domingo Ť 14 Ť octubre Ť 2001

Néstor de Buen

Una democracia que disminuye

Muchas cosas nos está enseñando esta nueva guerra que el señor Bush no se cansa de decir que es la primera del siglo XXI. Entre otras, que un supuesto baluarte de la socialdemocracia, el joven Blair, quiere hoy convertirse en una nueva Margarita Thatcher y conquistar sus propias Malvinas. Claro está que mandará como tropas a los gurkhas, que son lo suficientemente morenitos para que se puedan morir sin causar angustias en la isla.

Pero lo más notable está en esa declarada capacidad de mentir que está asumiendo el gobierno estadunidense, y en esa censura, que hoy apenas se apunta, pero que será peor al paso de los días, cuando las tropas invasoras intenten pisar Afganistán. Porque en un país tan pobre y escaso de recursos, los muy espectaculares bombardeos no pasarán de producir muertos civiles de esos que, de acuerdo con el Pentágono, no están destinados a morirse. No hay una infraestructura militar, y al fin y al cabo, las pistas de los aeropuertos pueden rehacerse con escaso esfuerzo. Sobre todo porque allí no habrá conflictos entre gobernadores sobre la conveniencia de instalarlos en otros lados. Me supongo que hay espacio de sobra. Pero cuando venga la lucha cuerpo a cuerpo, hombre contra hombre, Vietnam podrá repetirse.

Pero esta guerra que Bush da por ganada mas no se atreve a decir cuándo va a terminar, ofreciendo con entusiasmo patriótico que no se repetirán los errores cometidos en Vietnam, la está perdiendo en el interior del propio Estados Unidos, hoy viviendo en el terror ante la amenaza, no sé si inventada: una más, de que el ántrax y sus aliados puedan extenderse hasta el infinito.

He leído que los funcionarios que viven en Washington envían a sus familias a otras ciudades por miedo a una ofensiva con armas biológicas. Jim Cason y David Brooks se han convertido en los cronistas de la derrota interna de Estados Unidos, dominado por el terror ante el enemigo invisible. Entre tanto se difunde la compra de máscaras antigás, como en los buenos primeros tiempos de la Segunda Guerra Mundial. En París, a los estudiantes nos dieron máscaras que era obligatorio cargar al liceo en aquellos primeros meses de la guerra, en 1940. No sirvieron, por supuesto, para nada. Se quedaron en el hotel en que vivíamos, en la Rue Blomet, aunque a mí me habría gustado traérmela.

También están haciendo su octubre los fabricantes de antibióticos de la misma manera que ahora, gracias a la estrategia bushiana, la industria de guerra hará que los niveles de crecimiento económico se repongan. Y por si durase poco la guerra contra los talibán, ya se anuncian extensiones hacia otros países a los que el adjetivo de terroristas los coloca en una especie de lista al estilo FBI: los 22 más buscados, que en el caso será lista del Departamento de Estado, gobernado por un hombre que se hizo famoso, precisamente, en la Guerra del Golfo, donde estrenaron las bombas inteligentes que entraban a los refugios para cumplir su sano propósito de disminuir la población civil enemiga. Lo siento porque el señor Colin Powell me resultaba simpático. Errores que uno comete.

Deben prepararse en Irak, Líbano, Filipinas, Indonesia y Malasia. Y yo diría que la puntería parece orientarse hacia el petróleo, aunque hasta donde llegan mis escasos conocimientos sobre la materia, sólo Irak estaría en la lista preferencial.

Entre tanto cuentan las buenas lenguas que por nuestros rumbos pemexianos, el mando está cambiando de manos y que ya son muchos los técnicos y funcionarios estadunidenses que se están encargando de la chamba. Sería muy interesante comprobar ese dato, porque igual puede referirse a una contratación que tenga miras tecnológicas, aunque también al simple anticipo, previsible por supuesto, de una intervención masiva y rotunda. No sé, por supuesto, si pacífica.

Vivimos una nueva era. Estados Unidos o, mejor dicho, los señores que lo gobiernan, han oído la vieja frase de "fuera máscaras" y vestidos de soldados imperiales se lanzan a la conquista del mundo. La globalización económica, que ya tenía un avance considerable, seguramente les sabe a poco. La crediticia, de rancio abolengo, enfrenta el grave problema de que los deudores no pagan. Por eso se opta por la más enérgica de la conquista militar.

Nosotros ya tuvimos nuestro aviso cuando la visita de Bush al rancho San Cristóbal, que fue acompañada de aquel inesperado bombardeo a Irak. En esos tiempos el señor Hussein no estaba dando, me parece, demasiada lata, pero a lo mejor valía la pena conocer la reacción del nuevo gobierno mexicano. Y unas cuantas bombitas en casa ajena pueden ser muy convincentes.

En los hechos: bombas que difícilmente destruyen a un pueblo que ya estaba destruido desde mucho antes. Miles de refugiados. Niños con ojos negros, profundos y bellos, que no expresan miedo sino dudas e incertidumbres. Muchachos que dicen que si el destino es morirse -y de eso no se salva nadie- más vale hacerlo en el campo de batalla que en la cama.

Entre tanto una solidaridad que no habría sido concebible el 11 de septiembre va creciendo. No solamente en los países del Islam sino en todo el mundo. Para el gobierno estadunidense ello supone una ventaja: no tiene que buscar al enemigo. Ha convertido a todos los pueblos en enemigos de Estados Unidos. Aunque yo estoy seguro de que también allá, las cosas del gobierno ya no convencen tanto.

Habrá que preguntarse acerca de qué armas serán más eficaces: los bombardeos sobre la nada o el miedo incontrolable en la retaguardia. O, finalmente, el arma terrible de la desconfianza.