domingo Ť 12 Ť agosto Ť 2001

Rolando Cordera Campos

Aguante y esperanza: la ecuación gastada

Los dados no juegan todos en favor de la democracia ordenada, ni en apoyo de esa cultura cívica cuya falta se nota todos los días. La legalidad electoral se abre paso a empujones, pero no se ha vuelto cultura porque esto no se logra por decreto ni convicción. Cambiar de reflejos en la vida social es difícil y nunca unívoco, siempre sujeto a regresiones y caídas. En realidad, visto así, en el proceso de cambio político reciente no nos ha ido tan mal.

Las fijaciones, sin embargo, siguen firmes y se apoderan de las reacciones de los actores principales en casi todos los acontecimientos políticos, pero también en los que acompañan a la evolución social y sus contradicciones. Se pretende analizar todo con cargo al pasado oscuro de la trampa y el fraude, el corporativismo y la conspiración rentista. No parece quererse aceptar nada dentro de las nuevas coordenadas, frágiles sin duda, pero reales, que el cambio político ha hecho surgir.

En esta perspectiva, no sobra insistir en que los triunfos del PRI no son sólo ecos del pasado, ni pueden explicarse en exclusiva a partir del derrame de dinero mal habido, que seguramente lo hay. Aquí hay que admitir que los priístas han demostrado tener vida después del PRI, para bien y para mal.

Tampoco puede atribuirse la movilización rural reciente a las fuerzas arcaicas y corporativas que siguen coleando por ahí, en busca de viejas y nuevas rentas. De que estas fuerzas se mueven hay evidencia abundante, pero también la hay de que muchos productores agrícolas simplemente están exhaustos de tanto patinar por un cambio que sólo les trae descalabros, incertidumbre, desazón. Para no mencionar la acumulada y extrema pobreza rural que cruza todos los territorios.

Todo juega en el cubilete de la política del poder, pero no hay una causa única ni el pasado es capaz ya de determinar el presente o el futuro. Tal es el reto de la responsabilidad y la capacidad reflexiva, un reto que los políticos del momento no asumen y pretender rehuir con bravatas, sonrisas y retruécanos, inútilmente.

Hay en México una situación económica desfavorable al estreno democrático a través de la alternancia. Esto sería lo primero que debería admitirse por parte del gobierno, pero también de las fuerzas que pretenden abanderar a la oposición o la alternativa. Nadie tiene consigo la ruta de salida, ni parece capaz de congregar las voluntades o la obediencia que pudiesen superar un estancamiento abrupto pero no imprevisible, y frente al cual no hubo preparación alguna, ni siquiera mediática.

Se quiso conjurar la realidad con negativas absurdas, hasta caer en el ridículo de la innovación terminológica vernácula. Ahora incluso algunos han intentado enmendarle la plana al mago Greenspan, pero sus datos y estimaciones parecen contundentes: no sólo Estados Unidos sino el mundo todo entraron en recesión y no hay escape en firme de ella. Quedarán para mañana los milagros guadalupanos. Para hoy sólo queda capacidad de aguante e improvisación, siempre al filo de la sierra, en el borde del precipicio financiero.

Aguante ha habido, y mucho, en este país del acomodo social siempre girando contra el bono de la esperanza. No por nada los marchistas rurales del miércoles hablaban de globalizar la esperanza. Pero apostar sin descanso a ese recurso puede acabar por dar al traste con la paciencia de los sujetos principales del mismo, así como acabar de pervertir y corroer la conciencia social, siempre escasa, de quienes mandan y pudieron convertir esa esperanza de las mayorías en pingües ganancias del presente.

Lo que no aparece por ningún lado es la capacidad de improvisar, ni las ganas de intentarlo. Esta es una virtud esquiva que en el mundo de la política moderna no depende tanto del carisma como de la voluntad reflexiva de grupos y equipos dirigentes o que buscan serlo. Nuestra cruel paradoja es que en medio de un cambio formidable, al calor de un relevo en los mandos del Estado que puede reclamar el calificativo de histórico, todos a una, partido en el gobierno y partidos en la oposición, se rehúsan militantemente a serlo con claridad; a ser, en el caso del PAN, un partido de gobierno, y en los otros dos grandes, partidos de oposición dispuestos a gobernar desde ahí, para poder hacerlo luego desde el Ejecutivo.

Aguante y esperanza no dan para todo, mientras que el rechazo a la imaginación política no puede conducir sino al desgaste. Y en esas estamos, cuando la terra trema, aquí y en Sicilia, que diría Visconti.