DOMINGO Ť 12 Ť AGOSTO Ť 2001

Ť Angeles González Gamio

Siglo caótico y fascinante

Fue el XIX, en el que México logra su independencia de España y lucha para consolidarse como nación padeciendo guerras, asonadas, invasiones extranjeras, traiciones y hasta un gobernante de otro país. Sin embargo, dentro de este aparente caos hubo compromiso, pasión y entrega de muchos, que se plasmaron en proyectos que fueron conformando el perfil del país que ahora somos. Con esa visión, Fomento Cultural Banamex, Conaculta, San Luis Corporación y Fundación Televisa organizaron la exposición México: los proyectos de una nación, 1821-1888, continuación de la que se presentó en 1997, titulada México: su tiempo de nacer, 1750-1821. Ambas en el soberbio Palacio de Iturbide, hoy propiedad de Citigroup (šqué preocupación!)

Las dos muestras han sido investigadas y curadas por la excelente historiadora Guadalupe Jiménez Codinach, apasionada y experta en dicha centuria, lo que se advierte en las palabras de introducción al catálogo: "Caminante no hay camino, se hace camino al andar... En la copla del poeta Antonio Machado se resume la esencia de la condición humana. Si la aplicamos al inicio de nuestra vida como nación independiente podríamos parafrasear: Mexicanos no hay nación, se hace nación al andar".

La exposición se propone la difícil tarea de mostrar el lento caminar de un pueblo en busca de su identidad, a través de la descripción de los múltiples ensayos, diseños y proyectos de toda índole que se presentaron en esos años para constituirse como Estado-nación. Las obras que intentan mostrarlo son diversas: pintura, arte popular, artes útiles y decorativas, cera, daguerrotipo, documentos, escultura, banderas, folletos, fotografía, cartografía, litografía, indumentaria, armas, joyería, mobiliario, juguetes, instrumentos musicales, libros y un sinfín de objetos más que nos hablan de la riqueza -no sólo económica- que sobrevivía junto a la miseria y el desorden.

Hay algunas piezas magníficas, como el retrato de Dolores Tosta de Santa Anna, pintado por Juan Cordero, y el de Benito Juárez y doña Margarita, obra de Escudero y Espronceda. Deliciosa competencia celebran el colorido óleo Puesto de aguas frescas, de Edouard Pingret, con Las vendedoras de horchata, de Agustín Arrieta, y es muy interesante el cuadro de Octavio D' Alvimar Vista de la Plaza Mayor de México, que muestra la intensa vida del corazón del país, plena de personajes que nos permiten identificar los diversos oficios con sus atuendos distintivos, como el del aguador.

Pero son muchas las obras que deleitan; baste mencionar a algunos de los artistas y lo demás lo imaginan: Pedro Gualdi, Egerton, Pellegrin Clave, Eugenio Landesio, Felipe Santiago Gutiérrez, José María Estrada, Felipe Castro y José María Velasco. Esta variedad y calidad se encuentran en la mayoría de los mil objetos que integran la exposición, en la que destaca la museografía. Muy ilustrativa y bella es la reproducción de una cocina y de un pequeño salón en el que es fácil imaginar a los abuelos en el descanso vespertino, o tomándose un chocolate en el Café del Progreso. Tanta diversidad es ilustrativa de las mentalidades y valores que caracterizaron ese periodo del siglo XIX, ya que convive lo popular con lo extranjero, lo sencillo y lo suntuoso; baste recordar las constantes luchas entre liberales y conservadores. Aquí lo advertimos simbólicamente en los marcados contrastes, ya que lo mismo aparece una china poblana con rebozo de bolita, que una aristócrata con vestido de tul bordado en hilos de plata y seda de colores.

La exposición se integró con obras tanto de la colección del propio banco, como de otras instituciones y de particulares; la sede no puede ser mejor, por ello no deja de preocupar el destino de estos tesoros, ahora que son propiedad de un organismo extranjero, cuyos dueños difícilmente podrán valorar el profundo significado de este patrimonio, que en buena medida nos define y nos distingue. Así, aunque que se diga que no habrá cambios, es necesario que quede muy claro y šen papel!

Sólo resta ir a comer; se impone un sitio de tradición, que bien puede ser la cantina La Opera, en 5 de Mayo 10, con su decoración rococó, espejos, tapices y su bella barra de madera labrada. Ahora, con la novedad de que la cocina ha mejorado notablemente; continúa con los clásicos caracolitos, la sopa de médula, las sardinas y sus incomparables chiles jalapeños asados con cebolla macerada. Pero además ofrece platillos del día, como la pierna de cerdo a la ciruela o el robalo a la plancha con almendras tostadas. šRiquísimo!

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