ROSTROS,
LUCES Y SOMBRAS
Barry Domínguez acaba de ser premiado por la fuerza y la originalidad de su trabajo fotográfico. Sus amigos gozamos el merecido agasajo, pero pensamos que para festejar al artista lo mejor sería ofrecer a sus admiradores una antología de los retratos realizados por Barry a lo largo de su intensa relación con las luces, las sombras, los rostros, los objetos, las cámaras, los papeles y las milagrosas reacciones de la química. El libro que tendrá usted en sus manos será el producto de esa iniciativa y, para nuestra fortuna, el testimonio de una tarea artística paciente, hecha sin estridencias, magistral en sus encuadres y en su idea de los rostros y de los cuerpos. Decir que estas obras van más allá de la fotografía sería un horrendo lugar común y una notable inexactitud, pues es claro que estos retratos nacen, crecen y se cumplen en el ámbito de la fotografía. Ese más allá pertenece a la psicología barata o a las todavía fuertes dudas sobre la sustantividad independiente del arte fotográfico. Hay en este libro un conjunto de hermosos retratos, pero algunos de ellos son (y uso con precaución las palabras) verdaderamente magistrales: Rubén Bonifaz Nuño, nuestro poeta mayor, aparece en el momento en que cumple la tarea central de su generosa vida: la de leer. Una enorme lupa lo auxilia, pero todos sabemos y Barry nos hace más clara esa idea que la amplia frente del lector se inclina sobre el libro, y las palabras amadas y conocidas a lo largo de una vida dedicada a ellas pasan ligeras la aduana de la vista y, por obra del milagro y del conocimiento, regresan al ordenado laberinto de un cerebro que, día a día, las actualiza. Carlos Fuentes se une a la sombra de Carlos Fuentes e inicia un diálogo en el que brillan los acuerdos y brotan las contradicciones. La sonrisa de Juan García Ponce y la elegancia de su gato filósofo tenso y apacible a la vez, son la sustancia de una fotografía en la cual el primer plano da fuerza y sentido a la sombra que rodea al segundo. Günter Grass baja la vista y sus pequeñas antiparras le permiten acercarse a las letras de un libro que sólo él está leyendo. La mano, los anillos y el gran mostacho enmarcan la acción. En el primer plano aparecen los anteojos de Tabucchi. Al fondo, sus ojos miopes se esfuerzan para anotar algo en un cuaderno. La tensión espiritual anda en las manos y en la concentración que restira los labios. Vicente Rojo y Manuel Felguérez
viven entre sus pinturas, frascos, caballetes y pinceles. Para ambos el
orden es una forma de ser y de trabajar. Don José Saramago habla
en la enorme pantalla colocada bajo los ventanales de la catedral de ese
art
déco que nos hizo Adamo Boari. El logotipo de uno de nuestros
canales televisivos civilizados (son muy pocos, pues la mayor parte de
ellos se dedican a promover el más incivil de los consumismos) forma
parte de su cabello, mientras el maestro se concentra en el esfuerzo de
decir. En torno a Fernando Benítez, que viste su guayabera blanca,
hay un cenicero, una taza de café, libros y una hoja de papel ocupada
por su letra clara y exacta. El bigote entrecano, las manos nudosas y los
ojos sin gafas, forman la esencia de una sonrisa cargada de significados.
Elena Garro con el rostro anciano bajo la luz y ya en la sombra, lleva
en el regazo a un gato de mirada inquisitiva y segura. Los dos son el retrato.
El inmenso ojo izquierdo de don Manuel Álvarez Bravo precisa los
perfiles de las cosas y, tal vez, de los colores. En este retrato, Barry
rinde homenaje a nuestro miglior fabbro. El foco principal es la
tremolante cabellera de nuestro único y verdadero cronista citadino,
Carlos Monsiváis. Bajo su amparo están las gruesas gafas
y la sonrisa inteligente. Un barbado Octavio Paz se destaca entre la sombra
casi unánime. Sonríe y mira. Octavio sabía mirar y
así lo testimonia la obra de arte que lo fija en el tiempo. Y más
y más: escritores, escultores, pintores, gente de un México
contradictorio, débil y, al mismo tiempo, poderoso. Barry observa
estas realidades y estos sueños y los transfigura para entregarnos
una visión artística de la aventura humana.
Hugo
Gutiérrez Vega
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