudar o participar en actos terroristas dirigidos contra otro Estado o admitirlos".

Pueden hacerlo en sus fronteras y contra sus "terroristas", no con los del vecino. Así, se comprometen: "a no proporcionar ninguna clase de apoyo, activo o pasivo, a entidades o personas implicadas en acciones terroristas". La frágil memoria de ex jefes de gobierno y Estado parece olvidar las invasiones, los golpes de Estado y las guerras de baja intensidad con que Estados Unidos ha venido ejercido su hegemonía tras el fin de la guerra fría. Más aun cuando Estados Unidos reconoce la posibilidad de financiar el asesinato de personas contrarias a sus intereses en cualquier parte del mundo.

Pero lo más novedoso de la redacción es la unión de dos conceptos que aparecen en el primero y último párrafo de la declaración. En el primero se apunta: "no estamos ante una guerra de culturas o de religiones, sino en una lucha contra un fanatismo terrorista". Y en el último se apostilla: "por ello, desde esta conferencia, en la que compartimos experiencias de nuestras transiciones a sistemas políticos democráticos, hacemos un llamamiento especial para el fortalecimiento de nuestras democracias y para la tolerancia de las diferentes culturas frente al fanatismo y la violencia". Aquí desaparece de la redacción la palabra terrorismo y se indica la necesidad de luchar directamente contra el fanatismo. El cerco a la democracia es mayor. Se trata de hacer coincidir fanatismo con terrorismo y ambos con violencia. Por primera vez, desde un punto de vista político, nos encontramos con la homologación de los conceptos de fanatismo y terrorismo y sinónimos de violencia y destrucción.

El fanatismo puede ser inclusivo de todo aquello que el poder político, la razón de Estado, considere peligroso para la gobernabilidad del poder. Su amplitud facilita adscribir el adjetivo de fanático a parte de la ciudadanía o sociedad civil que, contraria al terrorismo, desee manifestarse contra la lógica sistémica de este nuevo orden imperial. Ahora, desde un ejercicio del poder neooligárquico se podrá imputar el concepto de fanático y aplicar leyes antiterroristas a todo aquel individuo o colectivo que se considere antisistémico. Movimientos sociales étnicos, de clase, de género o culturales pueden ser considerados organizaciones de fanáticos destructores de la paz y afines a organizaciones terroristas. Contra ellos la aplicación de las medidas antiterroristas parecerán legitimadas en un marco de lucha contra el fanatismo violento. Demos la bienvenida a un orden en el que la diversidad cultural y el reconocimiento a la diferencia se sustituyen por una defensa contra el fanatismo terrorista. El peligro del totalitarismo se cierne sobre nosotros.