DOMINGO Ť 12 Ť AGOSTO Ť 2001

Ť Bárbara Jacobs

Dilemas de Hannah Arendt

A pesar de una vida atravesada por dilemas, a los 69 años Hannah Arendt no sabía que el amor de un poeta no presenta ningún dilema. La alternativa a corresponderle es corresponderle. Es cierto que el poeta en cuestión, Wystan H. Auden, para las fechas en que le propone matrimonio a Hannah, recién viuda, ya no era elegante ni probablemente caballeroso, ni probablemente nada, sino poeta, un gran poeta, lleno de poesía, de música, de arrugas o líneas de la vida, todas entrecortadas, surcos recorridos por todo menos, quizá, ternura, que era, seguramente, lo que pedía a Hannah detrás de la propuesta

-Cásate conmigo, Hannah.

-šNo! arendt-2

Ay, el poeta, a sus 66 años, lo tomó a mal. Hannah tuvo que arrastrarlo al ascensor, despedirlo a fuerza, no como a un pretendiente rechazado sino, peor, como a un amigo, querido amigo, que perdió la noción de las cosas, o el control de los sentimientos, a la medida de Whisky o de tolerancia al desamor.

Hannah se encontraba en la cima de su triunfo: era leída, comentada, discutida. Como Auden, inmigrante en el país en el que ambos, poco después de la propuesta de matrimonio rechazada, morirían. Hannah, dos años después de Auden; Auden, por cierto, unas semanas después de que Hannah rechazara su proposición. Ella había ido a otra ciudad a dar unas conferencias y, al regresar a Nueva York, se encontró con la noticia. Su biógrafo, Alois Prinz, registra que su estremecimiento fue tal que, en esta ocasión, Hannah no pudo contener el dolor. Lo había contenido al morir su esposo, bienamado; había recordado, sin duda, la liturgia fúnebre hebrea y su: "no te quejes de que se te arrebate algo que te fue concedido pero que no poseías". Pero la muerte de Auden le provocó algo más que una queja.

Según escribió a su amiga querida y fiel, Mary McCarthy: "Sigo pensando en Wystan, en la miserable condición de su vida y en que rehusé ocuparme de él cuando acudió a mí en busca de protección".

Es curioso. Esa culpa, precisamente, y no otra, parece haber sido el perseguidor de Hannah. Se reprochó lo mismo cuando murió su madre, que vivía con ella y su esposo; que había emigrado detrás de su hija. "No me ocupé lo suficiente de ella; es lo peor que he hecho en mi vida", se lamentaría Hannah, por más consciente que fuera de que, de haberlo hecho, su propia vida se habría detenido o hasta destruido. Si no fuera por el contraste que estos derrumbes representan en la vida de Hannah la intelectual, de Hannah considerada una de las mentes más influyentes del siglo, pasaría por una reacción natural. El amor a la madre sí presenta dilemas, después de todo.

"ƑCómo voy a vivir ahora?", preguntó Hannah a Mary al morir su esposo, Heinrich Blüchner. Extrañándolo, le contestó la vida. Una tarde se encontraba en el salón de su casa cuando oyó que se abría la puerta de entrada y creyó que se trataba de Heinrich. "Quítate los zapatos mojados y déjalos en el vestíbulo", le recordó, distraída, olvidada de que él había muerto. ƑQuién y para qué lo iba a suplantar? ƑUn poeta "convertido en un ser desastrado y sumido en la desesperación"?

Había quedado atrás el tiempo en que Hannah dependiera de un amor "hasta el punto de la servidumbre", que fue el caso con su antiguo maestro y amante, Martin Heidegger. Heidegger tranzó con el nazismo, que es lo mismo que decir contra Hannah, y que fue la realidad que detonó la vida de ella, y el rumbo de su filosofía. Y a pesar de que Hannah pudo analizarlo con independencia crítica, se mantuvo tímida ante él hasta el final; no le habló nunca de su propia obra ni de su propio triunfo. Heidegger, a fin de cuentas, siempre le presentó dilemas; nunca fue, ni pudo ser, ningún poeta.

Auden sí. En su A Certain World, una antología personal anotada o autobiografía sui generis, recoge un par de citas de Hannah. Una sobre la tiranía, y otra sobre el perdón. Es difícil juzgar qué fue más tiránico, proponer matrimonio o rechazar la propuesta; pero es fácil saber que dejarse morir, o impedirse volver a proponer y volver a rechazar, fue el perdón que ambos pecadores se pidieron y que la vida otorgó a los dos.