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Entre
el olvido y la memoria, el nombre de Dolores Jiménez y Muro aparece
como signo de autonomía femenina y rebeldía revolucionaria
por un hecho registrado en la historia: fue ella quien reunió ideas
y les dio forma precisa hasta conformar el Plan político y social
de Tacubaya y, posteriormente, el prólogo del Plan de Ayala.
A partir de este documento, escrito con la caligrafía cuidada de
"la culta y abnegada escritora revolucionaria" -como la calificará
Gildardo Magaña en su libro-, se constata su colaboración
intelectual y organizativa al lado de los grupos conspiradores que actuaban
con Camilo Arriaga.
El Plan de Tacubaya refleja un profundo manejo de las leyes y derechos
liberales y desconoce al gobierno de Porfirio Díaz: "... por
las omisiones, fraudes y presiones que tuvieron lugar en las elecciones",
como franca protesta por la represión y la suspensión de
garantías. Reconoce como Presidente Provisional y Jefe Supremo
de la Revolución a Francisco I. Madero. Exige el restablecimiento
de la libertad de imprenta; la reorganización de las municipalidades
suprimidas; la protección a la raza indígena procurando
su dignificación y su prosperidad; el aumento de los jornales a
los trabajadores de ambos sexos y la disminución de las jornadas
de trabajo a ocho horas; la disminución de los alquileres de vivienda
y la construcción de casas higiénicas para los trabajadores;
la obligación de los grandes propietarios de tierras de dar la
que no usan a quienes la pueden trabajar y la abolición de todos
los monopolios. Proclama como ley suprema a la Constitución de
1857 en lo que se refiere al voto libre y no reelección y cierra
con la consigna "¡abajo la Dictadura!" (firmado en la
sierra de Guerrero en marzo de 1911).
¿Cómo fue que una mujer obtuviera el respeto y la confianza
para encomendarle por unanimidad tal tarea, siendo que entre el grupo
se encontraban gentes como Camilo Arriaga, Carlos y Francisco J. Mújica,
Melchor, Rodolfo y Gildardo Magaña, José Vasconcelos, José
Rodríguez Cabo y Juana Belén Gutiérrez, entre tantos
otros? No todas las mujeres podían realizar tareas que implicaran
la escritura y el análisis político. La esposa de Camilo
Arriaga por ejemplo, confeccionaba los distintivos para el día
de la sublevación y la cuñada de éste, tecleaba a
máquina diversas proclamas.
Las mujeres como Dolores Jiménez y Muro, Juana Belén y Elisa
Acuña, eran periodistas, fundadoras de grupos políticos
de obreros y de mujeres, fundadoras de diarios y revistas, estrategas
y dirigentes de protestas públicas, aunque también prisioneras
políticas, intelectuales en el exilio o bien organizadoras de diversas
actividades en el clandestinaje. Eran unas profesionales de la lucha revolucionaria,
capaces de discutir sus propuestas con sus compañeros de lucha
o, como lo hizo Dolores desde la prisión, debatir con los enemigos
de más alto rango como Aureliano Blanquet.
Su participación en el Plan de Tacubaya y sus cartas desde la prisión
son evidencias que redimensionan su biografía y la de otras tantas
mujeres que participaron como dirigentes en la lucha revolucionaria. Pero
la sorpresa no acaba allí sino se hace más compleja al saber
que contaba con más de sesenta años de edad cuando se develó
públicamente su participación al lado del grupo de intelectuales
precursores de la Revolución. Con ello, no se podrá decir
que su ímpetu juvenil la llevaba a la revolución, como a
muchos hombres y mujeres veinteañeros de la generación que
luchó contra la dictadura de Díaz.
¿Cómo llega entonces una señorita sexagenaria a dedicar
su vida a la lucha y convertirse en una enérgica revolucionaria?
