domingo Ť 12 Ť agosto Ť 2001
Guillermo Almeyra
Argentina y la orquesta del Titanic
Mientras Argentina, que otrora fue un país próspero, culto y avanzado, hace implosión, y mientras la mayoría de sus habitantes se hunden en la miseria, los de "primera clase" en ese Titanic siguen ostentando su lujo y mantienen imperturbables su insensibilidad social. Por ejemplo, Domingo Cavallo ofrece a su hija una boda de 75 mil dólares, mientras rebaja las jubilaciones que superan los 500 pesos (la canasta familiar requiere mil 500 pesos para vivir).
Nada ni nadie cambia los planes gubernamentales que se basan en un silogismo muy simple: para pagar la deuda externa -la máxima prioridad- y mantener altas las ganancias no hay que tocar a los ricos sino que, en cambio, hay que rebajar continuamente los salarios reales. O sea, lo fundamental es salvar el capital financiero, a costa de la depresión, la desocupación, el hambre, las enfermedades. Esa deuda externa, dicho sea de paso, supera los 130 mil millones de dólares y en el exterior se multiplican unos 100 mil millones de dólares ilegalmente exportados por capitalistas argentinos que prefieren estar al seguro mientras hablan a los demás de sacrificios para pagar los servicios de la deuda que equivale a casi la mitad del producto interno bruto, o sea, a los ingresos anuales del país, lo cual da una idea de la insostenibilidad de la situación argentina.
Ni las exhortaciones éticas de la Iglesia, ni los lamentos nacionalistas y moralistas de quienes ven destruir un país del cual estuvieron orgullosos, ni la rabia y la protesta cotidiana de las mayorías pueden sin embargo cambiar la política del capital financiero internacional y del sector de las clases dominantes argentinas que del mismo forma parte. Mientras el Titanic se hunde, para ellos la orquesta sigue tocando, y se preparan los botes, por las dudas.
La actual política depresiva y antindustrial forma parte de la política recesiva, a escala mundial, del capital financiero, que busca concentrar la riqueza y el poder, pero no aumentar el poder adquisitivo, el consumo, el bienestar social y los derechos de la población mundial. Es una política insostenible pero durará mientras no se le oponga una alternativa. Porque, hasta ahora, las protestas no están coordinadas, no tienen un programa común, no tienen interlocutor político e institucional (fuera de un puñado de socialistas y radicales disidentes -ARI-, ya que los grupos de izquierda funcionan cada uno por su cuenta).
Para crear un gran movimiento, que una a sectores disímiles, no bastan los agravios ni la protesta: se necesita también la esperanza. Porque sin esperanza la protesta podría ser canalizada por los aprovechadores de la resistencia, o sea, por nacionalistas castrenses de derecha aliados a un sector clerical que, con una política declarativa social contraria a la oligarquía financiera, aparezcan como efímeros "Salvadores de la Patria". Recordemos: contra los hombres de los bancos no están sólo los pobres y los proletarios, sino que se levantan también los militares y policías empobrecidos, los industriales medios arruinados, los sectores rurales capitalistas desplazados y la Iglesia, que apoyó la dictadura militar en nombre del Orden, que hoy ve en peligro.
A menos que la moratoria lleve al derrumbe del gobierno (como el desastre de las Malvinas llevó al de la dictadura), las sanguijuelas actuales no se irán por sí solas: habrá que arrancarlas del cuerpo enfermo de la Argentina. Pero para eso se requiere un frente social, con un programa alternativo viable, y con un apoyo organizado y un claro objetivo político que le permita presentarse como candidato a la dirección del país.
Por ejemplo, fomentar y proteger las industrias nacionales intensivas en mano de obra; reducir todas las importaciones que compitan con la industria liviana nacional (del calzado y textil, por ejemplo); reforzar el Mercosur, incluso con acuerdos de trueque, y fomentar la complementariedad con los otros países que lo integran; quintuplicar el apoyo a la investigación y el desarrollo y a la educación a todos los niveles, para elevar la competitividad de la mano de obra; renacionalizar sin pago los servicios estratégicos (petróleo, electricidad, correo, agua); declarar que sólo se pagará la deuda externa en una medida equivalente al 10 por ciento del PIB; anular las compras de armas y los ejercicios militares conjuntos; anular los recortes de salarios y jubilaciones y, por el contrario, aumentarlos, para promover el mercado interno, compensando con reducción de impuestos a las empresas que absorban mano de obra; declarar nulas las deudas en dólares y concordar con Brasil una devaluación y el equilibro entre el peso y el real.
Escribo esto un 9 de julio, día de la Independencia argentina, que aún hay que conquistar. Si se quiere evitar la Hora de la Espada hay que preparar la de la Esperanza...