JUEVES Ť 1Ɔ Ť NOVIEMBRE Ť 2001
Olga Harmony
Teatro en el Cervantino/ y II
Los cambios tenidos por la edición del Festival Cervantino que acaba de poner punto final, ocasionaron cierto desconcierto en lo que respecta a los críticos invitados, a pesar de la muy probada eficacia de Ramiro Osorio como organizador. Se nos dieron los peores lugares, a veces inexistentes (y si el viernes 26 yo tuve buenas localidades, fue por una cortesía personal de Miguel Angel Quemain, el jefe de prensa), con lo que tuvimos que ver cómo nos ubicábamos, lo que es bastante humillante, e incluso el trato de nuestra anfitriona -antes se les decía edecanes- fue muy diferente al de otros años. Esperamos que el próximo año las cosas se compongan y, de ser invitados, los críticos especializados tengamos un mejor trato. Yo sugeriría que en cada espectáculo se nos dé preferencia a quienes vamos a analizarlo y que si se nos ofrece la cortesía de ver algo fuera de nuestra especialidad, se ofrezcan los boletos que se puedan conseguir.
En esta ocasión, he de escribir muy brevemente de tres montajes. Uno, Divines beautés, del grupo canadiense Omnibus, nos creó la expectativa de presenciar un algo de la técnica de Etienne Decroux -de quien conocemos el texto Palabras del mimo, publicado por Ediciones El Milagro- presentada por sus seguidores, en un espectáculo que incluye un fragmento creado por el maestro. Por lo que a mí respecta, vi la técnica, pero no logré captar la sustancia del espectáculo, que según Omnibus, es una ácida crítica a la hegemonía estadunidense en el mundo, lo que a muchos no nos quedó claro en los diversos fragmentos que lo componen.
Un día en el campo, de Iván S. Turgueniev, presentada por el grupo croata Gavella City Drama Theatre bajo la dirección de Paolo Magelli, presenta algunas características muy interesantes. Como es sabido, Turgueniev es precursor del naturalismo, al grado de que Antoine lo elegiría dentro del repertorio del Teatro Libre, que fue la cuna de un naturalismo escénico que, a veces, todavía se representa. Magelli se impone muchos desafíos. Por una parte, actualiza mediante la dramaturgia de Zelijka Udovicic y el vestuario el drama ruso, con lo que desnuda la vigencia de los conflictos de sus personajes y las relaciones entre ellos, cargados de humor y de dolorosa aceptación. Por la otra, al naturalismo del texto y de las actuaciones de su excelente elenco opone una escenografía no realista, con el escenario despojado de ciclorama o cámara negra, con el piso sembrado de hojas secas y un puente lateral en el que se ubicarán de modo surrealista un piano y unas sillas. El contraste es muy efectivo y obliga al espectador atento -por desgracia entre nosotros no todos lo fueron- a fijar su mirada en el mundo de los personajes y la manera en que fueron encarnados.
La versión de Sueño de una noche de verano de William Shakespeare, texto muy conocido por todos nosotros, del Theatre Mladinsko de Eslovenia bajo la dirección de Vito Taufer, conjunta actores -muy sólidos también- y efectos especiales. En una escenografía del propio director, consistente en un rectángulo enmarcado, los personajes aparecen en diferentes planos, muy logrados, con el apoyo de proyecciones y efectos visuales. Y si se representa generalmente con ropaje isabelino, a pesar de que se ubica en las bodas de Hipólita y Teseo, Taufer la representa con un vestuario estilizado del siglo pasado, muy aparte del que utilizan los habitantes fantásticos del bosque. Visualmente es un espectáculo gracioso y bello, pero habría que añadir que el director acentúa el erotismo del texto y de la noche de San Juan (que se conserva en muchas partes de Europa como recuerdo de las fiestas paganas de la cosecha) no solamente en los juegos amorosos, sino en el castigo de bestialización que Oberón impone a Titania convirtiendo la famosa cabeza de burro con que Puck dota a Bottom en un inmenso pene con que el animal, aquí resuelto actoralmente, enloquece de lascivia a la reina de las hadas.