Mujer de varias épocas, Dolores fue antes que nada una sólida
liberal republicana, testigo de la dictadura porfiriana desde sus inicios
hasta su caída y partícipe del surgimiento de la revolución.
Desde niña fue formada en los ideales republicanos del liberalismo
juarista, como hija de un alto funcionario del gobierno en San Luis Potosí,
viviendo de cerca las intervenciones extranjeras, la guerra, la anarquía,
con la esperanza de vivir en un mundo más tranquilo y el deseo
de tener una Patria respetable, como lo señalaba en sus poemas
cívicos de juventud.
Dolores fue interlocutora de varias generaciones de luchadores sociales:
viejos liberales como don Benigno Arriaga, los jóvenes intelectuales
positivistas como su cuñado Manuel José Othón, (que
apenas incursionaba en su carrera literaria) y de los precursores de la
revolución como el ingeniero Camilo Arriaga y Antonio Díaz
Soto y Gama, de quienes fue cercana y respetada colaboradora. También
creció en valor al lado de una generación de mujeres precursoras
como Juana Belén Gutiérrez de Mendoza, Aurora Martínez
viuda de Garza, Elisa Acuña Rosseti y otras. Todas cuando menos
30 años más jóvenes que ella.
Dolores vivió su juventud en el ambiente liberal e intelectual
de San Luis Potosí, entre tertulias literarias y la vida en sociedad.
Como muchas jóvenes de clase media y alta de la capital potosina,
leía y estudiaba en casa, bajo las sugerencias de los padres y
amigos de la familia. Su talento para la escritura ya era reconocido desde
1874, cuando fue invitada por el gobierno estatal, al lado de Benigno
Arriaga, a participar con poemas cívicos en las fiestas septembrinas.
Entonces, ser liberal -cuando menos en teoría- era sinónimo
de ser generoso, dedicado a las humanidades y dispuesto a no dar demasiada
atención a los bienes materiales. Los liberales estimulaban las
artes, los idiomas, la lectura y la creatividad literaria entre los jóvenes;
incluso entre las mujeres la escritura era una de las habilidades bien
vistas como parte del ornato y la sociabilidad ilustrada. Fue en este
ambiente en el que Dolores vivió su adolescencia, aprendió
a escribir en verso y prosa y a descubrir su talento literario. Una fotografía
de estos años la muestra como niña ingenua, con peinados
y vestidos complicados.
Es durante el porfiriato, en 1883, cuando ella queda huérfana de
padre y madre y su participación en acciones filantrópicas
le ayuda a tomar conciencia de la condición de los trabajadores,
de su miseria y explotación. En notas posteriores hechas desde
la cárcel se asume como testigo de la pobreza rural y urbana de
muchos mexicanos, justifica su descontento, "me consta" dice:
"Desde entonces comprendí que la revolución actual
no estaba lejos, porque ideas germinaban por todas partes. Poco después
vine a México, donde vi que millares de ciudadanos iban a inscribirse
en los clubs políticos, de donde debería surgir la revolución,
como fue".
Cultivó la continuidad de su condición de intelectual al
lado de las nuevas generaciones, manteniendo relaciones de amistad y solidaridad
con los crecientes círculos liberales potosinos, especialmente
al lado de Camilo Arriaga, hijo de Benigno a quien ella conoció.
Los Arriaga promovían la lectura y la discusión de nuevas
ideas desde su enorme biblioteca, con la que Dolores seguramente también
fue favorecida.
Las
familias liberales, sin dejar de ser patriarcales, permitían a
las mujeres una mayor libertad para leer la prensa, novelas, libros de
historia y de viajes. No veían con malos ojos que las mujeres obtuvieran
enseñanzas modernas y hasta que pudieran dedicarse a oficios como
el de escritoras o profesoras. La existencia de grupos de masonas en San
Luis Potosí, así como una de las primeras escuelas normales
y la escuela de artes y oficios para mujeres, constatan las oportunidades
de participación social a las que pudieron acceder las jóvenes
de clase media en esta región.
