jueves Ť 1Ɔ Ť noviembre Ť 2001
Sergio Zermeño
Las paradojas de la UNAM
En la segunda quincena de octubre intentamos llevar adelante, en el Aula Magna de la Facultad de Filosofía y Letras, un coloquio titulado: ƑEs posible un pacto para la reforma? Al evento ha-bían sido convocados nuestros grandes maestros en ciencias y en humanidades, pero se vio interrumpido en su inauguración, así como en varios momentos de su desarrollo por estudiantes que se reclamaron del CGH, entre los que destacaban algunos recientemente expulsados. Ellos y muchos estudiantes más la consideran una reforma desde arriba, desde lo más profundo del poder burocrático; una reforma que, con auscultación o no, está controlada por los directores y sus afines que conforman la mayoría aplastante de un Consejo Universitario, que ya decidió la composición de quienes organizarán el acto.
Las autoridades universitarias, por su parte, insisten en que hay que llevar adelante el proceso, que no importa cuánto tarde porque sea como sea el hecho de que la UNAM se encuentre organizando su reforma constituye un escudo contra las políticas de la actual administración federal, que de otra manera podrían tornarse extremadamente agresivas contra la educación superior pública y gratuita. Por lo demás, según esta lógica, el movimiento estudiantil popular (y el CGH en su seno) ha perdido fuerza y prestigio.
Imposible decir que las dos posiciones no tienen elementos de verdad y, sin embargo, ahí no se encuentra el centro del problema por la simple razón de que la reforma de la UNAM exige ni más ni menos que la reducción del protagonismo de cada uno de estos actores. Más bien es frente a ellos que habrá de llevarse adelante el cambio necesario.
Muchos universitarios pensamos con regularidad en las salidas posibles; muchos otros animamos grupos de discusión. Los consensos que se van recreando no dan pie a la ambigüedad: la idea de universidad se contradice con la imagen de la pirámide, de la verticalidad política y de la movilización de masas. La impresionante torre rectora, su junta y el consejo en que acuerdan centralizadamente y nombran a sus sucesores los jefes tribales de las leyes, de la salud, de las construcciones... han hecho desaparecer de la escena la voz de la academia; ni los grandes maestros se hacen escuchar en medio de las peleas, cada vez más virulentas, en auditorios y plazas entre estudiantes radicales y miembros de la oficialidad burocrática.
Es obvio que en el momento actual de ataques furibundos contra la universidad pública y gratuita sería un sinsentido pedir que nuestra institución se divida en unidades más pequeñas. Pero no es razón suficiente para no pensar en cuatro o cinco vicerrectorados con base en las grandes condensaciones o áreas de la arqueología del saber (ciencias médicas, biológicas y químicas; ciencias sociales, económicas, humanidades y ciencias de la conducta; administrativas y contables; diseños, arquitecturas e ingenierías, bachilleratos...). Se superarían así las cámaras hiperpolitizadas en las entrañas de la pirámide y la formación de amplísimos frentes en su contra, que en ocasiones van más allá de la UNAM. Serían las juntas y los consejos de cada área los encargados de dar continuidad a la política y a la administración, pero se-rían consejos esencialmente académicos, donde el poder académico se vería potenciado (incluidos en este término todos los que estudian) en detrimento de la aplanadora burocrática.
Sin duda esto generará muchas discusiones y una difícil construcción de consensos, pero en la definición de la nueva "arquitectura" institucional debe centrarse el congreso por venir. Los contenidos académicos deberán definirlos los consejos de las áreas una vez que funcionen; los cambios a la Ley Orgánica y a la reglamentación en general dependerán de esa reforma a la estructura académica y no al revés. De esta manera iría perdiendo sentido que el poder estudiantil-popular se acantone en cubículos, aulas y auditorios para enfrentar al poder burocrático y que éste inicie una cruzada física y jurídica para retomar esos espacios.
Uno de los pocos acuerdos del congreso de 1990 fue crear los Consejos Académicos de Area, pero ni Saruhkán ni Barnés consideraron oportuno impulsarlos.
Esa es la paradoja de los regímenes autoritarios: reformarlos implica ceder poder, afectar los clanes. El actual rectorado está dando muestras de querer una verdadera reforma, debe entonces sacarla del Consejo Central, inventar cómo dársela a los universitarios y renunciar a conducirla por un buen rato.