Juegos de guerra
CRISTINA PACHECO
Juliana está en la cama rodeada de cajas. Con movimientos nerviosos revuelve su contenido: tarjetas postales, menús, cartas, programas, ramitos de azar, fotos familiares. Al fin encuentra aquella en la que aparece su padre a los 33 años. Emocionada, la oprime contra su pecho, la pone bajo la luz de la lámpara y recorre con el índice los rasgos amados:
-¡Qué guapo! -murmura.
-¿Qué haces?
Sorprendida por la voz de su esposo, Juliana deja caer al suelo la fotografía.
-Mario, ¡me asustaste!
-¿Qué estabas buscando? -insiste su marido mientras observa la confusión de objetos sobre la cama.
-Unas cosas -Juliana recoge la foto y con delicadeza la deposita en el buró. Mario se acerca y la observa:
-¿Vas a enmarcarla? -Mario se envuelve en las otras imágenes que están en la cama- Deberías hacer lo mismo con todas. En las cajas se están maltratando.
-Son muchísimas. Saldría muy caro.
Al ver que Mario le entrega el retrato de su padre, precisa: voy a dejarla fuera, tu hijo quiere verla.
-¿De cuándo acá Javier se interesa por las fotos familiares? -en la voz de Mario hay una mezcla de incredulidad y ternura.
-Desde que comenzó la guerra.
-Por cierto, ¿cómo van?
-¿Quiénes?
-Los talibán y los gringos -Mario percibe el gesto reprobatorio de su mujer-. ¿Por qué me miras así?
-Porque me lo preguntas como si se tratara de dos equipos de futbol -Juliana da media vuelta-. No se puede hablar así de algo tan horrible. Esa pobre gente, los niños... ¿Cuándo terminará todo esto?
-No lo sé. Nadie lo sabe -Mario consulta su reloj, se acerca al televisor y lo enciendo-. ¿Vemos las noticias?
-¿No cenas primero?
-Después -Mario permanece inmóvil, arrobado ante las imágenes violentas?. No tengo mucha hambre. Trae jamón, queso, papas y comemos aquí.
-Luego protestas porque Javier cena mientras ve la televisión.
-¿Está dormido? -Mario se quita el saco y la corbata, y se desabotona el cuello de la camisa. Relajado, se sienta en la cama y sin apartar los ojos de la pantalla se descalza- ¿Cómo le fue al Javito en la escuela?
-Más o menos -responde Juliana con desánimo.
-¿Por qué? -Mario se acerca más a la pantalla, salpicada de puntos luminosos- ¿Viste? ¡Son bombas! Cargan media tonelada de dinamita. Acaban con todo. Penetran en los refugios subterráneos.
-Odio el terrorismo, pero lo que está pasando me parece espantoso.
-Así es la guerra -satisfecho por su conclusión, Mario se masajea un pie-. Me ha estado doliendo. Se me hace que es gota. Deberíamos bajarle a la carne roja.
En el televisor aparece un grupo de mujeres veladas y niños harapientos que reciben una miserable dotación de comida. Otros yacen sobre el polvo, rodeados de moscas. Juliana ríe con amargura:
-Esa gente muriéndose de hambre, y tú pensando en disminuir tus raciones de carne.
-Y ¿qué quieres-, tengo que hablar de mis cosas -como si hubiera recibido un golpecito en la espalda, Mario se sacude cuando a un nuevo estallido sigue la aparición de un niño devorado por el hambre y la enfermedad-. Imagínate que fuera nuestro hijo.
-Ni lo digas, por favor.
Mario lamenta haber aumentado la inquietud de su mujer y le extiende la mano para que se acerque:
-No te preocupes. Aquí, como quiera que sea, con problemas y todo, vivimos en paz -aliviado, acaricia la barbilla de su esposa?. No sabes cuánto me alegra que Javier esté chico y no se dé cuenta de lo que sucede.
-¿Lo crees de verdad?
-Oye, acaba de cumplir seis años. Por inteligente que sea, te aseguro que ve las escenas de guerra como si fueran un videojuego.
-No. El sabe muy bien lo que está pasando.
-¿Te dijo algo?
-Sí, tiene mucho miedo de la guerra desde que vio lo de las torres.
-¿Le explicaste que todo sucede muy lejos, que aquí no tenemos ningún Bin Laden? Estados Unidos no va a bombardearnos.
-Sí, pero no me creyó.
-Enséñale un mapa -Mario extiende la mano izquierda abierta y con el índice de la derecha recorre sus líneas?. Dile: "mira, hijo, aquí está México y allá está Afganistán, el campo de batalla, a muchos miles de kilómetros".
-Su maestra tuvo que hacerlo porque se dio cuenta de que otros niños estaban tan asustados como Javier -Juliana vuelve a levantarse-. Y es que en todas partes las criaturas sólo oyen hablar de la guerra. Llegan a la casa y ven lo mismo en la televisión. Ayer, ante las escenas de un bombardeo, Javier me preguntó si era de verdad. Luego me pidió que le explicara quiénes eran los malos y quiénes los buenos.
-¿Qué le respondiste?
-Nada, porque a estas alturas ya no sé -Juliana oculta la cara entre las manos-. Yo también tengo miedo.
-Pues contrólate. Piensa lo que sucedería si todos nos dejáramos llevar por el pánico. Además, lo que te dije antes es cierto: la guerra está lejos.
-Pero nos alcanza. Ya nos intranquilizó a todos, ya lastimó a mi hijo -Juliana se mantiene de espaldas a su esposo-. ¿Sabes por qué me puse a buscarle el retrato de mi padre?
-Me dijiste que Javier quería verlo.
Juliana regresa al buró y toma la fotografía. Sus manos y su voz tiemblan:
-Siempre le he dicho que se parece muchísimo a su abuelo y que con los años será idéntico a él. Javier me pidió que le mostrara la foto de mi padre cuando cumplió 33 años, porque quiere imaginarse cómo habría sido en 2028, si la guerra no hubiera estallado.
-Por eso es absurdo -Mario se levanta de la cama y le arrebata a Juliana la foto.
-¿De dónde sacó eso?
-No lo sé. A lo mejor algún amiguito...
-Hay que hablar con la directora de la escuela para que les prohíban a los niños que hablen de esas cosas.
-Sabes que eso es imposible. La guerra está en todas partes. Nunca lo imaginé. Es tan absurdo. -Juliana no termina la frase.
-Por favor, no llores y no tomes tan en serio las ocurrencias de Javier. Te aseguro que en dos o tres días todo esto se le habrá olvidado -Mario adopta un gesto severo-. Lo de hablar con la directora lo propuse en serio.
-Hay algo más: Javier me pidió que lo sacara de la escuela.
-¿Por las tareas que le dejan? -Mario sonríe-
-Dile que no se preocupe, regresaré temprano del trabajo para ayudarlo.
-Tampoco quiere que trabajes ni que yo salga -Juliana mira a su esposo a los ojos-. Desea que estemos todo el tiempo juntos para conocernos más antes de que nos caiga una bomba como las que estallan en las aldeas de Afganistán.
-Debiste decirle que eso no puede ser, porque nosotros no le hemos declarado la guerra a nadie.
-Lo hice y me respondió que tampoco los niños que ha visto en la tele. Sin embargo, las bombas los matan.