MIERCOLES Ť 16 Ť MAYO Ť 2001
Ť Javier Aranda Luna
Pasiones complementarias
El 30 de enero de l997 Octavio Paz revisaba, junto con su mujer Marie Jo y conmigo, los libros que habían sobrevivido al incendio de su casa. Llevábamos varios días en el asunto y nos faltaban más. La salud del poeta era frágil y la suite del hotel Camino Real, donde vivió algún tiempo, no era el mejor lugar para llevar a cabo esa tarea. Me asombraban su inteligencia, su memoria, su entusiasmo. En medio de nubes de ceniza recordaba años de publicación, editores, dedicatorias exactas no sólo de sus libros sino de los de su abuelo. Refería anécdotas, hacía comentarios como el hombre generoso que sabe partir el pan y compartirlo.
Su avidez por enterarse de los asuntos del día permanecía incólume. Devoraba la información, la actualizaba, la analizaba, lanzaba hipótesis, establecía relaciones entre el presente y el pasado, vislumbraba escenarios del país y del mundo, pedía más datos, medía las opiniones de su interlocutor, las provocaba. Su actividad intelectual era incesante. Sólo con dos personas he sentido de manera casi material el ejercicio de la inteligencia: con él y con Carlos Monsiváis.
Ese jueves el inventario de pérdidas crecía considerablemente. Octavio Paz era el encargado de llevar su puntual registro. La habitación se había convertido con el paso de los días en una pequeña biblioteca. Aumentaban las cajas con los volúmenes calcinados y el número de libros de reciente publicación. Las cartas se multiplicaban. Ya de noche me enteré, de manera directa, que una de las mayores pérdidas de su biblioteca fue su colección de libros de arte. Libros únicos de ediciones limitadas con dedicatorias y obras de pintores de la altura de Balthus. Libros en los que el mismo Paz había colaborado.
-ƑSe quemaron todos?
-Todos, me dijo, pero no importa.
No creí que no le importara. Una de las pasiones que lo acompañaron desde joven fue el mundo de las artes plásticas. Del arte precolombino al contemporáneo; de las obras que se exponen en los principales museos de Nueva York, París, Roma, Madrid, o en una pequeña galería universitaria. Cientos de páginas dan cuenta de ello. No sólo eso: algunos cuadros, algunas obras, lo inspiraron para escribir un puñado de magníficos poemas.
Recientemente fue inaugurada la muestra Pasiones complementarias en la Fundación Octavio Paz. Quizá las exposiciones sean uno de los mejores homenajes a la memoria del poeta por el entusiasmo que la plástica despertó en él.
Pasiones complementarias es un homenaje, pero también un muestrario estupendo de poco más de medio siglo de la producción de grandes artistas latinoamericanos. El ángel de la guarda de Juan Soriano es la obra más antigua y las de Teodoro González de León y Basia Batorska, las más recientes. El arco cronológico entre 1941 y el 2000 incluye trabajos de Tamayo, Coronel, Lilia Carrillo, Vicente Rojo y, entre otros, Manuel Felguérez. En una pequeña sala está presente el surrealismo, esa invocación del deseo para combatir la muerte. Allí están obras de Gironella, Matta, Marie Jo Paz, Remedios Varo, Alvarez Bravo, Paalen. La proximidad de las obras hacen sentir que los colores, los volúmenes y las formas son, en realidad, parte de otro mundo. Un mundo que nos hace restregarnos los ojos, soltar la carcajada (''Is that you?") o disparar nuestra imaginación para continuar el cuento de la hija del minotauro que nos regaló hace tiempo Remedios Varo. Un oaxaqueño universal abre la exposición y otro la cierra: Rufino Tamayo y Francisco Toledo.
Un capítulo importante en la biografía de Octavio Paz tiene que ver con su pasión por la pintura. Algunos de sus grandes amigos fueron pintores y pasó la mayor parte de su vida con una artista que nunca usó la fama del poeta para hacerse ver.
Alguna vez un crítico de arte me comentó que a los textos de Paz sobre pintura les faltaba rigor académico. El comentario más que molestarme me alegró: qué bueno que Paz nunca intentó reducir el asombro de su mirada para dar cabida a un estricto expediente informativo. Sin el ejercicio de su mirada los españoles habrían tardado más en descubrir a uno de sus grandes pintores: Antoni Tápies. Sin su deseo de mirar no habríamos gozado tanto los soles negros de Rufino Tamayo. La poesía es un arte temporal y la pintura un arte espacial. Ambos son, en el fondo, número y forma: pasiones complementarias, espacios donde sentimos el peso de la luz y el correr de la sangre.