VIERNES Ť 5 Ť OCTUBRE Ť 2001

Barbara KingsolverŤ

Una pura y elevada nota de angustia

Quiero hacer algo ahora mismo pa-ra ayudar. Pero no puedo donar sangre (mis hematocitos siempre resultan muy bajos) y estoy demasiado lejos como para ofrecer a alguien cobijo o algo de agua. Sólo puedo dar palabras. Mi hemoglobina verbal nunca parece agotarse y, por eso, son palabras lo que ofreceré en estos momentos en que se espera de nosotros lo mejor de la ciudadanía que hayamos podido reunir. No quiero decir que tengo una cura. Respuestas a las principales preguntas del día -Ƒhacia dónde se dirigía el cuarto avión?, Ƒcómo lograron pasar cuchillos pese a los controles de seguridad?-, no sé nada de eso. Tengo algunas respuestas, pero sólo a preguntas que nadie está haciendo en estos momentos, salvo mi hija de cinco años. ƑPor qué murieron todas esas personas si no hicieron nada malo? ƑMe va a pasar eso a mí? ƑEsto es lo peor que jamás ha sucedido? ƑQuiénes eran esos niños que celebraban, a los que mostraron sólo un minuto, y por qué estaban contentos? Por favor, Ƒtodo esto me va a pasar a mí algún día?

Hay tantas respuestas y ninguna: es de-sesperadamente doloroso ver gente morir sin haber hecho nada para merecerlo y, sin embargo, así es como las vidas terminan casi siempre. Nos hacemos viejos o no, nos da cáncer, morimos de hambre, se nos maltrata, subimos a un avión camino a casa y nunca llegamos. Hay bendiciones y maravillas y espantosa mala suerte; y no hay garantías.

Nos gusta hacer de cuenta que la vida es distinta de esto, más como un juego que podemos ganar con la estrategia correcta; pero no lo es.

Y sí, es lo peor que ha ocurrido, pero so-lamente esta semana. Hace dos años un terremoto en Turquía mató 17 mil personas en un día: bebés, madres y hombre de negocios, y ninguno de ellos hizo nada pa-ra provocarlo. El noviembre anterior un huracán azotó Honduras y Nicaragua y mató aún más personas, sepultó poblados enteros, borró las líneas familiares y todavía ahora la gente amanece ahí con las manos vacías. ƑDe qué confín del mundo debemos hablar? Hace 60 años, aviones japoneses bombardearon a jóvenes marinos que dormían en barcos en las benignas aguas del Pacífico. Tres y medio años más tarde, aviones estadunidenses bombardearon una plaza en Japón, donde hombres y mujeres iban a trabajar, donde jugaban niños de escuela, y más seres humanos murieron al mismo tiempo de lo que jamás nadie creyó posible. 70 mil en un minuto. Imaginen. Posteriormente, el doble de esa cifra murió; despacio, desde adentro.

Al parecer no existen días peores. Hace 10 años, en una mañana de enero, muy temprano llovieron del cielo bombas y causaron la caída de grandes edificios de Bagdad -hoteles, hospitales, palacios, edificios con madres y soldados adentro-. Y aquí, en el lugar que más quiero amar, tuve que ver gente que lo festejaba. En Bagdad los sobrevivientes agitaban sus puños al cielo y decían la palabra "malvado". Cuando muchas vidas se pierden de golpe, la gente se reúne y dice palabras como "atroz", "honor" y "venganza", asumiendo que este espantoso momento, de alguna manera, está aparte de la forma en que la gente muere un poco cada día; por enfermedad o hambre. Elevan las vidas de sus compatriotas hacia un lugar sagrado -no-sotros hacemos esto, todos los que somos humanos- pensando que nuestros propios ciudadanos son más merecedores del dolor y tenemos menos disposición a arriesgarlos que las vidas en otras tierras. Pero los corazones rotos no se remiendan en esta ceremonia, porque, en verdad, cada vida que termina es, ultimadamente, su propio evento -y también, en cierto sentido, es lo mismo para todas las demás, una luz extinguiéndose que deseaba arder más tiempo-. Aun cuando uno nunca tuvo la oportunidad de amar la luz que se ha ido, la extrañas. Uno debe hacerlo.

Uno soporta este mundo, y todo lo que está mal en él, si considera la vida como algo precioso en cada momento, y comienza de nuevo.

ƑY esos niños bailando en la calle? Esa es la pregunta más difícil. Preferimos discutir los caminos de la evidencia y a quién debemos aplastar; incluso el tamaño y la forma de la jaula en la que nos podríamos encerrar para estar seguros, antes que mencionar el hecho de que nuestra nación no es amada universalmente; también somos despreciados. Y no sólo por "el terrorista", ese solitario y enloquecido antihombre en una mala fotografía, y cuya opinión decididamente uno puede pasar por alto, sino por gente ordinaria de muchas tierras. In-cluso por niños pequeños. Parecía que ha-bía poblados enteros llenos de ellos saltando de gusto con sus zapatos escolares y apelmazados suéteres de lana. Existen cien maneras de ser un buen ciudadano, y una de ellas es mirar las cosas que no queremos ver.

En una semana de aterradores eventos, aquí hay una horrible verdad que no se ha mencionado mucho: algunas personas creen que nuestro país necesitaba aprender a ser lastimado en esta forma nueva. Esta es una gran lección, tan odiosa e injustamente enseñada, pero antes que nosotros muchas personas han aprendido verdades honestas de las muertes injustas. Aun puede estar dentro de nuestra capacidad de misericordia decir que lo siguiente es verdad: nunca entendimos realmente cómo se sintieron en Turquía cuando sus ciudadanos fueron enterrados vivos, o en Nicaragua o en Hiroshima. O esa noche en Bagdad. No nos hemos interesado lo suficiente por los hermanos y madres que perdieron una parte de su cuerpo o una vida en ese tiempo, durante tal espacio de años que esos pequeños y brevemente jubilosos niños han crecido con los corazones torcidos. ƑCómo podríamos seguir arrojando bombas y vendiendo armamento si así fuera? ƑCómo puede nuestro presidente seguir usando la palabra "ataque" tan in-formalmente, como en un juego de damas, ahora que nos hemos despertado para ver esa palabra en nuestros propios periódicos empleada así: "Ataque contra Estados Unidos?" Desde luego, todo el mundo se conduele de nosotros en este momento. Y por supuesto, también espera que tal vez hayamos aprendido del sabor de nuestra propia sangre que toda guerra se gana y se pierde al mismo tiempo y que esa pérdida es una nota pura y alta de angustia, como la de una madre cantando a cualquier cama vacía. Los ciudadanos mortales de un planeta están rezando ahora mismo porque tengamos en mente, hoy más que nunca, que ningún tipo de bomba jamás construida extinguirá el odio.

"ƑEsto me pasará a mí?", es la pregunta incorrecta, me entristece decirlo. Y siempre lo fue.

Ť La autora es reconocida como una de las voces literarias contemporáneas más importantes de Estados Unidos. Las obras de la novelista, poeta, ensayista, periodista, activista ecológica y de derechos hu-manos han ganado diversos premios nacionales y varias han figurado durante meses en las listas best seller del New York Times. Su más reciente libro se intitula La Biblia envenenada

Traducción: Gabriela Fonseca