MIERCOLES Ť 16 Ť MAYO Ť 2001
La última cinta de Olmi y otros campos de batalla
Leonardo García Tsao ENVIADO
CANNES. Si bien fueron los franceses quienes inventaron la teoría del autor y la consecuente revaloración de muchos cineastas hollywoodenses, también es conocida su tendencia a buscar autores donde no los hay. Un caso muy citado es el extraño fanatismo galo por Jerry Lewis. Y según parece, Sean Penn podría seguir sus pasos. En concurso con The Pledge (El juramento), su tercer largometraje como realizador, Penn muestra bastantes pretensiones en su relato sobre un policía retirado (Jack Nicholson), que se obsesiona por encontrar al asesino y violador de una niña de ocho años.
Eso se traduce en mucha paja visual -Penn siente la necesidad de enfatizar sus golpes dramáticos con juegos de cámara- y poca definición dramática. Atento a su chamba principal, ha reunido a un grupo de excelentes actores -Patricia Clarkson, Helen Mirren, Vanessa Redgrave, Sam Shepard, Harry Dean Stanton, entre otros- para desempeñar papeles incidentales que cualquier miembro del sindicato podría haber resuelto. La única alternante de Nicholson con cierto peso es Robin Wright Penn, o sea su propia esposa, en un papel fundamental para cerrar el chiste cruel en que se convierte la película.
Muchos periodistas abandonaron la función de prensa de Il mestiere delle armi (El oficio de las armas), nueva adición a la ilustre filmografía del italiano Ermanno Olmi. En efecto, la película arranca como una complicada lección de historia sobre la enemistad entre el Papa Clemente VII y Carlos V, y cómo el capitán Juan de Médicis debe defender al primero de los ataques de un batallón alemán. Pero pronto se convierte en una sobria y bella reflexión sobre cómo la introducción de armas de largo alcance, los cañones en concreto, cambiaron la naturaleza de las guerras. Filmada en Bulgaria, bajo un fotogénico clima invernal, la película ostenta una recreación de época cuya autenticidad recuerda a los tapices renacentistas. Aunque la cinta no alcanza la fuerza épica de Kurosawa o Lean, si está muy emparentada con las enseñanzas de Rossellini.
El propio festival se ha especializado en organizar batallas campales, con premeditación, alevosía y ventaja. Sólo así se explica que el único pase para la prensa de Éloge de l'amour (Elogio del amor), la cinta en concurso de Jean-Luc Godard, se haya hecho en una de las salas más pequeñas del Palais. Obviamente, una sala de unas 400 butacas es insuficiente para los casi cinco mil periodistas acreditados. Es un asunto simple de matemáticas que los (des)organizadores no han sabido calcular. Así, una turba de críticos -entre los que se encontraba quien esto escribe- se quedó en la puerta, cuando uno de los cancerberos anunció cupo lleno. Nadie de la oficina de prensa ofreció ya no digamos una proyección adicional, sino siquiera una explicación a este tipo de arbitrariedades.