domingo Ť 12 Ť agosto Ť 2001
Néstor de Buen
El país que hay que inventar
Se maneja la cifra de 71 años. Son, es el lugar común, los de la dictadura de un solo partido que, en realidad, fueron tres: el Partido Nacional Revolucionario, inventado en buena hora por Plutarco Elías Calles; el Partido de la Revolución Mexicana, obra de Lázaro Cárdenas, y el Partido Revolucionario Institucional, ópera larguísima de mil compositores y muy malas sinfonías.
Lo de los tres partidos no es cuento. Para Calles el PNR fue la solución para evitar los conflictos de caudillos. El PRM expresó el pensamiento, con notables toques de corporativismo, de una etapa de contenido social en la que las amenazas del fascismo obligaron a Cárdenas a buscar la formación de un frente popular, con el invento de la CTM, en 1936, entre otras muchas cosas. Y el PRI de Miguel Alemán fue, sin la menor duda, el entierro de la Revolución, la represión desde entonces continua contra los sindicatos democráticos, la consolidación de los leales al Estado, y a lo largo de muchos años, el corporativismo reforzado con un partido de sectores y un tripartismo o cuatripartismo, según las instituciones, que ha agotado ya sus posibilidades aunque le den su renovadita con la notable invitación a participar en el diseño de la nueva Ley Federal del Trabajo.
Ernesto Zedillo marcó, desde el principio de su gobierno, la sana distancia. Los dramáticos acontecimientos previos cortaron las alas de los sucesores, uno evidente, Luis Donaldo Colosio, y el otro previsible, José Francisco Ruiz Massieu, que permitían presumir un mayor continuismo de la veterana política del PRI. El partido se desmoronó y surgió el liderato popular de Vicente Fox, que tuvo la gracia de hacer victorias de derrotas y de inventar el voto útil, y que con ello alcanzó una imprevisible presidencia. El problema es que su gabinete no había ido a la escuela a aprender los misterios del poder y que el mismo Fox intentó sustituir las formalidades esenciales de su nuevo rango por un populismo exagerado, bueno para las campañas pero muy riesgoso como para convertirse en conducta permanente del Presidente de la República.
En esa falta de experiencia nos hemos quedado con un partido, el PAN, que ganó las elecciones y perdió la Presidencia. El PRD, que triunfó sin duda alguna en 1988, no supo mantener la energía, hubo un error político en la reiteración de la candidatura presidencial y hoy tiene que jugar, en medio de pasiones internas que se hacen notables, a la formación y aprobación de nuevos dirigentes. Y sobre todo, a la definición de un papel de izquierda, no la histórica sino la nueva. La que hay que inventar.
El PRI, supuestamente recuperando aires. No me parece tan claro. La víctima ha sido más el PAN que el PRD, Aguascalientes como ejemplo, y Oaxaca de paso, lo que no deja de ser sintomático a partir de que los pronósticos económicos de la campaña de Fox se baten en retirada y que nadie cree que el año que viene, Bush mediante, vayamos a relanzar al país.
Pero los problemas del PRI no se resuelven con el triunfo, si es que lo fue, que caben dudas, en Tabasco. De los posibles candidatos a presidirlo en noviembre ninguno aceptaría cohabitar con Roberto Madrazo. Porque el PRI no podría vivir para la rencarnación, sino para la cirugía intensa y extensa que cancele el pasado -y Tabasco sería el pasado- y se encuentre en una nueva dinámica política.
No podemos ignorar los nuevos vientos de fronda. Los campesinos de verdad, no los de la CNC, hacen acto de presencia y vicios muy viejos se actualizan y las protestas asumen un rigor al que ya no estábamos acostumbrados. Aguantaron las reformas del presidente Salinas contra el 27 constitucional, pero las condiciones de claro incumplimiento de las obligaciones de sus contrapartes ya no las aguantan. Ni con los créditos de menor cuantía que nos vienen de fuera.
La llamada ley indígena que frustró los compromisos del presidente Fox con los zapatistas ha sido gasolina en la hoguera. Y resulta que cuando alguien no tiene nada que perder, y nuestros campesinos ya no lo tienen, las cosas pueden ser muy graves.
El neoliberalismo creyó triunfar en el mundo al caer el Muro de Berlín. Desapareció la Unión Soviética y se le dio la extremaunción al supuesto socialismo. Pero se olvida que el socialismo nació como reacción frente a la explotación. Y hoy la explotación mundial hace que las causas que dieron origen al socialismo se repitan. Y el remedio no estará en la simpatía de Blair y las ideas de Giddens sino en, por lo menos, una socialdemocracia al estilo de su fundador Lasalle, Carlos Fuentes dixit.
Esa sería la alternativa creíble para el PRI, y con mucha mayor razón para el PRD. Y es indispensable que inventemos -nunca lo hemos tenido, en rigor- un país con sentido social. No falta mucho para los centenarios de 1810 y 1910. No lo olvidemos.