JUEVES Ť 6 Ť SEPTIEMBRE Ť 2001

Angel Guerra Cabrera

Israel y el racismo

La retirada de Estados Unidos e Is-rael de la Conferencia Mundial de Naciones Unidas contra el Racismo equivale a la aceptación de su derrota política en el tema palestino. Ambos estados carecen de moral para defender su postura en este asunto y de nada les valió su prepotencia frente a un proyecto de declaración final de fuerte acento tercermundista, consensuado por la mayoría, a iniciativa de los países africanos y Cuba.

Israel es un Estado racista y violador por excelencia del derecho internacional. Desde su creación misma expulsó a cientos de miles de palestinos de su patria, confiscó sus mejores tierras y comenzó una empresa colonizadora en nombre de los derechos de un supuesto pueblo elegido. Intentó la reparación al pueblo judío por su largo destierro y sufrimientos me-diante la aplicación de la exclusión y el odio contra otro pueblo.

Tras los Acuerdos de Oslo y el comienzo del llamado proceso de paz esta situación ha ido para peor, contrariamente a lo que han intentado hacer creer los grandes medios de comunicación, sobre todo de Estados Unidos. Israel impide el regreso de millones de palestinos desplazados, aplica una bantustanización semejante al apartheid contra los residentes de Gaza y Cisjordania, les impide el trabajo, el co-mercio y el acceso al agua y los hunde en la mayor pobreza; les niega sus más elementales derechos individuales y colectivos y los reprime salvajemente. Encima, los condena como salvajes e irracionales por rebelarse con piedras y armas livianas contra estos desmanes.

Israel ha orillado a los palestinos a la desesperación y es el responsable -no Yasser Arafat- de que algunos lleguen al extremo de realizar acciones suicidas que siegan a menudo la vida de inocentes del lado judío. Todo ello con un ilimitado apoyo político y militar de su aliado estratégico, Estados Unidos, y con la complicidad de los estados industrializados.

El racismo se hizo orgánico a la cultura dominante y a la civilización capitalista del Occidente rico, y se mundializó porque la hegemonía internacional y la opulencia de éste se basan, desde hace siglos, en el saqueo y explotación de otros pueblos.

Tel Aviv y Washington no pueden pasar la prueba del escrutinio internacional en cuanto a discriminación racial. Por eso no asistieron a las dos conferencias anteriores contra el racismo e hicieron todo lo posible por sabotear la de Durban.

Estados Unidos en tanto Estado, como Israel, posee una trayectoria de odio racial que nace de su propia Constitución como república esclavista y se prolonga en su vida política hasta nuestros días. Ambos fueron cómplices activos del régimen ra-cista de Pretoria y armaron un ejército ge-nocida de indígenas como el guatemalteco, cuyas tropas kaibiles fueron entrenadas por asesores israelíes, por sólo mencionar dos entre muchísimos ejemplos po-sibles. Se suele olvidar que en Estados Unidos fue necesaria una auténtica insurrección del pueblo afroestadunidense pa-ra que se pusiera fin a la odiosa segregación, aunque no a la discriminación racial.

Los gobiernos de los países ricos, cuyas representaciones permanecieron en Durban, no aceptarán por ahora otorgar una reparación a los países africanos ni a los pueblos indígenas por crímenes contra la humanidad como el genocidio de la Conquista ni los horrores de la trata negrera. La demanda es muy justa y razonable y pudiera ser alcanzada algún día, pero para dar una lucha efectiva por ella se requiere crear antes un consenso entre los agraviados sobre su instrumentación, que aún no existe. Tampoco aceptarán los países ricos un lenguaje que censure a Israel por sus reprobables acciones, a pesar de que este país haya pisoteado más de 450 resoluciones de la ONU.

La radicalidad alcanzada en la conferencia gubernamental de Durban se debió, en gran parte, al empuje de la reunión paralela de las ONG y de la sociedad civil sudafricana, que presionaron por una condena a Israel que lo señalara como Estado racista y colonialista, autor de un nuevo apartheid.

Por lo pronto, la reunión es ya una im-portante victoria de la lucha contra el ra-cismo. Muchos gobiernos del Tercer Mun-do fueron capaces de ponerse de acuerdo en los ejes de una agenda mundial sobre el tema y de coincidir con el clamor de la sociedad civil, incluso frente a la amenaza y el chantaje de Estados Unidos e Israel y la oposición del club de los ricos. Algo que hace tiempo no veíamos.

 

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