martes Ť 2 Ť octubre Ť 2001
José Blanco
Un Estado policía mundial
Al publicarse este artículo probablemente cayeron ya los primeros misiles sobre "puntos estratégicos" de Afganistán, lugares donde supuestamente existen campos de entrenamiento de Osama Bin Laden. Estos ataques aumentarán el éxodo de población afgana hacia Pakistán e Irán, agravando la que se advierte ya como una grave crisis social para millones de refugiados. No sólo por el fuego aéreo inglés y estadunidense pueden morir inocentes, también por los estragos que el hambre y las enfermedades infligirán sobre ellos y sobre los desplazados y refugiados.
Las sociedades del mundo no conocemos una sola prueba de que el hombre hoy más buscado del planeta sea en efecto el autor intelectual del asesinato masivo y del terror desatado en New York y Washington, pero Colin Powell y Tony Blair dicen contar con "evidencias" contundentes. Dado que se trata, dicen ellos, de una magna investigación policiaca, como tal debe ser inescrutable para todos. A los ciudadanos del mundo sólo nos corresponde creer sin chistar ni mistar.
Mientras esas pruebas no sean exhibidas como soporte de un proceso judicial, irremediablemente una parte significativa del mundo verá en Afganistán y en Bin Laden, chivos expiatorios con no más función que la de dar satisfacción al deseo de venganza de la mayoría estadunidense. Ojo por ojo, aunque todos quedemos ciegos, dijera Mahatma Gandhi.
Hasta ahora, un alegato como el de Powell y Blair sólo cabía en el marco de un Estado nación. Pero la globalización también ha traído consigo la extensión de facto de las facultades de Estado policía mundial que se arroga Estados Unidos, aceptadas a plenitud por Inglaterra y a regañadientes por la Europa continental. El culpable ha sido declarado tal, sin juicio, y el propósito de la acción es atraparlo vivo o muerto. Vaya legalidad la de los países desarrollados, y aún así la reclaman permanentemente en el resto del planeta.
Un paso mucho más profundo en la dirección de crear un gobierno mundial hasta ahora exclusivamente como Estado policía, es la grave resolución adoptada por unanimidad por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas el pasado sábado. La resolución, sin precedente, obliga a los 189 países miembros de la ONU a luchar contra el terrorismo por todos los medios (en los campos financiero, policial, político o diplomático, evitando que busque resguardo tras sus fronteras) y, dado que tal resolución se acordó y expidió invocando el capítulo 7 de la Carta de la ONU, se vuelve imperativo para todos -ley internacional-, sin necesidad de ser aprobada por el parlamento de ninguno de esos países. La resolución naturalmente fue una propuesta de Estados Unidos, cuya preponderancia como miembro permanente del Consejo de Seguridad nadie discute.
La resolución, por supuesto, no ha sido dejada a la buena disposición de los distintos gobiernos del mundo; no, será permanentemente supervisada por un novísimo Comité de Seguimiento que vigilará el cumplimiento de lo dispuesto. El principal riesgo grave de esta resolución estriba en el hecho de no definir el terrorismo, ni distinguir entre terrorismo de orden nacional o internacional. Ahora todos los gobiernos del mundo estarían obligados a luchar contra ETA, por ejemplo, o contra los grupos terroristas que actúan en Rusia, en Gran Bretaña o en Colombia.
A estas alturas ya no es posible saber en qué Estado quedó el derecho de asilo, y hasta dónde quedó abrogado o cancelado. ƑLos grupos globalifóbicos que crecientemente han cometido toda clase de desmanes violentos pueden ser incluidos en cualquier momento en el rubro del terrorismo?
Estados Unidos ha tomado mil veces en el pasado decisiones en el plano político autárquicamente, y hoy, con esa resolución, se alcanza un mínimo de multilateralidad, al ser procesadas al menos en el Consejo de Seguridad de la ONU. Pero más allá de los graves defectos de una resolución que no define su objetivo (el terrorismo), a nadie escapa la estrechez de ese ámbito -el Consejo de Seguridad-, donde mandan los de siempre, entre los que prevalece Estados Unidos. Resulta más que obvia la necesidad de reformar democráticamente las formas y mecanismos de gobierno mundial que inevitablemente aumentarán en el futuro.
Es claro, de otra parte, que esas formas de gobierno de un Estado mundial no pueden limitarse a funciones de Estado policía. Tendría que asumir responsabilidades efectivas, sociales, económicas y políticas, para con el conjunto humano. Es en este campo de las responsabilidades en donde están las posibilidades reales de mudar el oprobioso caldo de cultivo que ha generado, entre otras lacras humanas, al terrorismo. Por hoy, como parece evidente, el gobierno de Estados Unidos se ha colocado a la altura de los propios terroristas: sólo emiten sin descanso el discurso primitivo y maniqueo de la lucha entre el "bien" y el "mal".