El 11 de septiembre de 1910, Dolores Jiménez, como presidenta del
Club Femenil Hijas de Cuauhtémoc, encabezó una protesta
en la ciudad de México en la glorieta de Colón contra el
fraude en las elecciones, con la consigna "es tiempo de que las mujeres
mexicanas reconozcan que sus derechos y obligaciones van más allá
del hogar". En el grupo estaban Mercedes A. de Arvide y Julia Nava
Ruisánchez. La protesta antirreleccionista la llevó a la
cárcel de Belén. Las pocas noticias de su condición
de presa política nos muestran el carácter y la firmeza
de principios revolucionarios y la conciencia de sus derechos ciudadanos,
pues no dejaba de pedir la liberación de las otras aprehendidas,
mientras que ella -según relata Aurora Martínez- era sometida
a un régimen especial: no le permitían comunicarse con nadie,
ni siquiera con sus defensores, a pesar de estar enferma.
Poco después Dolores, por invitación expresa del general
Emiliano Zapata, se une a las filas del zapatismo donde realiza tareas
de profesora, escritora y oradora. Pese a su avanzada edad, acompañaba
a diversos lados al ejército suriano.
En 1914 estuvo recluida nuevamente durante 11 meses por órdenes
de Victoriano Huerta. Para ella había un trato más duro
que el que se daba a otras revolucionarias más jóvenes,
ella era la más vieja y sus habilidades como escritora e intelectual
al servicio de la revolución, primero con los clubes liberales,
posteriormente con Madero y después con Zapata, eran ampliamente
conocidas.
En una época en que carecer del apoyo de un varón era visto
como una desgracia, Dolores asume su soltería y soledad con valor
y dignidad, como una condición que le permite formarse una conciencia
clara de su autonomía y de sus decisiones políticas. En
la carta que escribió a Blanquet, en 1914, desde la cárcel,
dice: "...huérfana de padre y madre desde muy joven; viviendo
siempre de mi trabajo, y, desde hace tiempo también, sola en el
mundo, no existe otra influencia para mí que la de mi criterio
y la de mi conciencia, no aspirando a nada material ni arrendrándome
nada tampoco, si no es obrar torcidamente, lo cual está en mi mano
evitar." Sin más pretensiones que ser fiel a la causa del
pueblo y a sí misma, aislada en la cárcel, amenazada por
Huerta, no cesa de señalar su horror por tanta sangre derramada,
su deseo de encontrar justicia en alguna parte, el restablecimiento de
la paz, la pacificación del país y el bien de todos.
Sobre los amores de Dolores nada se conoce. Hay la esperanza de encontrar
algún día escritos suyos donde hable de sus amores y sus
tristezas, pero no será fácil, porque también llevó
años de vida clandestina, sin poder tener el lujo de escribirlo
todo.
En sus últimos años continuó con tareas periodísticas
en el Anahuac y en el Correo de las Señoras. Se sabe también
de su colaboración en las Misiones Culturales. En 1925 se apaga
la flama de esta "antorcha de la revolución" como se
llamaban entre sí estas incansables revolucionarias. Dolores, a
diferencia de muchos de sus compañeros, no tuvo más herederos
que sus versos perdidos en algunos diarios publicados entre tres épocas
y en el recuerdo de sus colegas sobre su significativa colaboración
en un plan político social tan apasionadamente compartido.
Su talento, su autonomía y su energía revolucionaria e intergeneracional,
constituyen un hito en la historia de las mujeres mexicanas.
-o-o-
(1) Historiadora y antropóloga, investigadora
de El Colegio de San Luis, autora de varias publicaciones sobre historia
de la educación de las mujeres. Correo electrónico: [email protected]
(2) Abogada e historiadora, tesista de la Maestría de Historia
de El Colegio de San Luis con un estudio sobre la escuela de artes y oficios
para mujeres.
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